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lunes, 29 de febrero de 2016

Los espejos de la vanidad y la materia oscura



En la vida parece ser más arduo merecer un éxito que lograrlo. A distintas escalas, se diría que todos requerimos un reconocimiento para poder seguir adelante. Se ha investigado el cotilleo como base social de la comunidad, estrechamiento de lazos y conocimiento de la posición de cada uno en la comunidad. Todo esto es muy comprensible. También lo es el afán de sentirse valorado.

No obstante, la línea que separa la satisfacción del vacío tiene el grosor de la distancia entre la esencia y la apariencia. Cuando John Wooden definió el éxito como “la paz interior alcanzada solo a través de la autosatisfacción de saber que hiciste el esfuerzo de hacer lo mejor de lo que eres capaz” creo que apelaba a esa verdad que uno mismo no puede negarse sin hacerse violencia a sí mismo. El resto es solo una sobredosis de opinión, endémica del mundo hoy, como si para formularla no hiciera falta más que una ocurrencia repentina.La asfixiante superioridad del sujeto opinante sobre el hecho opinado.

Pensaba en esto leyendo sobre los Oscars. Que cuando uno hace una película quiere que guste a la gente es una obviedad. Tener un mejorómetro para elaborar rankings y evaluaciones de cualquier tipo es una manera tonta de perder el tiempo. Y si hablamos de arte, es mejor bajarse en la próxima estación. Tu trabajo no será mejor porque alguien cree un premio para estimular competición, drama y ambiciones. Y por supuesto, ventas. Ese objetivo es entendible. Que el marketing devore la emoción, no. Supongo que la deportivización de cualquier manifestación social tiene estos subproductos; no parece haber nada ajeno a las tablas clasificatorias. Y los puestos bajos son fuente de oprobio y rechazo, aunque eso ignore motivos, intenciones y audacias.

En fin, es el mundo. Quiero creer que hay otro. Con menos trajes, espejos, pajaritas y maquillaje y la labor oscura y silenciosa que algún día recibirá el crédito merecido. Una tarde de agosto templado y sereno que trabaja el hoy. Un lugar donde el tedio no fagotice esa labor humilde que con esperanza se labra un cielo,





Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Ésos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.










Quisiera creer en otro mundo, de cabaña frente al lago, huerta fecunda y materia oscura. Justicia y mérito. Supongo que así me va como me va. Pero es tarde ya para cambiar. Y para fingir respeto por tantos sinvergüenzas, mercachifles e hipócritas. Es lo único que quizá quede para compensar nostalgias de lo que quizá nunca existió.


domingo, 28 de febrero de 2016

La casa fría.



When you go, to turn down the light
No one's here to hold you in the night
I'll keep running
To the place where I belong


James Bay, "Running"

Leve luz susurra desde la lámpara muda y la mesa es pródiga en sobras y papeles, envoltorios y migajas. Yacen como retazos malgastados y mal usados, que he colocado sin orden, como he malgastado la vida. La chimenea duerme con bolsas de carbón cual almohadas. La tele parlotea y cansa. Las revistas ocupan demasiado espacio. Me autocompadezco de estar sentado y de la desgracia de tener que ser yo.

La casa está fría. Pueblo su soledad con remordimientos, mi incapacidad de perdón, la cosecha amarga de la soledad impuesta. Alpinista de días, observo desde sus cumbres heladas un páramo que no detiene  el curso de las cosas, la usura de los días, el desgaste, mi cuerpo yendo a menos. Pienso en mí como si tuviera algo que ofrecer y digno de ser escuchado. Veo el tenedor sucio en el fregadero para olvidarlo y aprender la sumisión a la insignificancia. Todos nos creemos tan especiales que negamos lo especial que vemos en los otros. Al menos me consagro un desprecio sin demasiadas estridencias y me hundo sin tratar de salpicar a nadie.

La casa está fría. Nadie dijo que fuera fácil, sin embargo. Los fantasmas del armario me lo recuerdan, nunca volverás a regiones má transparentes o salones más cálidos. Fui creado para crearlos y verlos en cada cosa. Intento que los ojos no me delaten, salgo a la vida y, con frivolidad fingida, sigo buscando las miguitas que marquen un camino a casa, un lugar en el mundo. Allá donde hay una lumbre que seca los huesos y las sábanas recogen la brisa de las montañas y la caricia de las horas.



