Un peón
No he sido nunca
un héroe. Me han empujado
A un centro del
tablero cruel y vano
De amenazas y
temores pleno. Sé que no llegaré a esa octava fila
Pero resisto a la
codicia y la crueldad.
Las torres
agresoras, los taimados caballos y su ira,
para acabar cayendo en el
baile desatado
De la furia de
unos reyes ingratos.
Debería huir.
Pero aquí hablo.
Don Quijote
¿Acaso ha sido el
horizonte herido
Por el conjuro de
algún nigromante poderoso?
Los palacios, el
honor, las doncellas, el oro
De la edad
antigua, el caballero…que han sido frente
Al cielo de La
Mancha. Por qué la herrumbre lo ha vestido todo.
Mis huesos de
anciano están molidos
Y cosecho el
desprecio de los otros. No sé qué es lo que en mi llama,
Que me impulsa, festivo y animoso
A aventar mañana
el pulso de mi gozo. Duerme en el rincón mi adarga bendecida
Y mañana volveré
a retar lo real y lo otro.
El reloj de la casona abandonada
Lucho con
insistencia contra lo invencible.
La falta de
esperanza puso en marcha mis ruedas
Y sin embargo,
así lo he decidido:
Tú podrás ser el
arco de mi flecha.
Quien fue nadie
Tu nunca oíste
aventar en el campo
El látigo con que
nos marcaron,
El canto con el
que subimos
Y el sudor con el
que nos crucificaron. Si hubo alguien que oyó,
Quizá lo sepa un
día. Hoy solo hay tierra y sol
Y el eco cansado
de una voz
Que sigue
sangrando y llora
Hasta que algún día despertemos.
El soldado del Somme
Nuestros padres
mintieron.
Nuestra juventud
también lo hizo.
Hoy nacen crueles
los arbustos
En el altar
absurdo de mi sacrificio. Algún día, alguien
Nos conocerá y
quizá evite otra siega de sangre
Y quizá no haya
nadie al que mañana disparen.
El despreciado
Ríen las calles
con rencor cristalino
Las plazas
tuercen la cara cuando aparezco,
El despreciado,
el solo, el que nunca descansa
Y a que vivir,
que alquimia
Mantiene los
lazos con la vida
De este muñeco que
solo piensa en crepitar
En lujurias de
odio y desprecio sobre su cuerpo mustio
Para que la
ciudad se envanezca de su altura.
No sé qué amor
persigo, denegado
Del ansia y del calor
de la ciudad
Con el hierro
candente del condenado. Y mañana seguiré saliendo
Para que otros
escupan lo que dicen que merezco.
El aspirante a poeta menor
No has sido,
lector, afortunado. No has topado
Con la música y
el oro de los maestros
Ni la profundidad
ni las imágenes explosivas
Que encierran el
bello veneno
De la poesía.
No sé por qué me
afano y me desvelo
Por parecer que
tengo… y que sería
Entre los claxon
y los mercados de valores
Y la estupidez
que impone sus mentiras. He de seguir haciéndolo
Mientras el
tiempo lo permita. Y caminar sereno hacia el inevitable olvido
En la barca de
Caronte y sus remos de guía,
Hacia la tierra
donde nunca es de noche
y en riberas donde árboles de frutos de oro iluminan
En las que las palabras ya no importan. Que así sea.
Resisto tanto
como puede mi espina.
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