Repica la lluvia sobre los cristales tintados de "The Olde Fiddle". La lumbre juega con los vasos casi vacíos de la barra y da calidez al día nublado. Los parroquianos no miran a la ventana, cansados de esperar. Acodados en la barra, miran dentro de sí el sol que les niega la tarde.
- La edad no tiene amor, dice el viejo Joe, de repente. Sus compadres le miran, extrañados.
- ¿Cómo dices? se sorprende de oírse el tímido Benjamin, con la voz algo pastosa, pues la tarde es larga.
- Digo que la edad no tiene amor. Lo decía el otro día un científico de Estados Unidos, que todo son conexiones que hay en nuestra cabeza y una cosa que nos da el cuerpo por dentro durante tres años y luego se acaba. Y digo yo.. .- Joe echa su espalda para atrás e infla su pecho, como si fuera un rapaz, digo yo que si dura tres años, cuando uno llega a una edad, ya no le quedan conexiones en la cabeza ni esa cosa que nos da el cuerpo por dentro. Es pura estadística - sonríe, mira a las mesas donde no hay nadie y echa un trago.
-Yo creía que lo único que perdía uno en la cabeza era la pelambrera, interviene Tim, el cartero. Tienen que ser más de tres años. Mira si no Seamus, que lleva viviendo en Sligo desde que se fue con su esposa. Ya debe estar mayor.
- A lo mejor Sligo no cuenta, reflexiona Benjamin, que vuelve a sorprenderse de haber hablado. Mira a su vaso y se sorprende de verlo vacío. La última ve que lo vió, iba lleno. Con una mirada pide otro al barkeeper, que tira su pinta inmediatamente.
-Puede ser, concede Joe, esos científicos de América probaran en gente de América. No creo que hayan visto las conexiones de la gente de Sligo...
- Quizá de los de Kerry, anade Sean el barkeeper. Hay mucha gente que fue pa allá. Unos primos míos viven en New Jersey y eso debe estar lleno de gente de Kerry. A lo mejor ya tienen el ADN muy mezclado y el amor también les dura tres años a ellos.
Joe sonríe con condescendencia mientras oye esa última opinión. La lumbre sigue crepitando mientras la noche y la conversación avanzan. - No es así -le responde, -el ADN no va así. Se supone que se tendría que mezclar todo el condado de Kerry con todos los Estados Unidos para crear esa cosa que da el cuerpo durante tres años. Si no, cada uno tiene el suyo.
- Que me aspen si le encuentro el sentido- responde Sean, pensativo -entonces, si el ADN no esta mezclado, hay gente a la que el amor le durará tres años y gente a la que no.
-Bah-, responde Joe, no tiene que ver con el ADN. Tiene que ver con como sea tu cuerpo y las conexiones de tu cabeza.
- ¿Y eso por que?- dice Tim. Mis conexiones son excelentes
- No lo sé- replica Joe. Quizá cuanto mejores sean, menos dura.
Esta revelación hace el silencio, solo interrumpido por las gotas de lluvia contra el techo.
-Puede ser que los americanos hayan descubierto algo para que el amor dure más- apostilla David, igual te ponen una inyección y te puede durar...¡doscientos años!
La concurrencia ríe. El buen Joe, el tímido Benjamin, Tim, Sean el barkeeper, David y Chris, que bebe lentamente, pero ahora, de repente, decide levantarse y aclara su voz, haciendo saber que va a decir algo importante.
-Ejem, ejem, caballerooosss-la voz se le quiebra al final y hace un gallo-. He pensado que, como somos solteros casi todos y estamos interesados en el tema, podríamos hacer algo al respecto. Tenemos que buscar a ese americano que sabe tanto y convencerle de que mire a la gente de Sligo. Es más- se viene arriba- deberíamos cruzar Erin e ir nosotros mismos a Sligo!
La gente aplaude. Sean el barkeeper invita a una última ronda antes de cenar, mientras todos hablan a la vez. Quizá en Sligo está la respuesta. Quizá en otro pub de Sligo, otro grupo de mujeres comparte reflexiones y una botella de vino mientras deciden ir ellas mismas al condado de Kildare para encontrar el amor. En una taberna de Sevilla, un restaurante de Osaka, una discoteca de Lima y un resort de Nairobi tiene lugar la misma conversación bajo diferentes climas, lenguajes y acentos. En un apartamento de Pasadena, un neurocientífico comprueba satisfecho la transferencia recibida de la revista científica en la que colabora por un artículo escrito deprisa y corriendo acerca de un estudio que no pudo terminar; su mujer lo dejó y él decidió vengarse contra el amor, nuestra perdición. Bueno, no todos. Mientras ve la tele y acaba su pizza recalentada, mira la cifra con una sonrisa orgullosa. Le sigue gustando el dinero a pesar de los años.
La edad no tiene amor.