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jueves, 30 de abril de 2015

Paul Morphy, o el miedo a la grandeza

Sostiene Enric González que Bobby Fischer de precipitó en la demencia porque padeció el mal irresistible de mirar a los ojos a la perfección. Es posible. Casi un siglo y medio antes, Paul Morphy sufrió un mal quizá aún peor; ser contemplado por el resto de los hombres como la propia perfección. Ajedrez, por supuesto. Donde los aficionados y los malos jugadores vemos un espacio reducido donde las piezas se mantienen cercanas, para los grandes jugadores las diagonales de los alfiles son potencialmente infinitas, los peones construyen y asaltan murallas de matices infinitesimales, y las piezas buscan la armonía que solo una melodía inspirada puede alcanzar. Despojado de sentimentalismos, pero no de belleza, para aquellos que han entrenado su mente en ella, una posición de ajedrez puede ser una experiencia tan abstracta que desemboque en lo místico. Si creen que exagero, intenten asmilar que hay más partidas de ajedrez posible que átomos en el Universo. Y que el azar está desterrado de todas ellas.

Paul Morphy nació en Nueva Orleans, de familia criolla (ascendencia hispana, irlandesa y francesa). 1837. Creció con un don que desdeñaba. Estudió Leyes y mientras tanto derrotaba con inusual facilidad a cada jugador con el que se cruzaba. Aún sin 21 años , edad mínima de entrada en la Universidad, decide medirse a los mejores jugadores europeos. Viaja al café de la Regence en París, a Londres, a Birmingham. Es reconocido como el mejor jugador del mundo..a falta de enfrentarse a Howard Staunton.Temeroso, Staunton incumple pactos, se demora en las respuestas, alega compromisos previos. Morphy desea jugar con un verdadero rival que no encuentra, ofrece peón jugando con negras, ofrece un caballo de ventaja, juega simultáneas...es inútil. Donde el ve combinaciones  majestuosas, sacrificios memorables y movimientos invisibles para el resto, los demás jugadores y sobre todos ellos Staunton, el campeón oficioso del mundo en ese momento, temen que su pasión secreta les niegue su gracia, entregada a un sureño que ve en la obsesión de otros un pasatiempo retador. Cansado, vuelve a su país, trabaja como abogado. Estalla la guerra de Secesión. Al terminar, intenta volver a su trabajo, sin éxito. Su ajedrez lo ha devorado. Y la ingratitud y el miedo de los hombres a admirar el don a quien quiera que se le haya otorgado lo impulsan a abominar del ajedrez, su mayor grandeza, la que nunca quiso. Si Bobby Fischer enloqueció a causa de la búsqueda de la perfección, Morphy enloquece de huida, la de la llamada del talento irremediable y la de aquellos que tienen miedo de ese talento indeseado.Fue infeliz porque fue demasiado lejos, sin ser consciente de ello. Su don lo condujo a esa llanura solitaria que solo ilumina la tormenta.

A sus 30 años comenzó a sufrir su paranoia y delirios persecutorios. Murió bañándose en casa, con 47 años.



Pero siempre hay algo que se deja.


martes, 7 de abril de 2015

Crecer

La economía mundial está condenada. No por una plaga de la cosecha, una guerra letal o una catástrofe cósmica. Por los pecados de sus siervos, queda condenada a no crecer en los próximos tiempos.

Uno apenas ha estudiado un curso de economía política, pero, como el resto ha escuchado entreveradas las claves de los relatos de la felicidad en esta tierra para el homo economicus: la productividad, la inversión, el ahorro, el crecimiento. Con ellas se construyeron las ficciones del cuento de hadas con moraleja severa que nos contaron los dueños de la ficción crediticia (por la que fueron salvados del monstruo de la deuda con el dinero de los irresponsables a los que abroncaban públicamente cada día). Y con ellas se entrelaza el tapiz de los nuevos tiempos, los de la pobreza de experiencia. El ahorro de nuestros padres no sirve para nuestra inversión. La productividad de nuestros abuelos ha sido arrasada en campos bursátiles. Y la moral, el esfuerzo, el consejo se ve desmentido cada día en las portadas, el listo vive del tonto y el tonto de su trabajo, el nuevo cambalache, del nuevo siglo, tan viejo como cualquiera. Los salvadores agitan banderas calculando cuando y donde mostrarlas, ofreciendo un cambio que no existe, porque no es posible salir del cuento, y en cada cuento hay un dolor de pérdida, un cansancio, una duda. El héroe debe solventarlos con sacrificio, y a cambio de una herida por cada victoria. Ignorar la lógica del relato nos presentó triunfadores esbeltos que simplemente habían logrado esquivar el camino recto y estafar al pueblecito humilde que todo cuento que se precie aspira a levantar.

Crecer. No hemos crecido en comprensión de la regla del juego, ni en sabiduría ni compasión. El crecimiento del FMI es una hipertrofia de la voluntad de mercado, que como la voluntad de poder, solo se detiene hasta que una fuerza más poderosa la detiene. Y ese día volverá a llegar, antes o después. Y lo volveremos a lamentar, cegados como estábamos por el resplandor de las cosas que atesorábamos...

Aviados vamos si los ciegos nos guían.