When the lights are faded to black
Only stars are guiding me back
I'll keep running
To the place where I belong

When you think you're on your own

I'm still coming home...

jueves, 25 de febrero de 2016

Supermercados y deriva.25 de febrero de 2016.

El mundo ha devenido en un supermercado y el ciudadano del ágora en el consumidor del centro comercial. No es novedoso. Y sin embargo, no se acostumbra uno a caminar las calles desiertas para encontrar populosidad en pasillos que conectan tiendas que ofrecen gangas que prometen placeres que alejan incertidumbres que permiten no pensar demasiado. Supongo que es inútil observar las resonancias siniestras de los caminos prefijados de Ikea, o el consumo vacuo de experiencias que parecemos necesitar para llenar nuestra vida de un sentido que no llega.

En La corrosión del carácter, Richard Sennett reflexiona sobre esta nueva dinámica de forma aguda. El propio título define esa corrosión de la inmediatez, la inestabilidad, el riesgo y la amenaza y conciencia de nuestra falta de individualidad; sentir que no somos nadie, nadie diferente a los otros. Es el mismo enemigo de ayer, la Historia, que mira indiferente el devenir de sus hijos. Una deriva formada de restos del naufragio que se acoplan de forma procaz sobre un remolino que sumerge lo que desea y regurgita al azar sus despojos de nuevo. Resonancias sardónicas. Las primeras fábricas organizaban su labor de tal manera que sus trabajadores vivían en sus instalaciones, perdiendo su autonomía en su jornal. Las basílicas eran mercados antes de que los cristianos las convirtieran en sus templos. Quizá hubo un momento en el que fue posible huir. Hoy, los conceptos y las abstracciones estrangulan. Y para olvidarlo, consumimos, sobreconsumimos, hiperconsumimos, y pasamos miedo. No habrá descanso para los inadaptados. Y adaptarse requiere una disposición inhumana. Pero los náufragos vagamos por los escaparates, primates en paraísos artificiales. Afuera de la tienda y de las oficinas, reina un sol de febrero sobre las tapias descarnadas y gatos tiesos de hombros se agitan en una brisa molesta que a nadie despeina. Creo que van pensando lo mismo que las familias de ojos cansados que me cruzo con las bolsas pesadas de la compra, ¿por qué no nos rebelamos?





 Estas visiones de la narrativa, a veces llamadas “posmodernas”, reflejan, en efecto, la experiencia del tiempo en la moderna economía política. Un yo maleable, un collage de fragmentos que no cesa de devenir, siempre abierto a nuevas experiencias; éstas son precisamente las condiciones psicológicas apropiadas para la experiencia de trabajo a corto plazo, las instituciones flexibles y el riesgo constante. 

Richard Sennett, "La corrosión del carácter"


miércoles, 24 de febrero de 2016

24 de febrero de 2016.

Y la sensación que había experimentado otras veces se apoderó de él; aquella peculiar sensación, como soñada y también como de pesadilla de que todo se mueve y no se mueve nada, de cambiante permanencia que no es sino un constante volver a empezar y una vertiginosa monotonía; una sensación que ya le era conocida de otras veces y cuya repetición había esperado y deseado; en parte se debía a este deseo el que hubiera pedido que le mostrasen aquella pieza que pasaba de generación en generación sin que el tiempo pasase por ella.

Thomas Mann

Esta mañana hacía 4 grados bajo cero a la hora de ir al trabajo. La hora de presentarse en la fábrica tiene su propio rito; aceptamos despojarnos del ocio y entregar las manos a otros ecos ajenos y que nos suenan a mercancía gastada. El frío es la sensación de que tu cuerpo no se mueve, un bloque de tiempo inenarrable contra el que chocamos como olas agitadas y vanas. El frío que cala los huesos y colorea el vaho despierta y mueve. Bajo la ducha caigo desde alturas imperiales en las que una vez creí que estaría. Su torrente cálido me llama a su lado, a olvidarme de lo que venga. Pero las horas mandan, y el día se presenta como un folio en blanco que es en realidad un panel de mármol en el que nada puedo escribir sino deshojar mis uñas,

A las 8 de la mañana un sol de invierno hace promesas que incumple.  Y la cháchara de la escarcha y la sal anticipan la falta de movimiento de otro día ajado, del que de nuevo hemos sido vedados a compartir su zumo.

