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domingo, 27 de octubre de 2019

La fuerza de lo íntimo. 27 de Octubre



No soy un gran fan de Superman. Parece un mito dedicado a confortar un mundo sin orden en una figura moral indestructible. Sería hermoso que existiera, mas como narrativa no resulta atrayente; el conflicto es el padre de todas las cosas y lo invencible oculta lo que nos deja inermes y sin reacción. En otras palabras, lo que nos promete seguridad nos arrebata opciones.

Hay algo, sin embargo en lo que Superman excede su normal alegoría. La kriptonita, ese mineral del planeta del que vino y que es su veneno. De alguna forma, creo que todos sentimos que lo que nos punza con más dolor y amargura es lo que nos forma, algo de lo que no podemos desprendernos sin sentir que nos hacemos otros, como si interpusiéramos un velo al mundo para esconder su falta. Quizá vamos formando una máscara al calor de los años y cuando queremos darnos cuenta, no todas sus partes se remueven con facilidad. Ay, pues a la esperanza de la mejora y su aliento, en las mejores horas inasequible, se opone la urgencia del tiempo irremediable. Y es entonces cuando algo nos recuerda lo pasado, lo perdido, lo que una vez soñamos. Es la fuerza que poseemos para hacernos daño a nosotros mismos, sin tregua ni descanso. Como la mirada triste del héroe cansado tras la pelea contra lo que siempre regresa, extendemos la mirada en una tierra baldía y el sol siempre se oculta para traer una luz melancólica. En esos campos yermos donde habita el silencio.

Hay días así, quizá hoy es uno. Y sin embargo, Superman siempre sigue acudiendo a la llamada. Quizá el hecho de no cansarse a pesar de las cuitas y la voluntad implacable del mundo de desordenarse es su rasgo definitivo. Eso merece un aprecio. Puede que en nosotros habite la verdad de todas las cosas, también, San Agustín así lo afirmó. En ese caso, lo que nos forma no solo puede herirnos e infectarnos, sino también sanar lo que duele. Seríamos otro campo más en la batalla entre un bien que nadie acaba de conocer y un mal que a todos confunde. Pues tal es la naturaleza que arrastramos. al impulso moral de la sanación se opone una jauría de reproches, cabalgando sin brida en el invierno de nuestro descontento. Pero así ha de ser, y a la kriptonita decido entregar mi esfuerzo vano al fin, pero útil en el momento de condensar mi deseo sobre la hora presente.

Dundalk llora y viste sus árboles de otoño. Arrastra sus muchedumbres a tiendas y luces y deja el camino a la montaña desangelado y oscuro. Como si tuviera poderes, arrastro mi voluntad hacia la sombra y allí decido a dar a mi camino hambre y a mi descanso, calma. Superman reina en Metropolis oponiendo sus poderes al cambio incesante. Yo pretendo, antes de que el mundo me olvide, oponer al mundo que se hastía y sufre, mi momento de paz. Mientras, dentro suenan aullidos por entre los acantilados que solo la tormenta ilumina y afuera la pequeña ciudad se prepara para recogerse en el significado de su noche.

sábado, 19 de octubre de 2019

De todo lo visible y lo invisible. 19 de octubre

Si no fuera tan temible y obsceno, sería curioso estudiar el fenómeno del odio detenidamente. Nace de una combinación variable de miedo y mentira. Parece tratar de anticiparse a un mal que nos acecha, real o imaginado, y niega lo que en cada uno de nosotros merece compasión, puesto que también vamos a sufrir y vamos a morir. Parece otorgar fuerza, pero enerva y consume. Finalmente, su iracundia parece pervivir más allá del sujeto, la idea, la ocasión que lo motiva, incluso aunque a veces propicie su fin trágico. Pareciera un deseo anticipado de morir, aunque sea en otros.

Como la mentira es la fuerza motriz del mundo desde que es mundo y como el miedo es el líquido que envuelve esta sociedad cansada en una red viscosa, hay una edad dorada del autoritarismo. El odio ciega, pero también une. Y como vivimos la época de la sospecha, donde todas las cosas hieren, todos los sentimientos engrandecen y los otros son o ángeles o malvados sin ningún matiz, nada debe ser conservado. Flácidos sueños donde la armonía procura que el hipersensitivo no se exponga a la vida se exponen como mercancía deseable. Como son inalcanzables, la frustración se extiende y vuelve con más fuerza a destrozar el sistema que la causó en las almas de los que mimó sin prudencia. Por eso Ibn Jaldun escribió hace más de 600 años que los tiempos difíciles crean hombres fuertes que fundan buenos tiempos que producen hombres débiles que causan tiempos difíciles. Me parece una perspectiva muy aguda; para empezar, es claramente consciente de que uno es producto del tiempo que lo contiene y es su acción lo que determina el avance o el retroceso. Hoy parece que todos debiéramos sostener el absurdo concepto de que la historia progresa y es inevitable que mañana habrá más luz. Por lo tanto, deben pensar muchos, que más da si añadimos oscuridad hoy como una apuesta para un futuro aún más brillante, si nada puede pasar que sea peor que lo que vivimos hoy. Odio, mentira, sospecha, ira, miedo, historia. Me parece que la verdadera vida está en los momentos en los que ellos no juegan ningún papel en nosotros y sabiendo que existen, hacemos como si no tuviéramos tiempo ni alma para ellos. No parece mal remedio, cuando la miseria moral se vuelve jovial y la propaganda nunca es suficiente para sus adictos.

De todo lo visible y lo invisible en este mundo, loco como todos los demás que le precedieron, solo queda elegir nuestro escudo, inútil contra tantas armas que nos hieren con estúpido gozo.Y saber que no servirá de mucho, porque otros contarán mentiras a quienes están tan ansiosos por creerlas. Además, tampoco yo puedo renunciar ya a las mentiras de las que vivo, como todos. Dundalk se duerme en paz mientras las gaviotas graznan y mares de piedad yacen cautivos y congelados en todos los ojos.

martes, 15 de octubre de 2019

Saber ganar. 15/10/2019.

El éxito es otro espejismo con el agravante de su efecto embriagador. Es agradable amar el destino y sentir una lluvia cálida mientras la mañana se alza hacia otra selva. Pero el óleo de la victoria, la euforia, la pasión de la cumbre son pasos hacia otra que nunca llega y pueden dejar el alma hecha un ánfora vacía.

¿He tenido éxito? Que sé yo. De momento soy saludable, me han honrado con presencias gratas, las garras del porvenir y del odio no se han cebado en mí y en mis caídas supe como agarrarme para detener mi giro. Soy tan fatalista en lo teórico como aspirante a vitalista en mis días. Trato, en fin, de combinar el pesimismo existencial con el entusiasmo por la vida. Pero no creo que esto sea el éxito. Bien pensado, cuando pienso en mis malas horas, tampoco puedo pensar en fracaso. Son conceptos vacíos que inflama nuestro miedo. Impostores, ya se dijo. Te recorren la piel con un fulgor agradable y mientras te paralizan y engañan en lo que crees que es tu triunfo, te envenenan con palabras y te hacen creer que eres mejor de lo que eres.

Creo en la igualdad, pero no en la equivalencia. Pienso que nadie es más que nadie...si no hace más que nadie, y Cervantes siempre está en mi equipo. He conocido gente peor y mejor, y yo he sido ambos, ay, menos veces lo primero de lo que hubiera querido. He querido vislumbrar el éxito en llegar a ser quien de verdad eres y honrar esa verdad que también se llama decencia, honor, armonía y bravura. Luego he sabido, tarde, pero he sabido, que es el azar y el juego de las causas y los azares los que al final permiten una vida buena en lugar de un caos sin alivios.

