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sábado, 31 de octubre de 2020

Grecia o el mediodía del mundo. 31/10/2020

 En el lejano occidente hay un lugar, más allá de las tormentas y las cuevas donde habitan los monstruos hay un jardín en el que crece una arboleda fastuosa. A la luz que filtran sus ramas, el agua que la absorbe muestra los brillos dorados que son el espejo del fruto que ofrecen, pues las manzanas de oro, que crecen y se alimentan de la luz del sol y la frescura de la fuente escondida, otorgan la inmortalidad. Lectora que ahora posas tus ojos en este texto, ¿llegarás tú al jardín de Hera, aquél al que llaman el de las Hespérides? 

Grecia es la infancia del mundo, o al menos la del que esto escribe. Antes de la culpa y el ocaso, es el sol y el bronce bruñido. Es una vitalidad específica, plena de luz e inocencia pese a todo que asocia uno con la jovialidad de los que aún pueden ser inmortales; antes de que la vida vaya en serio. No conviene idealizarlos en su momento: poseían esclavos, no sentían piedad por los débiles, excluían a las mujeres. No obstante, han encendido un sol de mediodía sobre el mundo que ilumina mejor lo que somos y aviva la llama de lo que pudiéramos ser, en nuestros mejores momentos y si los dioses nos fueran propicios. Hay otras tierras del norte con otros mitos que vienen de la oscuridad y el frío, y es bueno hacerlos nuestros, si nos sirven; esta noche es una de ellos. Pero el corazón se va hacia esas islas con reyes audaces y sabios, de deidades venales y de sufrimiento y gloria que podemos creer nuestros. Es un lugar al que volver, como volvemos a nuestros antiguos sueños, alegres y misteriosos como la carne joven y la imaginación del niño. Pues en ese momento es cuando fuimos Dioses nosotros mismos, y es esa felicidad perdida de la que sé que nunca seré capaz de reponerme por completo.

El laurel de la gloria y el estremecimiento de Edipo, la pena escondida de Aquiles y la furia del can Cerbero a las puertas del Hades, la valentía de Antígona y la paciencia infinita de Caronte lamiendo con sus remos la laguna Estigia. La anagnórisis, ese concepto triste y romántico en el que el mundo arroja el velo para mostrarnos la verdad de lo que somos y que no queríamos saber. La musa que canta el fracaso humano en un éxtasis de tristeza. Es ese ideal humano que apela al misterio acaso la antorcha que ilumina la oscuridad en la que hoy vivimos, repitiendo rituales que se agotan en su mismo acontecer para dejarnos sanos y siempre sedientos. La sed de los que han negado cualquier desconocido para vivir con la comodidad de quienes ocultan el dolor y la muerte aunque sientan mordisqueando sus tobillos al espanto seguro de estar mañana muertos. Pero los horizontes perdidos no envejecen jamás.

Veo la serie Troya estos días. Es un intento estimable de interpretar varios mitos e interrogantes que nos dejo Homero (que parece ser el nombre colectivo de varios rapsodas, otra forma de decir Grecia; Borges afirmó en una ocasión que cualquier autor debiera firmar como Homero).

Hay otra razón más acuciante quizá, que me lleva a ella: el aprendizaje de la libertad, que ellos pudieron entender como las aristas de las desigualdades naturales sobre la base de la igualdad radical de la condición humana. La tragedia, la democracia, el deporte, son manifestaciones minoritarias basadas en el entendimiento de la diferencia que nos forma desde el molde que nos crea. Idealizando su propósito de nuevo, adaptándolo a hoy, siento que es tan problemático hoy como lo fue entonces; hoy parece que un poder aparentemente benévolo en el trato, redimiendo a los individuos de las decisiones problemáticas o de consecuencias inciertas a la vez que asegura cierto bienestar material a la boca y a las pasiones es preferido al fuego de la decisión y el impulso del individuo a estar solo y avanzar en el jardín de senderos que se bifurcan que puede ser la vida, sin tutores ni magos ni augures, sin nadie que hable en nombre de los dioses que no conocemos, entregados al azar y la providencia con las únicas armas del coraje y la virtud. Mínimos como somos, juguetes de un futuro al que no hacemos falta. Los bárbaros siguen acechando desde nuestro miedo a la libertad que se enquista en ese frío absoluto. Y sin embargo, ellos hallaron una fórmula, y supieron que no era perfecta...pero era correcta.