La noche cierra sus páginas con azul de metal. Y el leal radiador arrulla como si fuera un ángel protector. Las campanas de la catedral erosionan la hora, y todo vuelve a empezar, como corrientes de los ríos invisibles que nos llevan.

martes, 23 de febrero de 2016

Veintitres efe. Mil novecientos ochenta y uno. Principio de realidad y licencias narrativas.



"La verdad es lo que todo ser humano necesita para vivir y, sin embargo, no puede recibir o conseguir de nadie.Todo ser humano tiene que producirla una y otra vez desde su interior, si no perece.La vida sin verdad es imposible.La verdad es tal vez la vida misma" 

Franz Kafka 


Imaginad Praga (siempre es un buen principio). La lluvia lame los cristales y un agente de seguros escribe "hay que vivir en la verdad". Años más tarde, hombres extasiados por un estúpido gozo, tratan de voltear un camino impreciso en un país triste y temeroso. Y como la comedia es tragedia más tiempo, con el paso de los años, alguien quiere deconstruir la historia y reflexionar sobre el medios y el mensaje, incredulidades e ingenuidades. Por añadir algo más a este contexto desdibujado, se podría rescatar del azaroso siglo que algunas ficciones (los Protocolos de los sabios de Sión) llevan a espantosas realidades, como el mayor genocidio de la historia, y algunas realidades oficiales son cuestionadas por teorías de la conspiración. Sirva como preámbulo algo engolado de esta entrada, añadiendo que vivimos en un mundo en el que internet nos permite conocer con profusión lo que opina cualquier idiota (como servidor).

Vi hace meses el falso documental acerca del 23F. Movido por el revuelo suscitado (a pesar de que no me guste Jordi Évole ni sus blandas homilías laicas), me acerqué a él con suspicacia: la manipulación suele consistir en omisiones, forzados ángulos de visión. Si dos personas pactan darme una información falsa con propósitos pecuniarios, legales o de entretenimiento, están conspirando, simulando o fingiendo, pero no manipulan la información: inventan una realidad. Es posible que ciertas veces las ficciones contengan una verdad más profunda que el devenir rutinario (ya el viejo Aristóteles hablaba de ello, y Cervantes quiso jugar, creando un género). Pero las palabras importan, y ya que el objetivo declarado es reflexionar sobre la manipulación y la parcialidad de la información que recibimos a diario, conviene separar. Es diferente desdibujar una realidad conflictiva, añadiendo matices y limando aristas para presentarla bajo la luz de nuestro interés que crear una ficción y presentarla como una realidad ocultada. Entre otras cosas, porque esta vez presupone el pacto de periodistas y políticos que, al menos fuera de España deben vérselas con la realidad para contarla y cambiarla. Es eliminar el conflicto de subjetividades del que surge el acuerdo acerca de los límites que se excluyen de la visión racional de un asunto y cambiar la polis por el teatro. Puede ser divertido (yo me he reído bastantes veces, sobre todo con Ansón y sus recurrentes fantasías, aunque no se tratara de eso), pero es dudoso que una democracia se fortalezca en la desconfianza gratuita en lugar de la crítica temperada.

Creo que es malicioso. Cualquier versión oficial deja resquicios que pueden crear dudas. Para resolverlos hace falta veracidad y honradez, no imaginación. Si había finalidad tras su emisión, no lo sé. Puedo imaginar como lo vivió una ciudadanía que imagino agotada y con esperanza frágil, temiendo una vuelta atrás a un pasado que muchos preferían al caos de la libertad. Imagino ese país y resulta imposible simpatizar con la idea de que es bueno usar su miedo para dar impresión de veracidad y consolar a las personas que sintieron temor con una farsa. Es un recurso barato y deshonesto para ganar audiencia y relevancia. Y que frustra, no por la imagen de los medios, la política y la historia oficial, sino por la imagen que devuelve el espejo. Hombres y mujeres hastiados, extranjeros de si mismos, viviendo una vida alienada, sintiendo el peso de los días y el tedio, y que no queremos vivir en la verdad, sino sentir el mediocre confort de la diversión. Que es, en una de sus acepciones, la "acción de desviar la atención"





