Nos aterra el silencio, y sobre todos aquel que nace de la angustia o el deseo. Buscamos formas de comunicarnos con los otros. Buscamos algo que nos libere de lo que bellamente Keats en su epitafio llamó desesperarse en escribir su nombre en el agua. Hay quien ha sentido el aliento de la inmortalidad esculpiendo, trazando, en un éxtasis de pasión. Y hay quien lo ha sentido admirando la obra, sintiendo la obra como si fuera una palabra dirigida en exclusiva a ellos. Y hay quien ha logrado sentir todo ello y engañarse fingiendo que solo eso bastaría y no sería olvidado pronto.
Hay un café en Berlín, 1852. Has llegado de afuera, por donde el humo incipiente se pierde entre la bruma de la tarde temprana y los cascos de los caballos golpean rítmicamente los adoquines.Hay un rincón en la penumbra en la que, como un rincón sagrado, nadie se atreve a penetrar. Hay varios fanáticos del juego de reyes conteniendo sus emociones y la electricidad se siente entre el tintineo sutil de las cucharas lejanas.Mientras el silencio tensa el tiempo, dos mentes batallan en un tablero anodino al que sus manos otorgan la energía de un demiurgo, y ambos principios creadores tratan de aniquilarse.
Hay quien vive la belleza en el arte, la música, la pintura, los viejos libros. No sé por qué me apasiona el ajedrez, si juego tan mal. Quizá nos atrae un mundo de reglas precisas y del que el azar ha sido desterrado. Quizá su mezcla de arte y ciencia resulta incomparable Por eso sonamos con ser Anderssen y forjar en la fragua humilde de piezas repetidas en moldes millones de veces la impronta indeleble de nuestro genio, nuestra pasión, simplemente dar una fe de vida. No es acerca del ego o el dominio. Es solo dar fruto entre días que corren ansiosos como bicis robadas, dar al escombro del mundo una chispa de brío, saber que algo quedará de nosotros.
Te has quedado fascinado viendo a Dufresne y Anderssen batallar sin dar ni pedir tregua en su rincón exultante, y has sentido ser parte de algo mayor que tú. Saldrás a la calle lluviosa y el aroma de las cosas sabrá distinto. Nadie dice que sea fácil. No hay mayor drama que mirar a los ojos de la eternidad.
Dundalk me mira raro y me pregunta de que hablo, exactamente. Señoras y caballeros, con ustedes el gran Pepe Cuenca comentando La Siempreviva.
Dundalk mira y calla mientras observa mis deseos de arañar con fuego cada instante y sus marismas frías, mientras le repito que busco pasiones como el ajedrez, como la música, la comprensión de otras misteriosas formas del tiempo.
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