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martes, 25 de febrero de 2020

Nuevo tiempo. 25 de Febrero del 2020.



Ha sido un tiempo largo
Mas la nieve empieza a descubrir el prado
Suena en los salones de las cumbres, convertida
Y derrama impetuosa su correr travieso.

Quien no tuvo a otros, conocerá hoy la aurora
Y la noche, más suave, traerá como un presente
El canto de esperanza del zorzal en la rama
Que abrirá sus brazos hacia el cielo estrellado.

Las tardes derramarán sus tonos más vibrantes
Y antes de atardecer, la luz será serena
Y un viento renovado alzará voces de sorpresa y calma
Entre la muchedumbre que ansía con un profundo deseo
Renovar sus votos a la naturaleza ansiosa
De saber prodigarlos.

A ellos, a los que renacen con tu fulgor claro;
Dales el sol entre los pinos graves
Y esparce generoso un tiempo de cerezas.
Que las fresas preñen el aroma nativo
De aquel Edén, cuando nos abrasaba vivir
Y el tiempo no existía.
Dales los dones y no nos prives del mayor:
El alma cálida que sabe contemplarlos.

Que salga de su casa el solitario
Y se ahíte de luz el triste entre sus ojos
Que paseen por el campo los que ya se quieren
Y que acaricie la brisa nuestros enojos fútiles.

Ha sido un tiempo largo.
Cansada la oscuridad de alzar sombras,
Ahora como siempre empieza
El tiempo del vino dulce y la promesa.

domingo, 23 de febrero de 2020

El cuervo de Hong Kong


Sueño de la mariposa

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

FIN


Vaya liada, vaya liada. Me he despertado hoy con un recuerdo bastante vivo de lo que he soñado; algunos detalles son borrosos, pero la historia en sí la puedo contar de manera más o menos coherente. No me jodas. Supongo que algún psicólogo podría interpretarlo. Mi interpretación es que estoy bastante jodido de la cabeza...espero que para bien. Alo mejor algún lector de esto estuvo allí, yo no me acuerdo de personas concretas

Vamos en un autobús que se parece a un metro, con distintos cuerpos ensamblados y gente de pie en barras en el medio, yo voy apoyado sobre una. Miro afuera y hace un sol de justicia, mucha gente alrededor. No sé que hago allí, pero estoy en Hong Kong. Veo a gente sentada, aburrida, algunos son compañeros de mi trabajo, me parece.

De repente, me dicen que me quite de donde estoy, que la gente quiere bailar. Como que quiere bailar, si, quieren bailar, es una costumbre que hay aquí, yo también tengo la costumbre de usar el autobús para llegar a un sitio, por favor, apártese, si yo me aparto, pero esto es Hong Kong y no cabe una mosca en el autobús, que se aparte, que vale, que ya voy, me apretujo y ahí están, los bailes regionales. Mientras tanto, oigo hablar en español, hay unas chicas que van a ir a ver un concierto de Second, a mí me gustan, los ví una vez hace años (esto es verdad), me encanta "Rincón exquisito", a mí también, vaya que bien, y "2502", sí, sí, están muy bien, bueno, pues espero que os guste. Mientras tanto, la gente bailando en el otro lado del bus, no me acuerdo si uno restregándose contra la barra amarilla, la madre que nos parió a todos.