Y no me parece que como la pide el vulgo, haya que hablarle en gracioso para darle gusto...siempre. Ni culpar a los demás de las fallas de hoy. Puedo imaginar muchos fallos de la generación que llevó a cabo la transición. La deslealtad no está entre ellas. Presentarla como un juego de trileros que buscaba perjudicar a un ente impreciso que tiene el derecho histórico de resarcirse es plantear un cuento para dormir asustados niños. No es el único: la generación plena de talento forzada a la emigración, la culpa y la queja por lo que otros han hecho, a veces en el remoto pasado, la consagración de la utopía como una piedra miliar que marca un supuesto sentido de la Historia...


En fin. Principios de realidad abatidos por fantasías pueriles que una ciudadanía idiotizada necesita para conjurar su vacío. Ejes valorativos transmutados de morales en joviales; el eje que divide un acto no es el bien/mal, sino el divertido/aburrido. Una creencia vital abierta a cualquier opinión sobrecargada de datos a través de una red de caudal infinito y fuentes precarias. Y tras una cortina espesa de lluvia, el presente continuo del pasado: un pequeño oficinista judío sintiendo que el mundo de verdad que buscaba estaba traspasado por ficciones sin fin. Recoge su sombrero y su maletín, y volviendo a casa, trata de recordar detalles de la pesadilla de la pasada noche, aquella en la que se había convertido en un repugnante insecto. Y ni siquiera así, decide. No debo permitirlo. No voy a volver la cara a la espantosa verdad que ese sueño me ha mostrado. Gloria a Kafka, gloria inmensa a él y a todos los que aún no se han rendido.





lunes, 22 de febrero de 2016

Hablar de fútbol








Esta es la historia de un hombre cualquiera 

que una tarde marchita de domingo 
pegado al transistor, sufre y espera 
a que den el resultado del partido. 



El fútbol es la cosa más importantes de todas las que no tienen importancia, se ha dicho. Se ha convertido, para bien y mal, en una afición/religión global a la que fluye fondos de procedencia incierta para su inflación desmesurada y de la que parten sueños que imaginan emociones escondidas entre largos minutos de sudor, centrocampismo, pizarras que minan la estrategia enemiga y lesiones fingidas para perder tiempo. Al fin y al cabo, donde acecha el peligro crece lo que nos salva.

El fútbol forma una memoria sentimental cuyo mapa se puede compartir, ampliar o matizar con los de los demás, independientemente de su edad, nación, color o sexo. Las cuatro esquinas del mío son un fallo de Salinas, una vaselina de Romario,  "con el pito nos los follamos" de Benito Floro y un cabezazo de Urzaiz en el tiempo de descuento de un partido de vuelta de una promoción. Y este año sigo con ilusión el cuento de hadas del Leicester City. Bendito juego.

Hoy los papeles hablan de la enésima crisis del Madrid. Es un club que podría confesar lo que el filosofo Merleau-Ponty dijo a Sartre: «Nunca me repondré de mi incomparable infancia. Parece que su historia incomparable se ha transmutado perversamente; una exigencia desmedida se combina con un status que se da por supuesto antes de que sus jugadores demuestren para su equipo toda su valía. La labor presidencial ayuda a la confusión, porque trata sus fichajes millonarios como estrellas rutilantes para ilusionar a una afición que, como todas, las exige masivamente cada temporada, mientras a la vez exige que sus entrenadores conduzcan a esas estrellas por el arduo camino del esfuerzo diario y el sacrificio defensivo. Es un padre que malcría a su hijo y exige que sus maestros lo metan en vereda.

En fin, es solo otra opinión. Como cada aficionado, soy un potencial seleccionador y entrenador de cada equipo del mundo, si me dejan. Y he vislumbrado otro fútbol anterior, de chándal y hombría,barro y centrales que no hacían prisioneros, transistores y , en general, aprender a saber perder, Tiempos de Luis Aragonés, David Vidal, los golpes en el pecho de Aimar y las viejas leyendas de las que apenas quedan imágenes y habitaban la memoria de los aficionados sin el agobiante escrutinio de la cacofonía de imágenes y opiniones. La memoria es inexacta, pero crea una verdad esencial que el objetivo de la cámara apaga. Las radios habitaban voces que llevaban anhelos y desilusiones cada domingo. Los porteros eran héroes, y los delanteros siempre podían hacerlo mejor. Y, por ser honestos, quedan muchas horas perdidas de bodrios esperando momentos para recordar que nunca llegaron.

Queda el gol, gutural y eterno. Ancestral como el salto, la furia, el desengaño. Queda el tema cuasi universal de conversación. Queda la grada vacía, con el estadio apagado, de voces idas, donde alguien abrió una ventana a la magia que la mente del hincha rememora varias veces cuando todos se han ido y que iluminará el día de mañana. Siempre que el villano de nuestros días, el árbitro, no haya sido comprado por una conspiración siniestra ni esté ciego...


y mientras Marlon Brando en la pantalla baila un tango en París

vuelve el recuerdo del arbitro traidor 
¿cómo es posible que un penalti deshaga tantos sueños? 



viernes, 19 de febrero de 2016

Del miedo y de la sed perpetua

He tropezado antes con este artículo que trataba de la foto del año. No soy quien para entrar en ese debate, pero si quisiera comentar la foto ganadora del certamen. Esta es:


Es una foto que parece apelar a terrores primarios que desdeñamos en cuanto crecemos un poco. La expresión ida, zombificada, la alambrada, las manos, el cielo oscuro, el blanco y el negro. Me remite a películas de tramas simples, escenas inconsistentes y subrayado narrativo. Me hace recordar el concepto de miedo en la cultura popular, más asociado al estallido de horror repentino que a la grieta imparable. El contraste entre esa impresión primaria y una reflexión algo más masticada agota y conmueve. A las puertas de la acomodada Europa, zombies, extraterrestres, monstruos. Pero el monstruo es en lo que nos hemos convertido.

Menos mal que tengo a Camus. Es un amigo en este siglo de miedo, donde la muerte y sus mensajeros son ignorados de forma contumaz, merece más la pena estar sano que tener seguridad social, controlar el colesterol más que las condiciones en que la comida y la ropa nos son provistas y la duración más que  la esperanza. Cuando leí que un alto porcentaje de trabajadores de empresas como McDonalds o Walmart tienen que acudir, y sus empresas les asesoran, a las ayudas sociales porque sus sueldos no les permiten subsistir por si mismos (aquí, por ejemplo), supe que hay un Monstruo Mundial a ambos lados de la alambrada que nos ha subyugado las vidas, usando los conceptos contra las palabras, demediándonos. Fragmentados. Huídos.

Lo que más impresiona en el mundo en que vivimos es, primeramente y en general, que la mayoría de los hombres (salvo los creyentes de todo tipo) están privados de porvenir. No hay vida valedera sin proyección hacia el porvenir, sin promesas de maduramiento y de progreso. Vivir contra una pared es una vida de perros. ¡Y bien! Los hombres de mi generación y de la que ingresa hoy en los talleres y las facultades vivieron y viven cada vez más como perros.

 Nosotros vimos mentir, envilecer, matar, deportar, torturar y cada vez que sucedía era imposible persuadir a los que lo hacían de no hacerlo, porque estaban seguros de sí mismos y porque no se persuade a una abstracción, es decir al representante de una ideología. 

 Vivimos en el terror porque ya no es posible la persuasión, porque el hombre fue entregado por completo a la historia y no puede volverse hacia esa parte de sí mismo, tan verdadera como la parte histórica, y que reencuentra ante la belleza del mundo y de los rostros; porque vivimos en el mundo de la abstracción, el mundo de las oficinas y de las máquinas, de las ideas absolutas y del mesianismo sin matices. Nos asfixia esa gente que cree tener la razón absoluta, ya sea con sus máquinas o sus ideas. Y para todos aquellos que no pueden vivir sino en el diálogo y la amistad de los hombres, este silencio es el fin del mundo.


Pero, aún llama cierta sed, algún grito o chasquido de huesos contra los muros. Y a esta impetuosa sed de escapar que pulsa con cada latido y vibra con cada pequeña rebelión como si fuera una victoria épica es a la que abrimos nuestras manos, como si se nos fuera confiado, en el frío de la medianoche, un niño desvalido.


miércoles, 17 de febrero de 2016

Éxit/o

Bien pudiera ser justo que el hamster que recorre con más entusiasmo su rueda perpetua mereciese una ración más amplia de sustento al final del día. Y es un éxito biológico. En el territorio de la revolución mundial de la ignorancia paniaguada y el miedo a la incertidumbre del futuro, "la imitación de Cristo" se ha convertido en la regla. Véncete a ti mismo. Humilla tu ser efímero. El paraíso o la pensión te esperan.

Cuando niño, imaginaba que mi habitación se había convertido en un camarote de submarino. Elevado por Julio Verne, buscaba salidas a una rutina confortable que me proporcionaban otros.También había fantasmas, seres de maldad indiferente. Todo era vencido por la voluntad y la imaginación.

Hoy, el éxito no parece depender de la imaginación inocente, sino de la fabulación astuta. Y ante esa perspectiva de éxito estrecha, ejércitos de ciegos pelean por su palmo de tierra. Yo, pregunto por la salida y vuelvo a sumergir mi escafandra bajo los lomos ondulantes de la mar océana.



martes, 16 de febrero de 2016

Los cuentos que yo cuento acaban fatal

Había una vez una liebre veloz y una tortuga constante. La liebre era ludópata, y perdió su casa jugando al blackjack. Su familia se había acostumbrado a una vida de lujos y cadenas de oro, así que al verse desahuciada se lo tomó mal y su mujer le amenazó con ir a contar sus trapos sucios a lo de Ana Rosa. La liebre se sentía atrapada. Incluso rezó prometiendo que si salía de esta no volvería a jugar, beber ni alternar.  Pero, ay, ante la falta de respuesta del altísimo, recurrió a unos dioses terrenales, sus contactos en la administración pública del Reino de España.

Tras examinar su petición, convenientemente aliñada con videos sexuales y de consumo de drogas duras en burdeles de altos cargos del partido, ambas partes se avinieron a presentar un concurso público amañado de concesión de terrenos para una urbanización con campo de golf en el desierto de Los Monegros. Para evitar la investigación de la prensa enemiga presentaron el pliego de condiciones con todas las formalidades, con la salvedad de que el contrato sería concedido tras una carrera de velocidad (tal ejercicio de sutileza llevó una semana). El problema llegó cuando la empresa de una tortuga, que pagaba religiosamente a sus empleados, intentó presentarse al concurso, aunque sabía que las posibilidades de ganar la carrera eran escasas.

El día llegó. La liebre salió como un rayo, pero la noche de excesos anterior hizo que a los pocos metros empezara a sentirse mal. Miró atrás, y al no ver a la tortuga, se echó una siesta, descojonada porque aún le duraba la euforia de los estupefacientes y por lo pringada que era la tortuga. La tortuga se iba cagando en la puta, lo difícil que es prosperar honradamente en este país de mierda. Pero seguía adelante. Y poco a poco, llegó a ver la meta. Pensaba que habría perdido, pero la liebre estaba babeando y no hubo Dios que la despertase, así que la ambulancia se la llevó al hospital.

La tortuga recibió 5 inspecciones de trabajo, la acusaron de doble contabilidad y con pruebas falsas la mandaron a la cárcel, declararon concurso de acreedores y despidieron a todos los empleados. La liebre construyó la Urbanización a la que nunca llegó el agua corriente y se abandonó aunque muchos ya habían pagado animados por la campaña de marketing oficial de la Diputación. Se fue a vivir a Miami y cambió a su familia por una mulata multioperada.

Años después, se estrenó una película lacrimógena que contó una versión mucho más ajustada a la verdad. Pero la tortuga vivía sola y amargada tras haberlo perdido todo, mandando cartas a un tal señor Esopo para mandarle recuerdos a él y a su puta madre,  y a la liebre, personalmente, se la sudaba. Y por supuesto, fue feliz, y se comió más de una perdiz. Y faisanes y caviar.