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jueves, 6 de julio de 2017

Tokyo 64. Seis de Julio

Como todos quise ser un as del deporte y como la mayoría me quedé en cinco de bastos. Uno acepta sus limitaciones al final, salvo los que han tenido pocas y las han tenido demasiado tarde. Siempre recuerdo el argumento definitivo de Claudio Magris sobre Mengele; cuando se refugió en un convento de monjitas no parecía estar interesado en experimentar hasta la muerte con bebés o torturar a otros; se resignaba porque una fuerza superior le impelía a hacerlo, como otros nos resignamos a ganarnos el pan en oficinas o no salir con las actrices de moda.

El deporte, que cosa más turbia. Te exige sacrificios sin cuento para jugar una simple liga de bares, te abandona sin que te des cuenta y de repente pasas de verte como un atleta ágil a ser chiquito de la calzada con una cinta en la frente y bebiendo potajes amarilloanaranjados, pretendiendo que aún eres vigoroso. No pasa mucho porque al final la mayoría de los que te rodean participan del mismo ensueño. Y esta bien así, joder, lo importante es participar y cuando lo practicaste de niño del deporte es más difícil de salir que del Ikea.

Dicen que cuando Alejandro Magno...bueno, es una historia que improvisó Escohotado en un disco de Calamaro y os digo, cuentan de Alejandro que una vez se metió en un río tumultuoso de la India, todo con barro ,persiguiendo al ejército que peleaba con él y que cuando iban en mitad los caballos perdieron pie;aquellas aguas estaban heladas, y se volvió a sus compañeros y les dijo: "me cago en la leche, ¿os dais cuenta las cosas que tengo que hacer para que me tengáis respeto?" Creo que es verdad, aunque no sé muy bien de qué va la cosa.

Yo creo que es un poco así. Siempre hay un momento en el que dar lo mejor, aunque parezca más fácil dar pena, y siempre hay que buscar un santuario donde resistir, donde recordar lo que fuimos y lo que creímos llegar a poder ser (como aquel filósofo, siento muchas veces que nunca me repondré de mi buena infancia, pero sigue siendo una fuente de la que beber en días oscuros). Y me he comprado una bandolera que me ocupa espacio, pero no sirve para nada. Salió barata, es oficial y todo. Es la bandolera de Tokio (Tokyo, plis) 64. Que grandes olimpiadas. Estoy seguro de que hubiera llegado a ser alguien en ellas. Pero ya pasaron, y solo me han dejado su preciosa bandolera, que se la doy a quien la quiera, y el recuerdo de lo que quizá pueda lograr en Olimpiadas futuras, mientras quede algo de fuerza y los días se acumulan, antes de que anochezca.

Dundalk se impresiona con mi bandolera e ignora mis palabras sin sentido. Sabe que hay días en los que merecemos ser conscientes de todo lo que nos ha sido dado sin hacer nada para merecerlo.





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