Los fuegos artificiales florecen esta noche aquí. Quizá un hielo de viento imperceptible lleva mi pensamiento a una tierra que no he pisado y que siento como la contadora de cuentos que me ha llevado en gran parte a ser como soy (o como aspiro; de mis innúmeros defectos no sería justo culparla). Es una tierra en la que las olas siguen atrapando el sol entre olivos y viñas, y el mar es un laberinto de pasiones donde el coro de las sirenas puede encadenarte y la furia del cíclope destruirte. El mediodía del mundo está allí para ofrecerte una historia a la que buscar un sentido y un ánfora de vino en el que atrapar el segundo que se escapa. Aquí las corrientes del río fluyen suaves para unirse al ritmo del mundo, que es uno y está fragmentado en todos los puntos de vista que podemos construir, mientras las musas nos lo permitan.  

Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves..

Canta, oh Diosa, el fin del nuevo día, y que sea en salud y en paz. Por el sol y las olas, la felicidad y el desconcierto, la bravura y el mito...

Un Homero muy menor. Como casi todos.


lunes, 26 de octubre de 2020

Girando como una noria. 26 de octubre

 Lo supieron los arduos alumnos de Mileto. También los místicos sufíes, los pitagóricos y los chamanes. Platón conjeturó en boca de Sócrates su naturaleza y Nietzsche creyó aprehenderlo en un rapto místico. Las torres de cristales de Bagdad, las salas secretas que deben aparecer algún día de la biblioteca de Alejandría y las caravanas que van a Damasco recibieron el mismo mensaje que a Confucio y Govinda legaron sus olvidados maestros. El mensaje inicial se ha perdido, como todos, en una playa de renacer y olvido a la que no sabemos llegar, mezclado con las aporías que los otros han ido añadiendo a un árbol de significados.

Somos círculo y acarreo. Hay quienes afirman que algunos son como hojas que lleva el viento y otros como flechas que persisten en su vuelo tenaz hacia su objetivo. Pero y si fuéramos hojas que la corriente lleva en extremos lejanos de un remolino; nos parecería seguir una trayectoria lineal mientras damos vueltas y nos acercamos a su centro, donde caeremos hacia algún sitio del que surgir de nuevo. 

¿Qué tiene que ver toda esta especulación con la vida hoy? Creo que da una interesante perspectiva sobre la agonía y el éxtasis, el laurel y la cruz. Todo esta en ti, la euforia más desbordante y la ternura más amarga. Cuando el mundo exige una actitud de dureza inquebrantable hacia el futuro; cuando cualquier inseguridad es vergüenza y cada dominio, liderazgo y decisión; cuando los que deciden el futuro niegan tus opciones y marcan solo unas pocas como aceptables porque desean poseer tu voluntad y tu rabia; cuando la marcha del tiempo te lleva como un caballo desbocado hacia un futuro que merece sacrificar la felicidad presente, quizá es la hora de rebelarse contra la linealidad y la simpleza de la línea.  Reivindicar la inseguridad, la duda, como uno de los mas nobles nombres de la inteligencia. La humildad, el desvío, la porción de la vida que nada debe arrebatarnos, la armonía que nace de lo que nos falta y la pelea de lo que nos promete.

Puede que la peste de hoy no sea la misma que sufriste en Atenas. El incendio de Tenochtitlán no es tu mirada perdida al perder de vista tu lugar amado. La muerte en el ártico de infortunados exploradores no es tu derrota al extrañar a un amigo. Pero en todas tus circunstancias se juntan todas las experiencias del mundo con las tuyas en una intersección irrepetible. Para fingir que eres quien es imposible llegar a ser en este mundo de presión y soberbia, mejor sé tú, contra todo y todos. Y así, carga con tus propias penas, amando al destino. 

