Pasan las horas rápidas, como cernada que el viento aleja de la lumbre y se consume mientras vuela. Cuando uno está sumergido en monotonía, el tiempo pasa espeso, y cuando se divierte, se escurre como el agua entre los dedos. Pero, tras un tiempo, el tiempo del aburrimiento queda como un inmenso vacío que se repliega sobre si mismo y queda en nada, y las horas amenas ganan peso y color. Así que todo sea por el recuerdo y el presente, efímero pero gozoso.
Lo sería más sin lesiones. Mis zapatillas son viejas, y un resbalón me ha hecho mucho daño en la rodilla. Cojeo, pero creo que no es nada. De todas formas, que poca cosa es a veces el espíritu con medio centímetro de ligamento, cartílago o músculo dañados. Seguimos al sol y su rito crudo y tan ansiado. Buscamos la paz en las terrazas nocturnas. Olvidamos los días furtivos de rutina. Y buscamos labores que trasciendan el paso de las horas y su sedimentación en rincones agradables de la memoria. En resumen, reímos, hablamos, jugamos, leemos y vivimos como si nada fuera a perderse. Viene bien, a veces, sentir esa inconsciencia tan poco lúcida y tan vitalista. Aún con crema solar, para mañana no arrepentirse.
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