We live in a political world
Love don’t have any place
We’re living in times where men commit crimes
And crime don’t have a face
He comenzado la nueva temporada de "House of Cards", una de las series más divertidas del panorama. Su trama principal me resulta absolutamente vulgar, pero las secundarias y el subtexto que la levanta conectan con el espíritu de nuestra época. La veneración del poder, la fuerza, el vigor juvenil y el derrumbamiento de barreras que nos lo impidan, si somos capaces. Me encantan las putadas que se hace el matrimonio protagonista y el juego del poder, aunque lo sospecho exagerado, sirve bien al contraste de comedia oscura que impregna la serie; una especie de ópera bufa con toques de melodrama.
Nos gusta porque queremos creer que eso es la política profesional, un nido de víboras, el anclaje de un sistema consensuado que nos impide aspirar a prosperar más. Desde luego debe haber intentos en ese sentido, pero creo que hay tantos agentes envueltos que es imposible la centralización del sometimiento a través de conspiraciones orquestadas y que el error, la rivalidad y la simple estupidez son más relevantes que la conjunción de un sistema a través de la dirección precisa y no decenas de decisiones independientes. No creo en la grandeza del mal salvo para las ficciones en las que es conveniente para la narración. Ni que una conspiración que involucra a las personas más poderosas de la tierra me la vaya a descubrir en las redes sociales cualquier investigador desde su sofá. Los hombres cometen crímenes, pero el crimen ha perdido su cara.
Hay algo muy interesante, importan mucho más los juegos trás bambalinas que el agente decisor, el votante. La serie presenta una visión sardónica de los procesos electorales, y tiene razón. Seguramente formamos rebaños sin apenas darnos cuenta. En El Mito del Votante Racional: Por qué las Democracias Escogen Malas Políticas, de Bryan Caplan, se ofrece una explicación plausible: somos irracionales en nuestras ideas políticas y económicas, hay una serie de sesgos que nublan nuestra percepción. Parece una regla de hierro de la historia; oímos lo que queremos oír y creemos lo que necesitamos creer. Parece haber una sólida necesidad psicológica en ese comportamiento.
La democracia asegura que ningún pueblo tiene un mejor gobierno del que merece, dijo Shaw, creo. La visión de la política en los tiempos presentes parece más liviana y fresca, la democracia como un teatro, una narración lineal. No aspiramos a más. Está mas allá de la irracionalidad, la conspiración y el pesimismo. Simplemente, sobrellevamos las fallas de nuestros sistemas o fantaseamos con utopías irrealizables, porque no nos importa. Supongo que hay algo de sabio en ello, apartar la felicidad del individuo de la maquinaria de poder que mueve la historia. Personalmente, la vida de putadas mutuas de Francis y Claire me abrumaría. Pero me lo paso teta viéndolas.
Dundalk se levanta con un sol taimado que quizá desaparezca pronto. Hora de disfrutarlo.
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