Luego, llegamos a un sitio que parece un lago perdido de Siberia. El sol ha cambiado su dominio deslumbrante por una luz turbia y bastante mortecina. Enfrente, dos barcos enormes con contenedores en ellos están amarrados a un puerto mínimo, apenas unas casuchas. Junto a ellos, varios otros con cascos oxidados y aparentemente a punto de hundirse. La ocasión perfecta para sacar una foto, pa Instagram o para hacer una postal o para irme al carajo. Estoy fuera del bus, la gente se ha quedado dentro. A mi lado hay un señor de abrigo negro, sombrero y gafas, sonrisa siniestra, se parece un poco a Kissinger y a un alto funcionario de la KGB a la vez, me dice que tenga cuidado, le miro como diciendo, a ver si el que vas a tener que tener cuidado eres tú, pero me sonríe de esa forma torva y me acojona, bueno, aquí hemos venido a hacer fotos con filtro, así que a eso voy. Aunque no tardo ni diez segundos, cuando me doy la vuelta un cuervo ha cogido mi mochila y trata de huir con ella, el de la KGB me dice donde está y que lo persiga, ahora le miro y sé que parece al señor que aparece en el video de "Always on my mind", la versión de Pet Shop Boys de Elvis.

El señor del video en cuestión. Se ríe de una forma muy siniestra, es verdad.


Y el final del sueño soy yo, persiguiendo a un cuervo que se escapa con mi equipaje gesticulando amenazas con los brazos, como si le importaran y el señor de always on my mind sonriéndome como diciendo, vaya un gilipollas. No le falta razón. Dundalk provoca extraños pensamientos en la mente de sus habitantes.

En fin, ayer soñé que era un turista y hoy no sé como haré para quitarle mis pertenencias legítimas a ese puto cuervo. La noche cae lentamente y en la oscuridad me parece oír graznidos que semejan burlas. Lo que me faltaba...

miércoles, 19 de febrero de 2020

El fútbol en la radio. 19 de febrero.

Me gusta el fútbol. Con el tiempo cada vez me gusta menos como juego, más simplificado y afeitado de cualquier magia por el mediocre culto a la eficacia propio de nuestro tiempo. Sin embargo, me gusta como una excusa para estar al lado de gente a la que aprecio y como un reducto de la infancia recuperada, recordar viejos momentos, jugadores, irrepetibles sensaciones que esperamos vivir parecidas en los campos hoy. Quizá sea un empeño imposible. He visto mejores jugadores que Laudrup y Romario, pero nunca creeré que otros son mejores, aunque sepa que lo son. Esa magia, el regate uno dos, la explosividad dentro del área y el último toque sutil, los pases sin mirar, las vaselinas. He leído, y creo que es cierto, que los jugadores son cada vez mejores en lo que se puede entrenar y peores en lo que no. Pero es que lo que siempre nos ha levantado del asiento ha sido lo que no se puede entrenar: la sorpresa, el asombro de la magia. Eso lo viví, quizá porque aún lo tenía entonces, y hoy no lo veo en el juego. También había rivales, claro; hoy los grandes son acorazados que se ufanan de ganar batallas a galeras.

Mientras escribo, escucho en la radio la jornada de Champions; el Valencia pierde 4-1 contra el Atalanta. No sé que pensar de esa práctica. Parece desfasada y sin mucho sentido, hoy que uno puede verlo en tantos dispositivos. Recuerdo un campamento cuando niño, el director era un hombre mayor. Tenía una radio pequeña en la que estuvo escuchando los partidos del Mundial de EEUU en el 94. Nosotros queríamos saber que pasaba y él nos explicaba lo que oía, y cuando estábamos allí, en corro, todos imaginábamos jugadas memorables, disparos imparables, regates de fantasía, pases de tiralíneas. Nunca fue así, claro, pero era lo que nos daba ganas de coger un balón y emular a esos héroes.

Y desde entonces, sigue gustándome oír el fútbol en la radio. Ahora los jugadores son más jóvenes que yo y muchos me parecen niñatos, el furor histérico de los periodistas deportivos me hace cuestionar el tipo de vida que deben llevar, enfureciéndose por nimiedades, y en todo caso, creo que la fábrica y el atletismo se han impuesto definitivamente a la destreza. Pero aún voy, para volver a mi campo con dos mochilas y un campo de estrellas sobre mí, al estadio levantado sobre las eras del pueblo y a aprender a competir y a colaborar con otros de los que no sé nada en torno a un balón desvencijado.