Quiero aprender cada día a considerar como bello lo que de necesario tienen las cosas; así seré de los que las embellecen. Amor fati: sea este en adelante mi amor. No quiero hacer la guerra a la fealdad. No quiero acusar, ni siquiera a los acusadores. ¡Que mi única negación sea apartar la mirada! ¡Y en todo y en lo más grande, yo solo quiero llegar a ser algún día un afirmador!

Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati [amor al destino]: el no-querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad. No solo soportar lo necesario, y aún menos disimularlo ―todo idealismo es mentira frente a lo necesario― sino amarlo.

Las palabras del germano resuenan como el silbido de flechas en los bosques de Teutoburgo, y el ayer prende el hoy; como el agua, no corre nunca hacia atrás, pero hacia donde va, impregna de su sedimento antiguo lo que será mañana. Las luces de la ciudad estallan contra un cielo en el que la luna repite su ciclo infinito y nosotros con ella. El viento levanta pequeñas olas en el río y nosotros vamos en su corriente, preguntándonos si vamos hacia adelante o caminamos en círculos, girando como una noria, acechando en nuestras indagaciones la naturaleza misteriosa de la flecha del tiempo. Somos círculo y acarreo. Lo supieron los arduos alumnos de Mileto.



martes, 20 de octubre de 2020

Job. 20 de Octubre.

 Hace unos minutos termino de leer este relato estremecedor, desolador y reconfortante, hermosísimo. 

Pessoa escribió que la modernidad había dejado de creer en Dios como nuestros antepasados habían creído: sin saber por qué. A uno no le parece que estar del lado de la mayoría sea reprobable o que los pocos tengas más respuestas o iluminación. Por lo que uno ve, todos estamos ansiosos y perdidos. Antes, la desgracia se rumiaba entre el pequeño mundo que uno habitaba; ahora, es una grieta insignificante entre la brillantina de un mundo inmenso como un océano de olvido. Por eso la ansiedad, por eso nos sentimos tan perdidos a veces. Me doy cuenta mientras escribo de que recurro al truco barato de usar la primera persona del plural para arrastrar al lector a mi estado mental. Me disculpo por ello y lo eximo de cualquier anhelo.

En la novela de Joseph Roth, un hombre modesto vive el silencio de Dios como un susurro cálido y confortable. Da gracias al Altísimo por el sueño, el despertar y el nuevo día. Pasa los días envuelto en la levita de su protección y la sensación arrulladora de un mundo en orden. Mas, como ocurre con Job, la dicha es solo parte de una prueba que necesita más tiempo. Los quebrantos se alzan contra su casa. Trata de rebelarse y avanzar contra la tempestad que Él desencadena. Siente los golpes de la vida como si vinieran del odio de Dios. En su cuerpo encorvado, nacen heridas invisibles que ya no cerrarán. En el viejo judío ha reclamado su trono su majestad el dolor. Y entonces, reniega. Lo hace de la forma en la que solo puede hacerlo el que se ha entregado antes. Todos los que esperaron y no fueron retribuidos por la esperanza, lo que mantuvieron la fe y vieron estatuas de sal en su camino por el desierto. Y el infausto destino se une al despecho contra la fe en una melodía que se arrepiente de su propia existencia. El temor de Dios se convierte en la amargura del día interminable.

Así pasa Mendel Singer sus días, desesperado y deseando, como en el relato bíblico, que desaparezca el día en el que vió la luz. Pasan los meses. Mira el océano y desea poder morir al otro lado, allá donde nació. Y cuando el momento va a seguir a otro momento sin luz ni alegría...el milagro puede llamar a la puerta y el corazón del lector se alegra de que la vida pueda ser satisfecha cuando las causas muestran un recoveco hacia el futuro y los meandros del tiempo se agrandan hacia un futuro más amable. Se siente que el silencio de Dios puede ser indiferencia, libertad o gozo. Quizá algún día sabremos la respuesta.

