Hace unos días, nos acercamos al museo de arte moderno de Dublín. No acabo de ser un incondicional del arte contemporáneo, por más que confíe en el buen gusto de algunos conocidos que lo disfrutan. Esta visita, en general, no fue la excepción. Alegorías demasiado claras, maniqueas. La confusión entre impacto y mensaje. En fin, nunca logro desprenderme de una sensación de involuntaria puerilidad cuando visito estos museos. Simple opinión de una persona sin demasiado bagaje en el tema.
Hubo, sin embargo, una muestra que me conmovió; Shot at dawn, fusilados al amanecer. La idea es fotografiar amaneceres. La peculiaridad es que en aquellos lugares combatientes de la Gran Guerra fueron ejecutados. Con otra particularidad: no murieron como héroes descuartizados por la locura de sus padres en trincheras hediondas. Fueron ejecutados como cobardes, desertores, traidores. Rompieron, imagino que por pavor, la disciplina de un animal voraz que los engullía contra los sacos terreros.
Son imágenes otoñales, de quietud. No solo hacen recordar los Senderos de Gloria y la futilidad del exaltamiento humano. Se aquietan entre los nombres idos de muchachos que murieron en el apogeo de una pasión absurda con el deseo de la destrucción. Mirando los valles escarchados, su cielo perezoso, las arterias de actividad humana que se muestran, una valla decaída, un muro ennegrecido, parecen el museo mudo de una raza maléfica que vive en cualquier sombra que se le ofrezca porque odia la luz.
Salí al patio del museo. Disfrutamos, en esta parte soleada del mundo de transporte público y agua corriente, somos libres para decir nuestras extravagancias y hacernos la ilusión de que los otros, en las pausas de su monólogo, escuchan el nuestro. Y no les debemos nada. Hemos conquistado el vacío resplandeciente de la modernidad sin ayudarnos en su sacrificio o muerte. Son menos que nada. Solo han sido sombras sin nada que decir porque otros los mintieron. Y la tierra, en su hermosura temprana, se burla sin decoro de su destino inútil.
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