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domingo, 2 de julio de 2017

El ojo acrítico. Dos de Julio.

Joder con Marías. Lo han puesto fino. Y aunque nada importe, porque hemos construído un mundo en el que el sujeto opinante se ha impuesto de tal manera sobre lo opinado que requiere toneladas de novedades, ha sido interesante. En la cascada sin fin de las redes sociales es difícil separar el trigo de la paja salvo si uno está dispuesto a perder el tiempo leyendo muchos mensajes inanes. Afortunadamente, nos aburrimos tanto. Desafortunadamente, las redes sociales aceleran el proceso en el que inmersos vamos todos, la pérdida de gusto por la complejidad de las cosas. De allí solo se sigue adhesión fiera o censura.

No sé por qué molestó tanto su último artículo (aunque si admito que la crítica en la desmesura de una promoción literaria es algo de los que todos los escritores reconocidos se han beneficiado). Intuyo que tratar de los sellos de aprobación y reprobación de los colectivos buenos y malos es un tema candente y que puede molestar, aunque más debiera molestar la agrupación en rebaño de seres diversos. Pero lo que más sorprende a uno es la etiqueta "ser un cascarrabias". Una recua de censores vocacionales acechan por todos lados sin ofrecer más que insultos y amenazas y alguien que escribe artículos tratando de argumentar sus filias y fobias es un cascarrabias sin más. El sentido crítico se ha enflaquecido entre el sonrisismo y la observancia de los buenos motivos que las mayorías sancionan y prescriben.

Me resulta preocupante, una apropiación del argumentario público que empobrece las sociedades. La degeneración de la democracia en demagogia. No se trata de tolerar la intolerancia (nunca ha sido eso) ni de dejar de odiar el odio. Se trata de un intercambio de opiniones con otros a los que no les atribuimos en principio malas intenciones o razones ocultas, sino nuestra honrada creencia de que están errados. Y al hacerlo, y sospecho que esta es la causa de su infrecuencia, aceptamos también que podemos ser convencidos por ellos. Sé que no es fácil, pero creo en la necesidad de ser critico con aquellos con los que me siento más cercano o soy más proclive a coincidir en puntos de vista.  Critico no significa mordaz o hiriente. Hay un prestigio del sarcasmo que parece insensato, solo sea porque denota crueldad, un maltrato. Cuando alguien presume de sarcasmo hay una oportunidad estupenda de usarlo contra él. Pero como somos aristócratas de la imaginación, declinamos mientras sonreímos por dentro y nos imaginamos en una tertulia con Platón, Kierkegaard, Cervantes y Wittgenstein acerca de la superioridad de la ironía.

Hay un concepto extraño del humor en esta preferencia, creo que comparable a la que sufren otras buenas ideas. Como su canalización no es natural, puesto que no persigue su despliegue sino la exhibición del yo que la muestra, se hipertrofia y anula sin saberlo.  Parece que el ego se desborda como reacción a las servidumbres de la masa, y lo hace por caminos agresivos, tan banal y peligroso su afán diferenciador como el unificador del que nace y al que responde. Acecha entre las miradas del metro, los pasillos oscuros de la administración y la rabia sin nombre de los deseos exhibidos y frustrados.

En fin. Gloria Fuertes Creo que se hubiera divertido con todo este lío y que era una buena persona. No sé porque todo el mundo considera eso inferior a la calidad de ciertos versos que nadie leerá.

Dundalk se ofrece para la niebla de mañana. Me dice con eco de Borges que nuestra meta común es el olvido, pero yo llegaré antes. Y yo le doy la razón y me aferro a mi sueño.

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