Uno tampoco puede soslayar el magnífico retrato de la vejez y sus servidumbres, la amargura y el amor sin límite que dan quienes no tienen nada más porque han ido entregando todo. Nosotros también los hemos visto, lentos sobre el torbellino vertiginoso de la vida, en colas del supermercado y en pasillos luminosos, en la calle mirando una luz invisible y en la desolación de su vivir aislados en casas desvalidas. En este tiempo de pesadilla y aire venenoso, hemos sacrificado su debilidad por nuestra inquietud, como antes hemos dispuesto su soledad por nuestra vida de ocio y levedad. Todos los que van a donde yace la noble mayoría, reciben la fría mirada de la minoría de los que deforman las palabras de los muertos en su memoria de los vivos. Cada lugar en donde florece el dolor esconde un suelo sagrado.

Que Dios nos perdone.




viernes, 16 de octubre de 2020

Apología del recuerdo. 16 de octubre

Vivimos los días esperando lo que nos cuenten, opinen, muestren. Las experiencias son cada vez más pasivas y el ser se rebela un tanto contra el nivel de reactividad de estar vivo en Occidente en estos tiempos raros. La opinión a discreción se impone como una forma de reaccionar a nuestra incapacidad de modificar el mundo y a la vez, es la actitud que la apuntala. La discusión es drama, y el drama lleva atrayéndonos desde hace mas de veinticinco siglos que llevamos sin conocernos del todo y queremos sabernos mejor. Me he decidido a usar una entrada de blog, que es gratis, para dar mi opinión, muy subjetiva y sin ninguna autoridad, sobre el peso de la púrpura y el anhelo de perfección.

La victoria de los Lakers en la temporada de la burbuja de la NBA ha conllevado de nuevo el recurrente debate de la primacía en el Universo baloncestístico, su majestad o el rey. He leído cosas interesantísimas (como ésta del gran Gonzalo Vázquez)  y aunque estoy de acuerdo en muchas cosas, discrepo en una de las premisas principales: creo que el problema de LeBron es que le hemos visto muchas veces como es y a Jordan siempre lo vimos como quisieron que le viéramos; su brillo impregnó nuestras retinas y nada podrá quitarnos esa lámina dorada de su silueta.

Se impone una profesión de fe o un rechazo del número en la danza aérea que es el baloncesto: como todos, estoy en un punto medio, pero personalmente defiendo el recuerdo y no me fío de las cataratas de cifras; el concepto de asistencia en una época de tiradores letales y dificultades defensivas se ha alejado del concepto de la "canasta fácil" y a nivel de superdotados, es relativamente común ver números exorbitantes y a la vez inflados. Sin ver un partido, las estadísticas no me ayudan, quizá porque mi conocimiento del juego es imperfecto. Necesito ver cada acción, un hilo conductor que me ayude a precisar si un jugador domina el partido o no. LeBron lo hace, sin duda. Creo que apabulla físicamente y es muy inteligente entendiendo el juego, pasa de maravilla y hace lo que debe hacer. No siempre fue así. El relato vital de Jordan no excluye dolorosas caídas, pero acabó reinando sobre ellas. LeBron unió sus talentos al de algunos de los mejores de la Liga ya consagrados en una conferencia depauperada y ha contado con el mejor interior del mundo en su equipo cuando se mudó al salvaje Oeste. 

