Dice el capitán Ahab, en uno de los parajes más memorables de la ficción universal, que todo lo que vemos no son sino máscaras acechantes, tras las cual el mal se esconde, y para vencer lo que nos hiere debemos golpear esas máscaras y liberarnos tal prisioneros abriéndose paso a través de la pared. Pudiera ser. Vivimos en un mundo simbólico, y quien cuenta el relato domina la sociedad en la que vive. No deja de ser algo descorazonador, sin embargo, que las ficciones oculten no solo la verdad, sino la simple lógica y las masas se apresten a refugiarse en su calor de establo de grandilocuencias y festival mientras los hospitales se marchitan.
En fin. Quizá la nube no sea más vana que quien la mira en la mañana. Y quien la miraba esta tarde como un cendal definido por una luz amable es un homínido abrumado por tantos cuentos e innovaciones tecnológicas que empujan las espaldas del Angelus Novus para que no pueda ayudar a sus víctimas y deba conformarse con, vuelto el cuello, observarlas horrorizado.
Así debe ser, entonces. Un cúmulo de homínidos celebrando ritos religiosos o laicos para dotarse de la ilusión de un sentido, y en la parte soleada, aderezando de técnica y novedad su alienación y tedio.
Pero en suelo europeo, un presidente hace poco aclamado por su bravuconada vacía acerca de la dignidad de un pueblo y las tiranías bancarias (e identificado con el representante de la vieja política que lava los pecados del mundo) mantiene a refugiados de guerra en campamentos embarrados. Y quienes han hecho de la negación de la responsabilidad individual en el tránsito cotidiano su mantra la invocan para justificar que un tarado decida vestirse con un cinturón de explosivos y llevarse a los que pueda por delante. En fin, supongo que queda un pequeño huerto que cultivar en alguna parte. Entre los partidarios de las buenas ideas que nunca se detienen a pensar que si no funcionan nunca, no son buenas, las almas bellas que critican amargamente el espacio del mundo que disfrutan y los cínicos que azuzan las bajas pasiones para reinvertir la frustración en votos, vamos teniendo poco a poco lo que la mayoría desea.
Mientras tanto, la bandera se agita y las palmas se golpean al son de la música del Poder. El alba espera. Y la mayoría no quiere ser otra cosa que la que no tiene más remedio que ser y conservar su coche. Aurea mediocritas, carpe diem. Y que salga el sol por Antequera.
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