Admiro a los columnistas diarios. Por más que uno abra un blog para lanzar mensajes al océano sin más compromiso, no me resulta fácil escribir unos párrafos cada día. Ya sé que los diarios se han convertido en centones de artículos de opinión que completan sus noticias ya escoradas, pero agota ser lector de tantas columnas pesadas, pulcramente escritas pero que parecen más interesadas en demostrar la agudeza de quien las escribe que la opinión que tratan de exponer. Y después uno se siente aliviado porque estas páginas, aún contribuyendo a esa inundación, sean leves y desconocidas porque no solemos ver con perspectiva nuestros vicios. Y si uno puede acercarse a un estilo que se aleje de la frivolidad o la arrogancia, tratando a sus lectores, por pocos que sean, como un Muñoz Molina o un Enric González (salvando las distancias), habrá merecido la pena.
El problema es el tema. Todo ha sido ya analizado y visto, y al fin y al cabo no importa mucho, nadie parece cambiar de opinión nunca. Y de qué puede escribir uno cuando quiere hacerlo y ve la pantalla de su pequeño blog en blanco. Hoy no he hecho apenas nada, recoger, entretenerme, pensar en un futuro cercano, mirar el tiempo. Y de repente, como venido por un fogonazo sin guía me he dado cuenta de que estoy en un grave peligro. Porque el peligro es pasar los días así, sin un propósito que los vitalice y el riesgo anida en la espera hacia un puerto que nunca alcanzaremos. Salí a la calle y veía sombras al lado de la mía, y me preguntaba si en las portadas, los estadios y las pantallas hay noticia de este peligro que nos acecha a todos, tan dulce como dicen que es la muerte por inhalación de dióxido de carbono, plácido y susurrante. O quizá es que la vida es todo lo que hay fuera de pantallas, portadas, estadios, pensamientos,sentimientos sobre lo que nos pasa o lo que nunca lo hizo y entradas de blog. El peligro es vaciar en el viento de la espera la efigie dura y maciza que tratas de moldear en el fuego de la existencia.
Quizá es porque un día como hoy nació Kafka. Quizá haya ahora otro Kafka caminando sobre la tierra y esté describiendo, en metáforas agudísimas o en costumbrismo malicioso o en un estilo realista y tan desapegado que duela todo lo que nos pasa, los procesos a los que se nos somete, los castillos que no veremos pero de los que sentiremos su sombría presencia, las metamorfosis que nos alejarán de lo que ayer éramos. Para Kafka el peligro era que de repente la vida bullendo alrededor dejaba de ser nuestra y aunque queríamos ser pieles rojas, al abrir los ojos ya estaban desapareciendo el paisaje y las crines del caballo. Creo que Kafka no hubiera podido ser columnista ni bloguero. Al fin y al cabo, el día de la declaración de la Primera Guerra Mundial escribió que había ido por la tarde a la piscina.
Dundalk oye y calla. Todo lo que yo pueda escribir o saber, ella lo sabe ya y con su mirada que ha visto mucho me dice sin palabras que no puede ayudarme.
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