Estoy empezando a ver una serie, "Brain games". Demuestra convincentemente que atributos como la atención o el recuerdo...son una ilusión. Nuestro cerebro está configurado para prestar atención a lo relevante y necesita ignorar mucha más información de la que recoge. Acepto el veredicto, pero lo uno a mi causa perdida. Un instante de misterio y el surgimiento del héroe nos arrastran más que la paciente recolección de méritos, por injusto que sea. Reivindico el rol imperfecto del recuerdo sobre la estadística avanzada para establecer un juicio . Me uno a Sócrates contra Platón en ello: el primero defendía que lo escrito siempre forma parte de una memoria incompleta. Lo subjetivo puede vencer a lo numeral, y a veces, en arte, en deporte, en la sensación que acecha, debe; quien se esfuerza en demostrar una jerarquía en campos ambiguos...trata de venderte algo.

Al final, de eso se trata todo esto. De vender, agitar, lanzar opiniones para que reboten en una cámara de eco. Pero no estamos aquí siempre para juzgar. Hoy es el aniversario de la muerte de Andrés Montes y nos recuerda una vez más que estamos persiguiendo la felicidad y la vida puede ser maravillosa. Un ocaso anaranjado emergía de los edificios mientras el río se encrespaba por el viento, lanzando sus olas hacia un futuro recuerdo envuelto en noche y ternura.




domingo, 11 de octubre de 2020

Empuñar un arma. Once de octubre

Hasta de los peores momentos pueden encontrarse gemas de ejemplo en los otros. Debo las mías a circunstancias modestas y distintas y el recuerdo más brillante e inspirador este anyo de temblor y ocaso  a Debeah Davis. Él es el padre de Alphonso, el asombroso lateral izquierdo fichado por el Bayern de Munich y lanzado al estrellato. Por resumir, su familia es de origen liberiano. Cuando la guerra civil estalló en aquel país, explicó Debeah "para sobrevivir tenías que empuñar un arma y no estábamos dispuestos". Y qué queréis que os diga. Ya sé que vivimos un mundo donde la violencia explícita embota nuestra empatía, insensibiliza hacia el dolor ajeno, aumenta el umbral de nuestra tolerancia a lo intolerable hasta límites abyectos, le da un glamour perverso a la brutalidad y aquí nunca pasa nada. Por eso me reconfortó tanto leer sus palabras. Todo hubieran podido ser excusas. La maldad de los otros, el derecho que me asiste, la justicia y el reino. Todos los autoengaños ceden ante una decisión honesta y rebelde; rebeldía es decir No, no estoy dispuesto a eso.

Ya sé que lo que todos deseamos es sobrevivir y perdurar un día más, siempre, y que hay veces que hay que aventurar la vida. Esas ocasiones son tan extrañas que frecuentemente se invocan siempre para hacer más presentable el infierno del odio. Pero ya Macbeth exclamó, antes, ay, de olvidarlo, que se atrevía a todo lo que se puede atrever un hombre. Quien se atreve a más, ya no lo es. Nadie hubiera sido capaz de criticar a una familia luchando por su casa , su vida, su pasado, y sin embargo, dijeron no y huyeron. Y las huidas sirven más a veces como ejemplos de verdadera lucha que las carnicerías envueltas en palabras y banderas prostituidas. Lamentablemente, quienes rigen el mundo y su discurso suelen caer en rendidos elogios ante la admiración de la brutalidad, la más cobarde de las pasiones. Ellos no solo desean empuñar un arma, sino ponerlas en las manos de sus vibrantes ejércitos de almas cercenadas. No suelen estar dispuestos a arriesgar para ponerse en primera fila, no obstante.

Hoy vivimos una época de rabia y amargura, de mucha mediocridad. Vencer o tener alegría es sospechoso y hay que fingir la razón a través de la emoción, tan lejana y moldeada que apenas remite a circunstancias personales, sino a agravios contra identidades, convicciones, castillos en el aire y entelequias. Las balas y los morteros siegan carne y no hay manera de abstraer eso. En un mundo donde el poder desea la agitación y propaganda para avivar el odio, la decisión del señor Davies me parece una respuesta adecuadísima a la tiranía que arrastra vidas humanas, la saeva indignatio contra los que inflan conflictos de los que recogerán los relojes y las cadenas de los caídos. Espero no verme nunca en la tesitura y si llega, estar dispuesto a no empuñar un arma porque los caciques quieren que mi muerte defienda sus castillos, temer solo el miedo y odiar solo el odio. Y mira. Si resulta que uno vive unos años menos de odio y mierda, mejor tratar de caer por un hermoso ideal que por la abyección del rencor. Que a los asesinos les aproveche su hora estelar y la mugre que las palabras antes y después de la sangre caliente y pegajosa contamina el aire.

