Yo no sé de donde viene esa idea, quizá sea una mala herencia del cristianismo cultural, como si el dolor mostrase una verdad más honda que la alegría.Al final, lo feo y mezquino nos parece natural y lo hermoso mentira. Creo que la mayoría somos capaces de distinguir un mal día de la esencia de alguien, al igual que sabemos hacerlo con la euforia de un buen momento. Y también merece más respeto la indulgencia consciente que el juicio ingrato; revela mejor carácter tratar de igualar a los demás elevándolos hacia una dignidad no exenta de fallas que rebajándolos hasta una tara innata que los incapacite para lo alto. A veces, al igual que los idealistas que quisieran ser héroes y deben estirar la realidad que vive hasta extremos que lleguen hasta donde su virtud no puede, hay quienes parecen creer que deben manipular la condición humana para resaltar su propia valía.
No sé donde nos llevará esto. En un mundo tan indiferente no cabe ser muy optimista en el gran escenario. Supongo que sin embargo, si se pueden hacer cosas en las pequeñas esferas de realidad que tocamos. Ser amables, ser honrados, cuidar del otro... Todo lo que nos enseñan cada día como débil, decadente, perdedor. Amar la trama de cada día y elevar al ser humano por lo que suscita de admiración y no por lo que merece desprecio. No porque debamos llegar a ser mejores por ello, sino porque reconocemos su substancia en nosotros y la nuestra en ellos. Y a la vez, sin llegar a compromisos obscenos con aquello que degrade nuestra naturaleza. Pues, como escribió Thomas Mann, el secreto de la humanidad es el respeto al secreto del hombre.
Dundalk ruge ventiscas mientras los ateridos corren, buscando techos y calor.
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