Se diría a veces que las relaciones humanas son como conjuntos hilados de azar, y en ocasiones una vibración de uno, afecta a varios. Y esos afectos creados o truncados tienen un peso específico mucho mayor que el panorama tranquilo de un océano de tiempo, como si viéramos un lejano mar embravecido desde un acantilado y sus olas resultasen a nuestra vista tranquilas sábanas de espuma.
En la biblioteca nacional de Dublín hay una exposición permanente dedicada a Yeats, y un poema escrito a máquina lo explica bien, en un segundo todo cambió...y todo envejeció de repente, cambió de lugar y se perdió. Pero quizá no para siempre. Y si envejeció fue porque era radiante, y hay muchos afectos que lo siguen siendo, y sus tramas urden el futuro. Es curioso lo que necesitamos a los demás, y lo que cuesta estar solo. Uno se acostumbra a la compañía, y le acaba costando pasar una noche pensando, mirando la luna y olvidando todo lo que está fuera y que no es la verdad de uno mismo, la verdad de su alma y sus tripas. "En el hombre interior habita la verdad". Dónde estará ese ser humano feliz, reposado y alegre que se prepara para encontrar el misterio de la vida antes de ponerse en paz con Dios. Supongo que aprendí muchas cosas que eran mentira, y he construido una búsqueda que debe ser rehecha. La felicidad es la lucha de estar vivo por ella, no un estado estático e inmutable que conquistar para siempre. La soledad es a veces el precio de la conciencia intranquila, que también puede ser un don. Pese a eso, cualquier amistad que se distancia por causas que no sabrías encontrar deja un regusto amargo, una esperanza y una certeza: todo lo bueno que queda, quedará para siempre. Y no tiene sentido valorar más lo que falta que lo que se tiene.
El día ha acabado pleno de buena gente, amigos y diversión. Supongo que algún día saldré de aquí e iré a buscarme, y estos momentos persistirán. Y como la noche en Dundalk, la placidez es mucho más lúcida con la conciencia de que la tormenta puede desatarse en cualquier momento.
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