Cuando vuelvo del trabajo caminando me suelo cruzar con un anciano. Va con cuidado, con pasitos pequeños, su gorra, las gafas gruesas y una bufanda bien ceñida. Imagino que hay alguien que le cuida y le espera; yo así lo deseo. Una de las cosas que más detesto es la injusta soledad de los viejos. Reconozco que pueden ser exasperantes, que la soledad los hace pesados y la debilidad rencorosos. Pero cuando paso por los parques o los veo en los coches, con esa mirada ansiosa de capturar lo que se va, siento lastima, por ellos, por mi sentimiento no pocas veces hipócrita y por el mundo que hemos construido,de exiguos espacios de cuerpos tristes atravesando soledades inconcebibles a lo largo de los años.Me imagino a mí mismo allí, si llego, sentado y sin nada que hacer, con un recuerdo cada vez más difuso de aquel que fui y la mendicidad de un poco de cariño y calor de los míos. Si es que conservo a alguien.
Cada vez que me cruzo con ese señor, saludo y trato de sonreírle. Quizá nunca lo vea, quizá le importe un carajo. Yo solo puedo desearle y con él a todos, buenos días, pocas penalidades y afectos, y tratar de no olvidar que en esos cuerpos avejentados, como en los de los horteras que detestamos o los simples que ignoramos, hay un alma capaz de sufrir.
Hoy he descubierto una canción triste y hermosa que me sugiere una historia similar, una pareja que pasa la vida hasta que uno de los dos falta, y el otro solo espera volverla a ver de nuevo, sin olvidarla nunca. Os la dejo, espero que os guste, a pesar del nombre del grupo que la canta.
Dundalk es un nido de gente donde los ejércitos ignorantes de los fantasmas del recuerdo y la ilusión batallan cada noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario