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sábado, 25 de abril de 2020

Parábola. 25/04/2020.

Entonces todo volvió, como en un remolino. Y una voz que eran espadas que chocaban, llamas crepitando salvajes en las selvas nocturnas, tifones golpeando muros de piedra que la sal de las olas había maquillado, rugidos de muchedumbres, la voz clara del Dios de muchos nombres y tantos otros sonidos que una mente humana no puede concebir, mezclados y armoniosos, habló.

Has visto y sólo comprendes ahora. Caminabas por un sendero angosto cuando viste la entrada. Te has acercado y has llegado a uno de mis sirvientes, uno de los que menos poder podría poner a tu servicio. Pero caíste deslumbrado. Has pedido por tu porvenir y tu heredad. Si hubieses sido sabio la hubieses mantenido con vigor y prudencia. Pero el deseo pudo más. Los ojos se cegaron y tu boca no supo callar.

Recordaba una gruta, una luz, un prodigio. Ante sus ojos, la bruma se convirtió en un genio afable. Lo envenenó con palabras. Creó ante sus ojos el horizonte de un porvenir, pero le advirtió de la futilidad de los sueños humanos. Gustan los genios de endulzar sus palabras para perdición y asombro de los mortales.

Te concederé todo lo que puedas pedirme antes de que el sol se retire de esa franja. Entonces, saldrás de aquí y verás el mundo que has creado. Elige con perspicacia, pues no sabes nada de aquello con lo que soñarás mañana. Nada te será ocultado.

Durante un segundo, sintió el abismo. Lo superó con gula, ansia de poder, fuerza, ardor. Construyó un futuro, se sintió benévolo y autoritario, sintió el poder demente del creador, el vértigo del usurpador hacia un poder divino. El tiempo corrió deprisa.

Había anochecido cuando salió de la cueva y emprendió el camino a casa. No se cruzó con nadie en su regreso, pero veía las formas de las casas de sus vecinos, grandes y mejores. El camino lucía iluminado por antorchas esbeltas y la noche se retiraba del claro del bosque donde hasta hace unas horas se apiñaban chozas desvencijadas y ahora lucían casonas robustas. Encontró a su mujer llorando -es un milagro- repetía. Sus útiles de cocina parecían extraños, desconocidos y provenientes de otros lugares desconocidos. Los vanos que eran simples rendijas se habían convertido en amplios espacios que hacían el aire más claro. Durmieron felices en un jergón amplio que sustituía sus telas casi deshechas.

A la mañana siguiente, la salida del sol sorprendió a la aldea en una ofrenda espontánea. Todos dirigían sus pasos hacía la imponente Iglesia que sustituía a la ermita modesta del lánguido ayer. Los murmullos de bendición sobre el misterioso viento que había cambiado en un instante sus casas, sus ropas, sus posesiones y sus vidas eran orgullosos, pasados los primeros instantes de temor. Pero tras las celebraciones y las fiestas, llegó el recelo. Pues los labradores cuyas tierras colindaban con las de los aldeanos del pueblo más próximo habían visto en la distancia las mismas casas y los mismos lugares, sin cambio aparente. Así que sintieron temor, y decidieron esconderse. Compraron tierras a su alrededor, hicieron crecer vallas y empalizadas. Y sus campos se agostaron. Sintieron punzadas de envidia entre ellos. Y sus bienes se echaron a perder, y su vecindad se agrió. Así que nuestro pobre, y trágico, héroe, decidió volver a la angosta cueva de la cual había nacido la alegría y la amenaza de la perdición. Pero de su benefactor inesperado un día sólo encontró palabras frías: los humanos sabéis construir, pero no sabéis fortalecer la savia de lo construido. Vuestro espíritu no persevera en la energía de la ilusión. Fui generoso. Y tú estás siendo ingrato. Lo sé-replicó el hombre, -sólo te pido que consideres mi último deseo. Deseo que todo lo que te dije fuera un sueño, aunque hoy se haya convertido en realidad amarga. Y deseo que puedas hacernos despertar de ese sueño. Los ojos del genio se entornaron. ¿Eres consciente de lo qué me pides? No cambiarás la realidad de los semejantes...la tuya propia. Lo sé. ¿Sabes también que el deseo que te impulso a pedirme todo siempre arderá en el corazón humano? ¿Qué habrá otras peleas y otros remordimientos en su busca? Lo sé, pero no lo quiero. No quiero la locura del esclavo que anhela extender sus cadenas. Sólo te suplico que me ayudes a hacer crecer otro tipo de planta. Estas serán mis últimas palabras para ti, dijo el Genio desvaneciéndose. Sea como quieres… 

El regreso fue amargo. Campos secos y cuarteados, estructuras desvencijadas, lamentos, harapos. En su frenesí, no había sido capaz de despertar de su delirio. Y ahora el esplendor se había convertido en un recuerdo cruel. Los vecinos se agolpaban en la vieja ermita, suplicando perdón a una divinidad despiadada que le había retirado sus favores, tratando de desentrañar su voluntad y sus propios pecados. Y la voz resonaba en el interior de nuestro personaje y era una ola de frialdad lejana venida desde el seno del tiempo y fuera de él, lo abrumaba:

Nada te ha sido ocultado, como prometió mi sirviente. Has deseado y has obtenido, has visto y quizá hayas comprendido que hasta en la mañana más luminosa crece la semilla de la destrucción. Habéis vivido un delirio, y olvidasteis de dónde veníais. Quienes eráis. O quizá simplemente un genio travieso ha jugado con vosotros. Vuestra vida es corta y poco importan vuestros suspiros desde el puente de la eternidad. Recuerda sin rencor vuestro momento y sin angustia vuestros errores. Vuelve a casa. Edificad sobre la tierra fértil . Disfrutad los días y el estar vivos. 

El sol se desbordaba como una bola líquida y naranja enorme sobre la silueta de una ermita modesta y una multitud reunida en torno. Las sombras se alargaban sobre los surcos renovados. Un genio volvía a dormir un sueño de siglos. Todo seguía igual que como lo había abandonado. Solo sus ojos eran distintos. Acababa lo que quedaba de un día que culminaba y derrumbaba un viejo sueño. Y mañana empezaría otro, tan viejo como el antiguo. 

 

martes, 21 de abril de 2020

Un día más. 21/04/2020.

La luz del sol se refleja en las pequeñas ondas que el viento empuja río arriba, mientras la brisa acaricia el rostro de la tarde. El sol es una forma irregular que se derrama y forma lineas anaranjadas y rosas tras los chopos distantes. La quietud desborda la copa del día que cae suave sobre el filo del tiempo.

¿Cómo hemos llegado aquí? Absortos frente al mismo pretil, viendo la corriente calmada hacia un mar escondido. Cada uno en su castillo de días y penas, solos frente al silencio y el fin. Uno recuerda los versos de Kavafis, siempre tan propicios al ocaso,

Cuando a medianoche se escuche
pasar una invisible comparsa
con música maravillosa y grandes voces,
tu suerte que declina, tus obras fracasadas
los planes de tu vida que resultaron errados
no llores vanamente.
Como un hombre preparado desde tiempo atrás,
como un valiente
di tu adiós a Alejandría, que se aleja.
No te engañes,
no digas que fue un sueño...

Seguiremos aquí aún unos minutos, saboreando los tonos que nos regalan la soledad y el recuerdo de otros crepúsculos, la luz de otros días que está en este y afuera del tiempo mismo. Dentro de un rato, los matices se irán uniendo a la sombra que avanza y el ruido de la calle y los coches, las voces aisladas y los graznidos de las dueñas del aire también se aplanaran hasta quedar reducidas al tierno rumor del agua fresca, que nunca se detiene. La noche acabará la obra de la naturaleza y de sus hijos, pero no con la ilusión que la volverá a levantar mañana. Cuando el sol se esconda, aún seguirá el brillo en todos los ojos, tratando de construir un nido con los retazos de belleza y realidad que el mundo siempre nos procura.

Acércate con paso firme a la ventana,
y escucha con emoción -no con lamentos
ni ruegos débiles- como último placer,
los sones, los maravillosos instrumentos de la
comparsa misteriosa
y di adiós a esa Alejandría
que pierdes para siempre.

