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martes, 13 de agosto de 2013

Bibliotecas, fútbol. 13 de agosto de 2013

El día pasó lento y productivo (como están enseñándome a odiar esa palabra, por cierto). Querría haber sacado algunas películas de la biblioteca para esta semana, pero al final me pudo la pereza. La perreza. Me encantan las bibliotecas. Fuera de la codicia, la ambición, el egoismo, la maldad y la barbarie, el imperio de la brutalidad que en una forma un otra siempre acaban experimentando los humanos, una biblioteca es una frontera, un lugar donde dejar a la entrada la lucha por la vida, guardar silencio, aprender y disfrutar. Es uno de los sitios del ágora, que debería ser lo público sin ser oficial. Eso que es más cómodo para el poder erradicar que conservar, para mantener las vidas de la muchedumbre encauzadas a través del caudal que diseña. Leía a mi siempre admirado José Luis Pardo,

Ya he señalado en otra ocasión la importancia de la observación de Zygmunt Bauman en este sentido: ahora la duración de la vida humana se ha convertido en la referencia última y en la medida de todas las demás cosas humanas, pues ninguna de ellas tiene ya garantizada una permanencia superior. Ni los matrimonios ni las empresas, ni los ministerios ni las profesiones, ni los Gobiernos ni las familias, ni los edificios ni las herramientas, ni las iglesias ni los vestidos, ni los bancos ni los Estados tienen ahora por qué durar más de lo que dura, como media, una vida humana, y lo más frecuente es que, a lo largo de esas vidas, los mortales vayan viendo erosionarse y caer sus matrimonios, sus empresas, sus ministerios, sus profesiones, sus Gobiernos, sus familias, sus edificios, sus herramientas, sus iglesias, sus bancos y sus Estados, mientras lo único que permanece en pie es esa vida suya, en otro tiempo considerada tan frágil y tan miserablemente corta.

Ha llegado, para muchos miles de personas, ese día en el cual, al no contar con otra referencia de estabilidad que no sea su continuidad biológica, y al no poder ya esperar ninguna continuidad social o política por parte de las instituciones públicas o privadas, se ven obligadas a convertirse en empresarias de sí mismas, en gerentes de su propia vida a título puramente individual. Si la revolución industrial terminó con el Libro y esta revolución posindustrial ha de terminar con los libros, ¿quién contará el sufrimiento de estas vidas estranguladas en la contradicción de su condena al reciclaje permanente y su enfrentamiento a su condición mortal y, por tanto, esencialmente no-reciclable? Necesitamos urgentemente nuevos órganos de escucha.


Y comparaba sus palabras con las de una alcaldesa de algún concejo canario en la que se quejaba de que las bibliotecas requiriesen dinero público sin ser rentables. Esa mentalidad mezquina que mide las vidas humanas como medios y que convertiría el mundo, si pudiera en un lugar regido por el mero cálculo monetario. Un mundo tan pobre en el que no valdría la pena vivir.


Por la tarde jugué al fútbol. perdimos, pero fue un esfuerzo estimable. Construir un equipo armónico es casi tan difícil como buscar una sociedad justa. Al final, el compromiso colectivo, la forma de afrontar los sacrificios y los retos y la asunción de las limitaciones propias y de tus compañeros o conciudadanos se basa en un equilibrio entre la gestión del egoísmo y el estímulo del altruismo. Y compartir la pelota. Confiar en el otro. Aunque el balón se rebele o haya gente ruin. O la suerte sea esquiva y venga Abreu.





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