Sigo oyendo el fútbol en la radio para imaginar las jugadas de ayer. Dundalk agita las ondas y la cola  del temporal lleva en su viento las hazañas que no existen para creer que mañana aún quedará espacio para la magia y aún puede ser lo que Dios quiera.


domingo, 16 de febrero de 2020

Parásitos y La perla, o los regalos envenenados del destino. 16 Feb 2020




Fui ayer a ver Parásitos, la película surcoreana de la que me habló me hermano hace un par de meses y que ha resultado la triunfadora del año. Vivimos una época de exageración y grandilocuencia para atraer nuestros sentidos saturados de sensaciones, así que no quería hacerme muchas expectativas. De cualquier forma, creía que estaría bien y lo está, me ha parecido realmente buena (dejo a los que saben decidir si es una obra maestra o no; me temo que solo el tiempo otorga esas categorías). Lo que me ha resultado muy curioso es el recuerdo de una pequeña gran novela que me causó muy buena sensación.

La película resulta ácida en su retrato de la desigualdad e indiferencia de las sociedades contemporáneas, la comodidad y la ansiedad que su contemplación provoca en los desfavorecidos, espectadores forzosos de lujos ajenos. En eso y en otra circunstancia me recuerda poderosamente a La perla, del gran John Steinbeck. Una familia pobre encuentra por un capricho de la fortuna una perla de valor incalculable. La novela, como la película, también aborda la incomprensible danza de la fortuna y los misteriosos recodos que pisamos tras iniciar múltiples causas sin percatarnos siquiera. Cualquier bendición puede acarrear la perdición mañana. Me pregunto si lo que nos arrasa y angustia también puede preñar el futuro de buenos augurios. En cualquier caso, las buenas obras de arte interrogan a lo incomprensible; cierta organización de las comunidades humanas, los meandros del azar, nosotros mismos y nuestros anhelos ciegos.

Una virtud de la película es su metáfora prescindible pero presente y su suspensión de la incredulidad, a pesar de sus giros, que no relataré aquí. Quizá sea porque a veces es tan caótica y dura que se parece a la vida. Quizá nuestros días no solo son más extraños de lo que pensamos, sino más extraños de lo que podemos siquiera imaginar.

Dundalk contempla los ojos del anochecer con la mirada descansada de quien sabe más de lo debido e inquieta de quien sabe que eso no garantiza nada.

miércoles, 12 de febrero de 2020

El libro del día del juicio final. 12/02.

En estos tiempos de Coronavirus e información desatada, he recordado esta novela que me hizo pasar muy gratos momentos. Creo conveniente recomendarla, lanzando esta entrada como una botella al océano.

Connie Willis se inscribe en la serie de estupendas escritoras anglosajonas de fantasía y ciencia ficción. Otras son Ursula K. Le Guin, May Gentle o la más famosa y en mi opinión la peor de todas (sin demérito, el nivel es alto), Margaret Atwood.

Esta historia trata acerca de un futuro cercano en el que un grupo de investigadores logran mandar viajeros en el tiempo. El equipo decide mandar a una joven a la Inglaterra de la peste negra. Ay, pero cuando ella llega a ese tiempo de peligro infinito, una pandemia se desata en el mundo del que proviene y queda atrapada en el siglo XIV, donde la gente la toma por un ángel enviado para evitar el juicio final.

Como las buenas novelas históricas, detalla el mundo al que la estudiante accede para lograr una recreación más realista. Como las buenas de ciencia ficción, describe el mundo de pasado mañana sin exceso de especulaciones y sin quebrar su funcionamiento interno por querer epatar con luminosas invenciones. La trama favorece inevitablemente a la historia que acontece en la Edad Media, pero la del futuro está hábilmente engarzada para sostener la otra y sin perder el interés. Su subtexto es inteligente y sensato. La historia humana es la historia de los miedos de la humanidad y los sentimientos primarios que despiertan.El espíritu que nos forma está acechado continuamente por la pérdida, pero es indomable y adaptativo incluso en las mayores desgracias.

Muy recomendable. Leer es, como la música, una forma misteriosa del tiempo. Recuerdo vivir la historia contada en esta estimable novela con temblor y sosiego, disfrutando de la imaginación puesta en marcha por su apreciable inventiva. Los personajes son algo planos, pero se trataba de dar prioridad a la trama. Y en fin, la recomiendo, aunque quizá estos días no sea el tema más agradable. Pero la ficción también existe para exorcizar nuestros temores y traernos fuerza.

Dundalk se rezaga en una noche ventosa de donde el pasado trae canciones que nunca se perdieron, para alborozo e inquietud de las sombras que la habitan.




martes, 11 de febrero de 2020

El rey pescador. 11 de febrero.



El privilegio de quien escribe, de quien lee, es su dominio tiránico sobre lo que recrea. Aspira a levantar en los campos secos de vocablos torpes su palacio de refulgentes cristales, como el álgebra, como el ajedrez, y tomar posesión de sus dominios con satisfecha omnipotencia. La miseria que acarrea escondido este privilegio es la contemplación desnuda de su propia pobreza. Es una soledad que gotea lentamente por cada poro de la realidad sobre el alma ingenua del que gusta de las ficciones. El silencio de Dios que el eremita en el desierto trataba de conjurar se asemeja a la sensación de soledad que experimenta cualquier soñador cuando entreve que sus desvelos no son compadecidos. Ningún ser hay que dé sentido con su compasión a sus intentos de despertar la piedad del universo en torno. Ambos sentimientos de soledad que espera un fruto son los de una promesa que nunca fue hecha a la que se consagra tanto que, una vez de vuelta en la verdad, deseamos cobrarnos contra nadie mientras nos quema por dentro, inacabable.

En el supermercado de las experiencias que es el mundo hoy para nosotros, los privilegiados, se compite por la más cegadora o intensa. Es otra forma de evasión, a veces opuesta: confundir la vida con lo que pasa. Sin embargo, al menos ofrece el aliciente de una sensación real antes de convertirse en un recuerdo imaginado. Si fuera más dotado para la narración, diría que en un mercado de la antigua Bagdad había aromas de India y el medio oriente y bajo un sol amable y el rumor de una fuente, frente a un puesto de frutas jugosas, unos miraban obnubilados un dibujo en la arena y otros comían extasiados dátiles que no valían nada. La verdad debe encontrarse en un punto medio entre el escape a otro mundo y el olvido en este.

Yo no he sido capaz de encontrarlo. He querido ser el centro de mi vida y el rey de mis motivos y me encuentro encadenado a un tiempo que no me da alegría ni esperanza. Deseé hacer méritos para despertar en aquel que nos mira y que no existe el orgullo del que comprende. Un rey pescador que ha olvidado quien es y cojea incapaz de proteger el tesoro que juró consagrar mientras la vida pasa a su lado. Sigo escribiendo en el agua una firma que se habrá desvanecido antes de que me vaya definitivamente y contemplo fascinado las ruinas de mi propio abismo.

Dundalk se despide de mí para que rumie otro día de derrotas y olvido, que crean arrugas en el alma y alarma en el corazón. Si  han de curarse y he de encontrar el remedio, el tiempo lo dirá, si se me concede el suficiente. Si no, no tendrá mucha importancia y todo habrá sido en vano. La tragicomedia debe continuar y la nieve se posa en mis ventanas para bendecir la luz de la luna.

domingo, 9 de febrero de 2020

La soledad y un día.Nueve de febrero.

El material del que están hechos los sueños es elástico y duradero. Puede que sea simplemente tu propia imaginación; en otras palabras, el arte de combinar a placer tus recuerdos, reales o también imaginados. Como todos los juegos, es infinito y como toda posibilidad, se esconde en un laberinto de causas que iniciamos sin saber a qué puerta nos atraerán.

Como todos, también imagino iniciar cada día un nuevo camino y me mueven las mismas pasiones simples que a la mayoría. Sin embargo, creo que hay algo en lo que no reparo demasiado y me hace falta: la posibilidad incierta de un nuevo inicio, hollar estremecido donde pocos lo han hecho antes y donde antes no pensé que lo haría. No tiene por qué ser grandiosa o reconocida, pero debe ser ardua y misteriosa.Creo firmemente que las más bellas auroras aún no han despuntado y que no hay lugar mas mágico e ignoto que el que se presenta ante mí. Pero, ay de mí, lo olvido fácilmente. En un mundo en el que la sobreactuación y la simpleza reinan por la desidia de las almas acomodadas, la pelea individual por una aspiración se demuestra como un acto de héroes. A la vez, me digo que ser un héroe es colocar la cabeza bajo la guillotina que accionan opinadores insensatos en esta época de resentimiento universal.

Queda el arte; esa forma de pensamiento intenso, concentrado, en el que un alma singular intenta transmitir a otros una forma distinta y especial de ver el mundo. Queda la música y su sutil manipulación del tiempo. Queda el valor de la palabra y la energía que transmite la amistad caudalosa y serena. Y también queda el valor íntimo de la soledad, su presencia encantada. Como los peligros de las mitologías y los cuentos de hadas, presenta una vertiente venenosa para aquellos a quienes corrompe; ellos traicionan su alma y se alejan del devenir de los demás. Sin embargo, la soledad suele ser un don que nos ocupa a veces para pensar mejor y escapar por unas horas de la jaula de nuestra propia época y lugar.

Hoy es domingo. El domingo de la existencia tradicionalmente se presenta como algún sitio en el que no pasa nada porque no hay nada en él que pueda pasar. Creo que también puede ser un tiempo de promesa e inspiración; a él quiero comprometerme hoy, dando uso de los pródigos dones de mi vida en un altar de consuelo y promesa. Quiero que el tiempo que me sea concedido esta semana que se acerca sea de apoyo y nostalgia creadora, no la que paraliza. Quiero que en él haya tiempo para adentrarme en los océanos y selvas que atesoro, e invitar a otros en ellos, como ellos mostrarán los suyos propios. Quiero no darme importancia y distinguir lo relevante de lo accesorio. Quiero en fin, gozar de la calidez de los días en una soledad acompañada de buena gente y buenos momentos, mientras se elevan las nubes y los rayos del sol iluminan las cadenas invisibles del tiempo y el espacio, rotando todos nosotros en un olvido aparente en el espacio que media entre la eternidad del origen y el fin, que dura lo que dura toda nuestra soledad y un día.

Dundalk es azotado por una tormenta de nombre amable; las ramas crujen y el viento se levanta, para alabar el fuego de los hogares que ofrecen su ternura y cobijo.







jueves, 6 de febrero de 2020

La esfinge. 06/02/20



Despertar en tinieblas como ciegos candentes
De repente aspirando toda la luz del mundo
Saber ver la belleza en los mensajes breves
En el golpe de gracia y la comprensión súbita
De páginas que vuelan sobre la mar de hielo
Pues vienen del ayer y viajan hacia el absorto invierno
Donde la rama desnuda ofrece aún sus preguntas:
Ser pájaro y ser capa de nieve en ella
Para saber cuando vibrar y cuando posarse en el tiempo que nos queda.

Aprender a perder, como cristales rotos
Que reflejan el resplandor del cielo amanecido
En un caos que no eleva, ni calma, ni sostiene.
Caminar en círculos alrededor de la verdad
Contra el amanecer inmenso y su herida abierta
Siguiendo el hilo de seda que alza el alba
Cuando hasta las sombras pretenden esconder promesas.

Seguir adelante, que es el único mandato
Para todos los que ocupamos un alma y alzamos un escudo
Y aprender a alabar, la lealtad, a domar el miedo;
Armarse de valor y quebrar cada lanza, caer sin deshonor
Y con audaz latido. No dar tregua ni pedirla, débil;
Ser dignos de nuestra palabra y el filo del acero
Que vibra con su furia que estremece al aire.
Soportar la soledad sin llenarla de más yo ni bajezas;
Con las manos ebrias y el corazón fiero
Caminar contra el recodo inacabable.

Y antes de volver a cegarnos y entregarnos al otro
Que vela y porfía mientras nos cuida el sueño
Sostener la mirada implacable que tiembla en el espejo
Alzando los dones concedidos otro día de vida
Por la gracia gélida y dorada de la temible esfinge;
Pues entre todas las cosas conocidas
Esa es la más difícil.

lunes, 3 de febrero de 2020

Los que tanto insisten. Tres de febrero.

Pliego de descargo: nota abstracta sin ninguna motivación específica. Cualquier parecido con la realidad es debido a la realidad común aquí expresada.

Los repetitivos. Los persistentes. Los que le echan morro. Las lapas. Los pesaos. Los plastas. Los acoplaos. Los de la turra. Los que arriman sus objetivos y deseos sobre los de cualquiera. En fin, los insistentes, aquellos de los que hay que huir como de la peste. He hecho un pareado y muy contento me he quedado.

En fin, todos sabemos el manual, pararles los pies; pero que difícil es. Hay insistentes con talento natural y los hay con ética del trabajo para adquirir más morro y seguir apretando. Saben atajar la cólera de quien se ve avasallado sin razones impostando la suya como si lo que piden se les debiera. En fin, incluso en la mezquindad hay razones para aprender: hoy en día uno no es es nadie si no se le debe algo. Se acercan como si dudasen, como si les avergonzara pedir lo que desean. Pero después de que se oigan a sí mismos se vienen arriba y cada vez les cuesta menos, confiados en que la repetición borrará el asunto concreto que buscan. Si uno se queda al lado, no hay esperanza posible; nunca van a desistir y van a fingir su enfado sin irse nunca, como sería lo suyo. No, ellos están hechos de otra pasta. Se quedan y hacen las cosas más desagradables para todos, hasta que alguien acaba por ceder. Cuando eso ocurre, se sienten además legitimados en lo que pedían, pues era obvio que si lo han conseguido era porque lo merecían. Maravillas de la cultura de la queja. Sus muertos.

Cuando estuve de vacaciones en casa, he empezado a escuchar como un rumor de fondo que trae noticias de nuestros insistentes públicos más reconocibles: los políticos. Por lo visto, el alcalde de León ha decidido que la lucha por la justicia social pasa porque sea él o los de su cuerda quienes gestionen los presupuestos. Como parodia fina, no está mal; son lustros de premiar la queja y burlarse del silencio. Pero me temo que va en serio. Como cualquier nacionalista, ha decidido detener la historia del lugar en el momento en que le conviene para atraer clientela y proclamar que esa es su verdadera esencia. Triste cruzada; el hombre moderno es provinciano en el tiempo como el campesino medieval lo era en el territorio: siente por el pasado un desprecio que no merece, por el futuro una adoración irracional que merece aún menos y por el presente un respeto autocomplaciente bastante estúpido.

Así que ya veis como estamos. Uno no puede solo huir de los plastas que le han tocado, sino que tratan de imponérselos desde los despachos oficiales. Al final, uno va a echar en falta aquellos maravillosos tiempos cuando lo peor que le podía pasar a uno es que lo invitara alguien al que sabía que al final le tocaría invitar y tomárselo con filosofía. Dundalk mira a la noche que se abre sobre el azul de las colinas y se remueve en su sillón de tiempo. No vaya a ser que alguien venga a estas horas y con este frío a pedirle un favor después de contarle sus putas penas.