Hemos vivido en B. Trampeando facturas. Aplaudiendo a los delanteros que engañan al árbitro. Diciendo que todos son iguales.Explicando todo recurriendo a una picaresca que pocos han leído.Ignorando las trampas mientras no nos afectasen directamente y sintiendo el deseo de matar al mandarín.
"Matar al mandarín" es una expresión portuguesa que significa llevar a cabo alguna deshonestidad que nadie sabrá y sacar un beneficio. O eso leí en el prólogo del estupendo relato corto de Eça de Queiroz, llamado precisamente "El mandarín". Y ese es el tema: la comunidad política se asienta y fortalece en la virtud cívica de la ciudadanía, no en la probidad de los gobernantes. Estamos demasiado apegados a la figura de los líderes carismáticos para recordarlo. Bastaría no pasar ni una al venal, el corrupto, el demagogo. Mientras la masa votante se aferre irracionalmente a sus siglas y crea lo que ha decidido creer, no habrá sitio para los honrados. Y el saqueo por el botín del erario público dependerá de las oportunidades para hacerlo y no de la intención espuria.
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