 No me he disculpado tanto como debiera, pero he apreciado lo que debía. No he querido humillar, y nunca me ha humillado nada sin una mala intención. He cosechado afectos y cultivado quimeras. No he ganado mucho, pero cuando lo he hecho, he creído importante no darme importancia. Y en un mundo de ira y de estupidez, en el que la mentira es la fuerza que mueve a sus inermes sepultados, he sido feliz a veces. He deseado vivir, y prender esa llama y dar ánimo, "no para el arrogante triunfo, sino para mantener la elegancia, el compañerismo y el humor en la inevitable derrota". Y así, he cobrado algunos triunfos que podría juntar para jugarlos a cara o cruz de una vez y si pierdo, nunca mencionarlo, para seguir adelante ligero de equipaje como los hijos de la mar. Hacia donde la providencia me señale y hasta que oiga la voz que dice que ahí se romperá el sonido de mis olas.

Dundalk atardecía hoy desvistiéndose de su vestido azul claro, jugando con el aire y deteniendo el tiempo en un impacto agradable y súbito.


domingo, 13 de octubre de 2019

Saber perder. 13 de octubre, 2019

Es cierto que el fracaso es, como el triunfo, un impostor. Ay, tan cierto como ello es que para obrar en consecuencia se requiere una distancia irónica no siempre posible ni deseable, un sub specie aeternitatis que no siempre, ni todos, ni la mayoría de nosotros somos capaces de afrontar hasta sus últimas consecuencias.  La vida y el mundo son un jardín de senderos que se bifurcan eternamente y a veces uno piensa que cada camino no tomado pudiera ser una derrota, aunque no sea así. Y eso tampoco importa demasiado; puede que estemos hechos del material con que se construyen los sueños, pero también de lo que sufre, se enerva y se desvanece en la memoria de los otros. Es algo que repta inseguro por la espina dorsal y nubla la mirada, nunca se detiene y derrama, ponzoñoso, un licor de desamparo en nuestros oídos. Es fácil creer que somos peores de lo que hacemos, más desgraciados que quienes habitan las esquinas de nuestras vidas, sentimos que los escollos que arrostramos mientras cargamos la cruz del tiempo son más de lo que podemos soportar. A veces, puede que lo sean. En cualquier caso, llevo más de la mitad de mi vida tratando de aprender a perder.

Cada uno tendrá sus remedios, el mío es inocuo y a veces demasiado débil. Libros y personajes que tengo por más míos que a muchos que veo grises en la calle, frases para resistir,, ironía, amistades y vino. A veces me pierdo en el santuario de los soñadores, que pensamos que hay espectadores de nuestras tragedias y que debemos tratar de hacer que sientan lástima por nosotros para reconfortarnos en la injusticia que nos ha sido cometida. No hacen amainar la lluvia ni aquietan la hoguera, pero estos remedios me aferran a la idea de que a pesar de todo soy el maestro de mi destino y el capitán de mi alma. Lidiar con la frustración no es fácil para nadie. Yo siento en sus peores horas que no me importa, que alguien me hará justicia más adelante, que ignoraré las flechas, que nada es real. Porque nada es real y sin embargo abandonarse a esa intuición evidente (¿quién, dentro de unas pocas décadas invertirá un segundo en pensar que la tierra que habita y sus antepasados revivieron horas amargas que también ellos sufrirán?) es incierto. Porque cuando no queda nada contra lo que rebelarse y algo por lo que seguir adelante no es a perder lo que uno aprende, es a no saber vibrar de nuevo.

Yo doy todas mis palabras por un hombre en paz. Aunque a veces la realidad me resulta ajena y yo no sé como leer en sus labios perversos, trato de saber lo que puedo esperar de mí y a anticipar que no soy nadie para exigir más. Me resigno a lo que no puedo alcanzar y me permito lo que puedo desear. Veo a quienes sufren en la carrera hacia ninguna parte y desprecio su afán que quizá mañana sea mío. No me traiciono y trato de recoger y proveer lo mejor que venga, mientras llega lo malo.

Así que si los sueños se rompen y los intentos pesan. Si los demás agotan y la carrera premia al abyecto. Cuando queda lejos el despertar del alba, y el talento es apartado por la conveniencia. Si la tormenta restalla en los salones vacíos de tu mente cansada. Si el ramo de flores que ofreciste al amor es ya un manojo marchito. Si tus botas se han deshecho porque el camino no es amable y la meta está aún lejos. Si te crees demasiado tonto, o demasiado listo, o demasiado justo y honrado y que no lo mereces. Si sabes que has errado el camino pero ya es muy tarde para volver atrás y la luz de la tarde adelgaza su filo y una duda te invade. Si has perdido a alguien tuyo en un recodo y sabes que su imagen se irá apagando y hará tu corazón más frío. Si te han engañado pero la campana de la verdad ya no sabe sonar y el aire se llena de un silencio espeso. Si un océano de horas te sepulta y te arrastra y al final de su apogeo tus manos están aún vacías. Si desearías no haber aprendido nunca y los parpados se hunden en un mundo al que nunca llegaremos. Si aturde la esperanza y se burla el intento. Si gritas entre las ruinas de palacios que nunca existieron e hiciste para ti con la vanidad que te reporta tu miedo, tu ego y las mentiras con las que has construido tus muros. Si las puertas del cielo no se muestran. Si el placer es amargo y la risa se evade en los huecos de la imaginación. Y temes, y detestas ser como eres, y te preguntas,  ¿es que no hay nadie, nada, más allá de esta broma? Si ni siquiera te aguantas a ti mismo porque es demasiado arduo sostener tu bandera. Si abrir los ojos o cerrarlo te devuelve la misma imagen como un muro de noche. Cuando has visto el rostro del futuro y no deseas volver a marchar hacia él y te entristece pensar que no dejarás tu huella en los que aprecias...

Es justo entonces cuando hay que ser más fiero y más humilde, vivir con ello, saber que nada importa en general pero merece la pena para nosotros y estamos dispuestos a pagar el precio. Yo trato de seguir aprendiendo y en las horas más débiles me refugio en los diques que he ido oponiendo a la desesperación. Es una tarea inacabada siempre, en esta carrera loca hacia ninguna parte donde la peor derrota aguarda a quienes renuncian a jugar. Así que voy hacia el río, conversando conmigo (quien habla solo espera hablar a Dios un día) y preguntando a Dundalk referencias sin pasado, miro el río con su memoria incesante y pido al cielo que se nubla que lance lluvia para limpiar las calles y al sol que vuelva para que la hierba alumbre y su lentitud despreocupada guíe los pasos que después volveré a emprender.

Pues el privilegio de la luz es ahuyentar la sombra y su mágico don, ocupar las cosas para que sepamos mirar de otro modo y, aprendiendo a perder, saber que no seremos vencidos.


jueves, 10 de octubre de 2019

10 de Octubre. Pagliacci.

Un hombre va al médico. Le cuenta que está deprimido. Le dice que la vida le parece dura y cruel. Dice que se siente muy solo en este mundo lleno de amenazas donde lo que nos espera es vago e incierto. El doctor le responde 'El tratamiento es sencillo. El gran payaso Pagliacci se encuentra esta noche en la ciudad. Vaya a verlo. Eso lo animará'. El hombre se echa a llorar y le dice "Pero, doctor... yo soy Pagliacci".





Fui a ver "Joker" ayer por la noche. Ni quiero ni podría hacer una critica, ese arte de dar una opinión nimia sobre un proceso del que se carece de conocimiento. Solo puedo decir si algo me gusta o no, sin más. Y me gustó mucho. No me interesa mucho el mundo de superhéroes y cómics que nos devuelven el espejo de una sociedad aniñada y asustadiza.Pero hay algunas de ellas que si me llaman la atención y, a pesar de que esta no lo hacía en exceso, finalmente me animé.

La película muestra con detalle y sin escatimar detalles patéticos el proceso de derrumbe de un alma pura en un mundo despiadado. Al tomar partido por el marginado, el golpeado, se arrastra hacia un terreno metafórico que creo que la beneficia. Todos hieren, como dice la canción, y todos somos heridos. Pero en una ficción que referencia un escenario fijado y también ficticio, la exageración se redime por el efecto. Aquí, Gotham es el terreno de una batalla ideológica que, para su pesar, aflige al mundo moderno, el dominio y la inclusión, el rencor y la bondad. Las calles parecen ser islas de extranjeros de sí mismos que solo se encuentran en el terror al distinto, un terror que viene desde el seno del tiempo hasta hoy con su mismo fulgor. En ese sentido, "el bromas" (manda cojones con algunas traducciones) es un producto creado por su propia época para modificarla junto con un ejército desesperado. 

No me parece que sea una película con una carga política muy acusada, sin embargo. No considero que Gotham se parezca al mundo que vivimos, aunque quizá se asemeje al que queremos crear para aliviarnos de nuestras mezquindades cotidianas. Y también existe una división acusada entre bandos ariscos que hieren a quien querría darse a todos, poder hacer reír y así unir lo que el odio quiebra. Más allá, no encuentro ideología: la historia de un hombre siempre es, le guste o no, la historia de su libertad. Lo que ocurre es que el personaje, como Don Quijote, mueve a lástima a quien le ve de lejos porque de cerca nadie repara en él y se hunde en la frustración de tantos que han dado fruto de amor a la vida y sienten que esa fruta se agosta mientras llega el otoño. Ha dado amor y ha recibido desprecio; buscó un abrazo y encontró humillación.La tragedia quizá sea pasar de amar la vida a celebrar el caos destructivo, y la comedia saber que en el fondo acaban siendo lo mismo. En cierto sentido, Joker recuerda al Calígula de Camus más amoral y lúcido

Vivo, mato, ejerzo el poder delirante del destructor, comparado con el cual, el del creador parece una parodia. Esa insoportable liberación, este universal desprecio, la sangre, el odio a mi alrededor, este aislamiento sin igual del hombre que tiene toda su vida bajo su mirada, la alegría del asesino impune, esa lógica implacable que tritura vidas humanas…

Como pasa con la mayoría de las obras de arte hoy en día, hay poca esperanza en ella, es oscurísima, aterradora. Pero necesitamos luz. Entiendo que hacer una película sobre "Guasón" no procura mucha libertad a la trama. Y sin embargo, no es Travis, el taxista. Creo que "Taxi driver", a la que se parece bastante, se aproxima más a la amalgama de paranoia, frustraciones concretas, incapacidad de aprovechar las oportunidades y desgaste diario que van poniendo a alguien al límite. Aquí se trata de justificar al que es leyenda para aliviar la pesarosa intuición de que el mal puede ser banal, estúpido. Sin ningún sentido. No creo que sea cierto que no se pueda elegir, que haya que ceder o que la sociedad sea culpable de lo que uno hace. Pero, de nuevo, creo que la carga metafórica permite sortear ese escollo en Gotham que no funcionaría en Londres o Gijón. En cualquier caso, siempre es oportuno recordar que la línea del bien y del mal atraviesa y tiembla en cada corazón humano.

Dundalk se va durmiendo. No es el silencio lo que asusta, sino el dolor callado de los que no saben que salida para respirar encontrar y se sienten seducidos por el rumor del desconcierto cruel que propaga la noche en una risa sardónica.

martes, 8 de octubre de 2019

08/10/2019. Estoicismo y promesa.

Darse cuenta de que cada mañana y cada paso es distinto no es fácil . La lucidez exige atención como cielo profundo la alondra para desplegar su canto. Lleva tiempo diferenciar una hora de la siguiente y lo que nos pasa, pero es necesario para llegar a la vida, me parece. El poeta pedía que la intelijencia le diera el nombre exacto de las cosas. Quizá nosotros debamos pedir entre la confusión de los días que pasan y la monotonía de su acorde tonos fugaces de optimismo, vitalidad, diferencia. Pues tal es la naturaleza del tiempo: expandirse cuando se iguala para desaparecer luego de nuestra memoria o acortarse en los momentos múltiples y amenos para ganar solidez y color en un futuro cuando se aposente en el recuerdo.

Como la vida es materia de la deriva y no destino de un viaje cierto, las singladuras atraen; las coordenadas ofrecen la imaginación de la completitud, un descansar sin tiempo tras la consecución de los planes y la paz que deja la victoria sobre las trabas. Sin embargo, esa aspiración encierra un veneno sutil: subordinar lo que hoy soy, siento y disfruto a lo que seré mañana, al igual que mi hoy esta sepultando mi ayer y lo que de bueno trajo. Ay, los remordimientos son inmunes a esa poción y se deslizan por la ponzoña.  ¿Por qué no añadirles, entonces, la visión de los humildes logros que hemos merecido, los lograsemos al final o no? ¿ Por qué no hacer las paces con el pasado sin dejar que estorbe la solicitud que cada segundo requiere de nosotros?

Quizá no saber apreciar esto denota cierta carencia de un sentido, como quien no pregunta si hay una fuerza que despojó de la entraña del ser al tiempo para que este se esparciera y acabara conteniendo todo e incluir su propio origen en su seno inconcebible. Pero esto son divagaciones que la tarde trae con el reposo y la duda. Al final, un leve roce basta para que, consciente o no, ese cuerpo se abra "en una interrogación vuelta a las nubes". No recibimos respuestas de nombre claro, pero si impulsos de anhelo, rabia, abandono o dulzura. Quizá la diferencia definitiva para vivir bien sea desentrañar esa difícil madeja y separar la urgencia del animal y la duda del espíritu. Y después, elegir sabiamente.

Al fin y al cabo, escribir y hablar se ha vuelto tan fácil que las palabras se han vuelto calderilla y no nos da más que para pagar la factura ruinosa de lo actual, lo momentáneo, lo que nunca se queda.Pero a veces es sencillo. Camina, abre los ojos y aprópiate de lo que la vida ofrece con la avaricia de un infeliz. Cada día trae una nueva sed y aunque no sea de nadie, haz que sea para ti.

Solo para ti la aurora guarda el aroma del pan y la fragancia furtiva de las magnolias. Para ti resbala el lucero del alba en su prisión de azul. Para ti la luz recorre de nuevo las ramas y los charcos. Se despierta como un recluta antes de la batalla, melindrosa y esquiva, pero llega a ti. Dundalk, como el resto de la tierra se viste para otro día y en las redes de la madrugada deja escondidas todas las posibilidades que llegarán a ti. Que la playa que las reciba sea límpida o una tempestad azotando el acantilado, no podemos saberlo. Encamínate hacia donde quiera que tu pasión te lleve y que el viento, que siempre sopla donde quiere, te alce hoy con un renovado aliento.





domingo, 6 de octubre de 2019

Seis de octubre. El domingo de la vida.

El domingo de la existencia no es un día cualquiera. Se cierne sobre él la promesa de un lunes de deberes, cargas y rutina; es como si el tiempo debiera ser modificado en virtud del porvenir, al que llaman así porque no viene nunca, y hubiese una advertencia sobre el anticipo que pide nuestro deber a nuestra ociosidad. Para mí, son días de tardes ocres y de actividades comprimidas, un intento de exprimir su consuelo en paseos lentos, cervezas con fútbol rutinario (no el europeo, el brillante) y lecturas o películas para tratar de arañar unos minutos al sueño y al despertar consciente de la semana y sus tareas. En definitiva, la consciencia de que el tiempo huye y los atardeceres se apagan.

Sin embargo, creo que cuando uno se va haciendo mayor, su sabor, como el de tantas otras cosas, se modifica un tanto. Es agridulce, porque perder una esperanza también puede liberar del afán de tener que defender un futuro improbable. Da más al hoy que a lo siguiente que venga: vacaciones, eventos, fechas señaladas. Otorga la libertad de los antiguos pasos que convergen en mí y la solidez de un sendero que, bien o mal, he recorrido lo mejor que supe, con muchas caídas y tratando de aprender.

También me agrada que sea lo contrario a lo que se supone que debe ser la vida moderna en la sociedad que habito, la de el control, la señal, el presente y la ruina. Un mundo en el que todo está reciclándose constantemente y que se ha construído sobre la permanencia fiel del olvido. Un lugar donde los otros, los proyectos, los trabajos y las ideas se mueven en un baile continuo de abandono y cansancio. Un pasar por un río encabritado tratando de dejar inútilmente una huella en el agua.

De ahí la ansiedad y el ruído, y los ojos exhaustos en la niebla del norte. De ahí el examen continuo de cada día, la citación para el tribunal del hoy en el que nada parece importar cuando se deja atrás. De ahí la renuncia a pelear de tantos en esa arena atroz. Ahí están, raídos y distantes, buscando con sus brazos otros brazos que abrasen y dejar la armadura en esta competición sin fin ni calma.

Quizá eso pueda ser el domingo, el de hoy y el concepto para la existencia. Un tocón donde sentarse y descansar las armas para defender nuestro territorio mañana y mirar con el alma lenta como el tiempo se derrama suave sobre los campos y sobre las antenas y, como hoy en Dundalk, deja el poso de lo que no llegará y ya no importa en un resplandor azulado que muere con el día, antes de prepararnos para conseguir nuestra vida propia, que se llama alegría porque a veces acude y nos ilumina, serena.






miércoles, 2 de octubre de 2019

Korzeniowski. Dos de octubre.

Nació en una familia rebelde y derrotada. En un país que no existía. Aprendió una lengua que debió sustituir por otra cuando huyó para vivir aventuras. De esa época apenas quedan trazas; parece que tuvo una pasión que casi le condujo al suicidio, que trafico con armas y que encontró en el mar el espejo de su pasión. Durante este tiempo aprendió la lengua inglesa. No la abandonaría. Su lenguaje, a la vez ambiguo y preciso combina la pasión por la aventura con la acuciante pregunta acerca de nuestra humanidad, nuestra fragilidad moral y nuestra verdadera naturaleza. Después de servir como capitán de barcos mercantes, se dedicó a escribir. Sus novelas suelen compartir una trama que se entrecruza con la búsqueda interior; quienes somos más allá de todo, de nuestra socialización, del miedo, de la convención y el salvajismo, de lo sublime y lo repugnante. Es como si quisiera ir despojando delicadamente a los personajes y a los lectores de todas esas capas, cada vez más profundas. ¿Habrá algo más allá? Puede que sí y que cambie con nosotros; en cualquier caso, puede que solo sea biología y vacío. Nunca lo sabremos.

Las novelas de Joseph Conrad (ya veis, el también se despojó de su propio nombre, país, ocupación, lengua y destino para reconocerse) son amenas y sombrías. Como la línea de sombra sobre la que tituló una novela magnífica, bordean la luz y la oscuridad en un conflicto moral. Las emociones afloran, pero no son las guías principales de los ojos ávidos de los marinos, viajantes, tenderos, anarquistas o esclavos. Su lucidez les dice que se están entregando a otra forma de vitalidad y que están cambiando, no saben a qué. La mezcla de temor y fascinación que brilla en esos ojos es la nuestra también, como el desconcierto y cierta desesperanza vital. "La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguible"

Es un hermoso desbarajuste que un noble polaco se convirtiese en uno de los más grandes autores de la literatura universal. Su huella en la cultura es inmensa. Ni hay que hablar de Apocalypse now. Ayer fui a ver Ad astra y me pareció una aventura puramente Conradiana. Y me pareció muy grato sentir el deleite pasado de recordar lecturas apasionantes y frases punzantes como machetes y ambiguas como ecos en desfiladeros ignotos. Hoy, me apetecía escribir acerca de él, para pensar en él, por que escribir, por que leer y tratar de figurarme quienes seríamos en otra vida, otra civilización, en otro mar. Como el mismo escribió, "Creí que era una aventura y en realidad era la vida".

Gracias, señor Conrad. Hoy, que hace frío en la calle, resuenan tambores que parecen llegar de una esquina con un resplandor perverso, y Dundalk se afila en un rumor de olas, temblando ante una explosión de ira y secretamente fascinada con el sabor agrio de la destrucción. Hoy levanto la vista hacia la ría que lame Dundalk en su camino arduo hacia el mar. La desembocadura parece bloqueada por un negro cúmulo de nubes, y el apacible canalizo que conduce a los más remotos rincones de la tierra fluye  sombrío bajo un cielo cubierto que parece conducir hacia el corazón de una inmensa oscuridad.