Y aunque hoy la realidad es oscura y el miedo parpadea cercano, Dundalk se yergue como un gigante insomne dispuesto a resistir solo un día más, pero para siempre.


domingo, 5 de abril de 2020

Ciudadano Pepe, VII. La gran desolación (Autobiografía)

Aún quedan rastros. Piedras quemadas, ceniza en las laderas de las colinas. Los riscos escarpados suelen ser refugios de otros. El frío desciende desde la claridad del cielo. Apenas recuerdo la última vez que vi el fuego y sus formas danzantes. Echo de menos la fascinación por su calor y brillo. La fascinación por el cambio perpetuo, esa que nos perdió, en sus formas vagas. He visto los parajes de hormigón donde los cuerpos de los incautos fueron ensartados en las púa como aviso, antes de que ya no importara. Calaveras amarillas dibujadas en las señales negras. Vivíamos en reservas, tratando de aplicar al mundo que quedó nuestras antiguas reglas. Duró poco; allá donde la lucha por la vida se eriza, el entorno tiende a simplificarse. Agua, carne, filo, sangre. Aprendimos la gramática sencilla de la supervivencia.

No sé si hay más cerca, pero lo temo y lo imploro. Puedo imaginarlos, atravesando el tiempo, animalizados, reducidos a su día de caza y su noche de terror atávico. Los perros salvajes, la radiación sigilosa e inadvertida, los buitres, las luces perdidas que aún parpadean para atraernos a su mal. Cada oscuridad es una huida hacia algún escondite improbable y un abrazo a ídolos inermes: sierras melladas, cuchillos roídos de óxido, Ni siquiera nosotros, educados en las Organizaciones de Supervivientes, somos capaces de sentirnos apenas más que criaturas débiles ante el frío del mundo. Mi vida postrera, de la que ni siquiera quedará el registro, es una broma cruel que alguien ha gastado. U ojalá así fuera. Significaría un sentido, abstruso para mí, pero una esperanza. Cómo resistir los días inacabables y las noches de angustia sin ella. Cualquier animal tiene armas, púas, pelaje, garras, dientes afilados. Nosotros, un cerebro desnortado que nos angustia por las incertidumbres de un futuro imposible.

Sé que apenas me queda tiempo. Cada vez la caza se hace más ardua, y el temblor agita mis noches. Llegué al lago siguiendo una ruta entreabierta, la antigua autopista del Sur. He construido mi refugio y hecho el altar de mis pocos recuerdos, dos libros amarillos (Moby Dick y La isla misteriosa), cables pelados que arranqué de las manos rígidas uno de los primeros cuerpos muertos con que tropecé, y piedras filosas. No sé que es el ser humano. No sé si debo ser su depredador, o su víctima. Es tarde, en nuestra historia y mi vida, para sentir aprecio por él. Solo disgusto y odio. ¿Por qué siguieron teniendo descendencia?

En las Organizaciones nos dijeron que podríamos reconstruir algo mejor. Después de que otras tribus acabaran con ellas, las bibliotecas y sus registros quedaron yertos. Los devoré como si fueran útiles. Solo me han proporcionado horror eterno por todo lo perdido un paraíso del que fui expulsado antes de nacer y una sensación de hijo no deseado en mitad de la nada más terrible, por consciente.

Ellos me legaron cariño. Cayeron luego. Yo, tras esconderme de las tribus, he visto poco más que cementerios helados, paisajes inmóviles. Lo que he visto de los demás no ha sido mucho. Violencia por la comida, la caza, el orden. Animales asustados como yo, que los miraba escondido de lejos. Como otro más, vago sin pausa. Acabada esta autobiografía escrita en dos papeles sin impresión arrancados de libros, la escondo en este antiguo refugio antinuclear hediondo de ratas y cuerpos podridos, dentro de un bote de cristal vacío, en el estante superior. Otra noche se acerca. Otra noche hablando solo, acurrucado y abrazado a la lanza.

En la quinta generacion tras el Gran Estrago.

Nunca tuve un nombre. En las Organizaciones, era Alto.