Supongo que todos escribimos porque encontramos una manera de escapar a ciertas prisiones, como otros bailan, leen revistas o juegan videojuegos. Creo que es cierto que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo; Hay una masa sin forma definida de añoranzas y pesares, sueños y ritos a las que uno va dando forma de la manera que puede.
En los mejores momentos, imagina uno que habrá quien lo lea con atención. Pero es mejor no darse importancia; toda afectación es mala. Uno comenta el día, sus salones tapiados, sus patios de naranjos que vemos mientras el sol y los pájaros cantando lo inundan, y del que sabemos que nuestro paso estará vedado.La tormenta en el mar de las dudas, con los gritos de los compañeros en la cubierta y los rayos hiriendo.Las escaleras que ciñen una torre que en lo alto se demuestra que no existe, mientras seguimos hacia arriba, sostenidos en la magia. Las paladas de remo monótonas de la rutina atravesando lagunas en cuyo fondo duermen las ondas y a cuyos lados los héroes juegan. Convocar lo que se es capaz de imaginar en el caldero de lo que se es capaz de sentir, a través de fonemas que han viajado los siglos para darnos sus sentidos ambiguos.
Sin embargo, todo esto es nada; no mejor que el corredor de bolsa que come su sándwich triste, no mejor que el atleta que cruza como un chispazo la sombra, no mejor que el solitario que toca su melodía en el espejo roto de la inocencia, no mejor que quienquiera que hace sus juegos de manos con el destino para sobrevivir, como todos. Por eso uno escribe. Para encontrar, tras siglos de oscuridad y lejanía, una unión definitiva con los otros y consigo mismo. Porque ejércitos de recuerdos y amargura se enfrentan en las playas de la noche sin cesar su acoso. Para escalar más fuerte. Para alcanzar más lejos.
Dundalk camina tiesa de hombros mientras algunas ventanas iluminadas ofrecen sosiego y buena compañía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario