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lunes, 27 de febrero de 2017

27 de febrero. La alfombra roja.

Hoy son los Oscar. Hubo un tiempo en el que les daba importancia. Trataba de ver las películas candidatas, me hacía opiniones que creía merecedoras de ser oídas, enmendaba la plana desde mi sofá a los realizadores que habían dado lo mejor de sí mismos en un oficio que dominan y yo desconocía y desconozco. He observado lo extendido de esta actitud y si no me privo de ofrecer puntos de vista (o visiones desde un punto, mejor o peor, el mío), trato de hacerlo desde la humildad de un profano la mayoría de las veces y siendo consciente de que si hay algo fácil de hacer en este mundo es verter una opinión más, Y lo fácil no libera nunca.

No creo en clasificaciones artísticas. Me parece que el arte es una forma distinta de comunicación que presupone una apertura del receptor y un uso consciente de símbolos compartidos. Como tampoco soy posmoderno, trato de encontrar motivos que establezcan distintos tipos de arte y por qué unos son más meritorios que otros. A partir de ahí, que cada uno haga el suyo y sea feliz con sus elecciones. No seguiré los Oscar y veré cual es la favorita de los votantes de la academia y el resto para hacerme una idea de si quiero ver alguna de esas películas en el futuro.

Hay, sin embargo, un símbolo que me fascina y asusta. La alfombra roja, o la sumisión consciente del arte (vida) al espectáculo (deseo). Esa alfombra separa dos mundos, y uno de ellos, que es sombra pero de donde sale la luz, ilumina el otro, que nos engaña. Bien pudiera ser infinita, y si tiene algún fin es el de la realidad, que nunca cesa de soñarla. Y en su devenir glamuroso y vacuo se diluyen las opiniones, los hechos y el principio de un mundo ordenado de manera implacable sobre la indiferencia, en el que sobreviven el deseo y la voluntad, que ayudan con su existencia a sobrellevar la frustración que despierta su fracaso inevitable. La rueda gira, y gente guapa recibirá unos premios de manos de gente que fue guapa y recibió premios ayer. El deseo que tienes, amigo lector, no moldea la realidad que te circunda. Y nada de eso importa, como todo.

Dundalk maquilla sus arrugas cada lunes para mostrarse a un sol esquivo que la acaricia lento.





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