Dublin se apaga cada vez antes mientras avanza el otoño. La vida pasa sorda y en estos tiempos en los que la frustración impone la búsqueda de culpables y tabúes, los perros del odio ladran. El rumor del mar trae canciones y amagos de sueños hacia un mundo desconocido, oscuro y ojalá mejor.



jueves, 8 de octubre de 2020

Ocho de Octubre. El Nobel nuestro de cada año.

 Vivimos tiempos (las últimas décadas, digo) de espectáculo. Uno de los más exitosos ha sido el del deporte y como siempre ocurre, cómo se cuenta ha solapado completamente lo contado. Hoy vivimos la apoteosis de un frenesí competitivo y voraz, de records y medallas. El hombre moderno está tiernamente apegado a su cadena de brillos y sensaciones sin fin que pierden valor después de estallar en una llama inmensa, muy efímera. Creo que por eso necesitamos el arte.

En el arte, en la literatura, no hay pichichis ni Zamoras ni estadística avanzada ni jugadas de pizarra. O no aún, al menos. Cada vez que se otorga un Nobel, sin embargo, vuelve la discusión sobre los méritos, los mejores, lo que hay que premiar y lo que hay que ignorar. Una respuesta simple debería ser: nada. Nada hay más allá de lo bien que nos hace sentir y nos hace pensar un libro, lo bien que comunica con nosotros algo profundo que conecta dos interiores desde mundos distintos y a menudo alejados. Qué necio desearía mayor galardón. 

Personalmente, entiendo que los premios, si no hay más remedio (y además, conjeturo que todos los que han publicado un libro anhelan conseguirlos) deben impregnarse del brillo de los premiados y no a la inversa. Entendámonos: entiendo que el mercado editorial es un páramo donde chapotean las celebridades y las modas, buscando el espectáculo, en esto sí, del mínimo común denominador, la estupidez y la venta de la novedad del momento lo más rentablemente posible. Entiendo que un comité de lectores trata de descubrir autores estupendos no conocidos mundialmente y ampliar sus obras. No me molesta. El talento no es infrecuente y la minoría suele conllevar gozos tan hondos como penas abundantes. Pero es que no creo en las bondades de la lectura más allá de la felicidad que prometen, como el fútbol, la moda o las charlas de café. Nadie se hace mejor por leer o ir a museos. La cuestión es hacerse mas feliz.

Así que si un artista ha logrado eso, si ha derribado muros de emoción y ha compartido un artefacto para mirar más lejos dentro de uno mismo, qué importa que los tártaros lleguen o no. Giovanni Drogo aún está listo para el combate, y nosotros con él. Cualquier premio excluye más que acoge, y los perdedores son muchos más. Si estos perdedores son Tolstoi, Kafka, Joyce, Unamuno, Borges o Philip Roth, quien no quisiera estar a su lado. Los romanos tenían una hermosa fórmula de expresar la muerte, "se fue con la mayoría". A veces no es malo recordar que hay otras mayorías que no significan nada...ni lo contrario. Queda la música, la escultura, el libro, el cuadro. Queda la noche que los ve nacer y el alba que los lanza a los otros. La mayoría nunca llega a su destino, como nosotros que tropezamos. Ahora el río mueve plácidas ondas de olvido contra la mar templada buscando la manera de mirar con piedad y decir adiós al brillo que dejan atrás.

lunes, 5 de octubre de 2020

El frío. Cinco de octubre.

