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miércoles, 7 de agosto de 2013

07 de agosto de 2013

Contra lo que pudiera parecer, Dundalk, tal vez todo el condado de Louth, quizá toda Irlanda, está repleto de luz. No siempre es grata; en verano, puede despertarme un furtivo rayo antes de las 6 de la mañana y llevarme a otro lugar distinto en el que estaba, mucho más cansado y confuso que en las vibraciones inestables de los sueños. Pessoa decía eso tan maravilloso de que se despertaba con alegría y pena, pena de perder lo que soñaba y alegría de volver a la realidad donde está aquello con lo que soñaba. Yo soy más modesto, y en miércoles, primer día de mi turno semanal, me conformaría con que los rayos se detuvieran frente a mi ventana e iluminaran el jardín, que está un poco triste, con la hierba asilvestrada y los arbolillos enclenques. Pero la luz, como el espíritu, sopla donde quiere, y nunca sabe donde posarse hasta que te anuncia que empieza otro día.

O que acaba. La luz arrebolada del atardecer es maravillosa, cayendo y ampliando su gama con los minutos, retorciéndose en las nubes y pintándolas como burbujas frágiles, mientras el cielo azul se oscurece. Quizá para ver una puesta de sol sólo se necesita un lugar sin edificios altos y estar triste. Dundalk es un pueblo como todos, sus lugares encantadores y sus zonas olvidables. En fin, la gran literatura, el gran arte y la gran vida se hace de humanizar lo cotidiano y alumbrar lo que a primera vista es anodino, y no adornar con exageraciones heroicas e inhumanas (no asolar el complejo bosque de la experiencia con simplificaciones pueriles) lo que no tiene tanta sustancia, pues aunque los libros no sean la vida, aspiran a ser un espejo fiable. Y ya dijo algún clásico que cuando el destino eleva a alguien por encima de su categoría, desarma su insustancialidad y lo aventa. Ser marginado tiene ventajas, reza el título de un libro que leo a ratos. Quizá tiene la ventaja de evitar las actuaciones, cansa ser un personaje, y la máscara se acaba pegando a la piel. Y además, bajo todas las diferencias folclóricas, occidente ya es la aldea global habitada por personas cortadas por el mismo patrón. Quizá estamos mejor así. Como dijo el sabio*, desde que un ser humano conoció a otro con distinto idioma y forma de pensar, la humanidad ha tenido un sueño: matar al otro, para no tener que aprender su idioma ni su manera de pensar. Puede ser verdad. Mientras tanto, el sol sigue saliendo sobre los justos y los injustos. Y nosotros tratamos de merecer un lugar bajo su manto.

Zapp Branigan, capitán de navío interestelar. Si no os suena, googlear. 

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