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jueves, 17 de marzo de 2016

Vísperas. 16 de marzo de 2016.

Es mañana San Patricio y la isla, o esta parte, se ha puesto guapa, retirándose el velo de nubes y dejando mostrar su luz. Escribió alguien que la claridad es un don que viene del cielo y resulta difícil a veces negarlo. Auspiciosa, ha extendido su velo sobre las calles que mañana verán las familias y el orgullo, las canciones y las historias sobre el lomo esmeralda y lleno de cicatrices de la ancestral Irlanda.

Aprendes a querer los lugares cuando no tienes necesidad de mostrar tus congestiones apasionadas. Allá donde la identidad se impone como un conjunto de actitudes e ideas convenientes a todo un grupo, las convicciones son cárceles. He querido estos meses los rincones con el afán de un vagabundo moral que no debiera lealtades por lo que es (u otros han dicho que debe ser) sino por lo que elige mirar y guardar. Y así, coleccionista de momentos y herido por los jirones de que se construyen mis sueños, sigo.

No veo España en esos cendales vaporosos. Pensar su nombre no envenena mis ideales de futuro, pero los deja en sordina, los aventa con incertidumbre perpetua. Eligiendo ser apátrida espiritual, me doy cuenta de donde está mi hogar. Quizá logre hacerme otro. Sea cual sea, debo llegar a él. Y aunque las vigas estén carcomidas y el polvo se haya posado en todos los recuerdos, no puedo deshacerme de ello. Pensando como podría combinar la libertad de hacerme quien decida y pueda alcanzar ser y los trazos que me han marcado, dibujo cartas náuticas que de alguna manera, no se como ni por que sendas, incluyan vientos propicios que me lleven a casa.





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