 Esta fue la primera entrada que escribí en mi antiguo blog, tras la presentación: Acerca del frío y las segundas oportunidades. Hace 11 años menos apenas dos semanas. Acababa de morir Andrés Montes, que había sido una presencia en mi inicio de un mundo que se me antojaba lejano y fascinante y quise escribir de lo que vuelve y lo que ya no retornará. El estilo era (quizá sigue siendo) algo pesado y derivativo, pero confió en que era capaz de arañar entre la loza algo de emoción verdadera. 

Lo cierto es que el frío me resulta un recuerdo del pasado y suele ser gozoso. Recuerdo ir y volver de casa con un libro en las manos y leerlos hasta tarde, el olor de las castañas, la vida confortable del nido. Hoy, sigue ahí como un embrujo cálido. El frío eriza la piel y recuerda que de todos los fines hacemos un principio. Seca con su viento cortante y retribuye con el cosquilleo cuando entremos en un café amable. 

Ya es octubre de este tiempo confuso y triste para recordarnos que es hora de volver a la lumbre y a la compañía (el desdichado que esté ahora solo, quizá lo esté por más tiempo) y simplificar los días reduciendo impulsos y gestos hasta su mínimo gasto. Pronto, todo estará limpio y borrado, y llegará un nuevo tiempo de construir y esperar. No es así, claro, pero la simple perspectiva es consoladora e intensa. Bajo su hielo quedarán la pugna de los griegos y los latinos, los meandros sugerentes de las montañas indias y las estepas de Asia, las selvas que hoy son desiertos y cada error y cada gloria que puedes enmendar o manchar. Y al fin, nada importa, más que caminar y dar todo el calor que uno pueda recibir y dar, mientras la vida funcione.

Las luces de colores se reflejan en un río oscuro y el viento corre por los dominios de un rey del invierno que ha despertado para extender su capa de silencio sobre un mundo que quiere descansar de la gloria y el dolor. No te agites ni te pierdas; aún nada está escrito.


jueves, 1 de octubre de 2020

El viejo enamorado y el mar sin respuesta. Uno de octubre.

San Agustín refiere la fe como el impulso del niño que trataba de contener todo el agua del mar en el hoyuelo en la arena que había cavado con sus manos. Más allá de la discusión filosófica sobre un Dios creador, el dios de los filósofos o el azar y la nada, vivimos tiempos sin fe. No creo que hayan liberado mucho; desde que no creen en dios, los hombres creen en todo y liberándose de trascendencia, se han entregado a la moda. Y no obstante, creo que la necesidad de formar parte de algo más grande, el relato y la fe en el futuro siguen moviéndonos, porque somos animales de fondo.

El viejo y el mar es una hermosa parábola sobre la fe. Una de las más hermosas es la fe en otros; tener fe en algo puede ser inspirador o aletargar. Tener fe en alguien quema pero acerca al misterio que toda esperanza levanta los gestos de la costumbre y el rito, a los que eleva por encima de su acto. Creer en alguien es persistir en la confianza, querer ver lo mejor de otro. Quizá la única revolución sea la de admitir que todos deberíamos ser considerados por lo mejor que somos capaces de ser.

Santiago, el viejo pescador, lleva más de ochenta días sin pescar un gran pez. Cada día prepara el aparejo, cuida sus redes y sale a la mar, como si hoy fuera todavía. El chico quiere aprender de él, dice que es el mejor pescador de La Habana, lo cuida. Él siente el peso de los años y piensa en los días pasados de grandes capturas y las hazañas del gran Di Maggio. El resto, queda para la fe. Las olas chocan contra el malecón con constancia y ternura. Di Maggio corre y golpea como un héroe. Los dioses modernos del estadio tampoco dejan creer en ellos, venales y mimados por nosotros, que no sabemos ya admirar. Las olas que llegan al puerto de Dublín están cansadas y sombrías. Lucen contra la noche como caricias insípidas contra las frías luces que iluminan un mundo al que parece que no le importaría no saber despertar.