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martes, 1 de septiembre de 2015

Perdona a tu pueblo, pastor.

De nuevo en Dundalk, y su niebla, su gris, sus calles aprendidas. Una sonda mira de cerca a la cara de Plutón, el planeta degradado. El país sufre por el infortunio de un joven millonario caprichoso. Los gobiernos hablan. Los partidos gritan. La gente calla. En Roma, un pastor populista perdona a las mujeres que han abortado.

Según la noticia, "todos los sacerdotes tendrán la facultad de absolver a las mujeres que hayan cometido “el pecado del aborto”, porque “el perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido”.

Que queréis que os diga. Cada agrupación tiene sus normas y procedimientos, pero el uso de ese lenguaje autoritario y cuasi-penal en un tema tan íntimo de la conciencia y la cosmovisión humana no deja de resultar amargo. Es el del perdón un asunto delicado. En una sociedad tan hipersensibilizada a cualquier crítica, broma o comentario. En un entorno tan banal, pueril. En un mundo rosado por la publicidad y el consumo que oculta las espantosas realidades de la vida...el perdón siempre es una virtud poco ponderada. Pero que un tercero se arrogue la facultad de interpretar la voluntad de Dios desde su silencio abrumador, para poder señalar y después "perdonar" a quien tomó una decisión tan difícil...pues no. Oye, Papa. Ofrece consuelo y refugio. Habla palabras sabias. Pero no perdones la vida. Ni la mortal ni la eterna. Calla, ama, y haz lo que quieras.