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domingo, 28 de abril de 2024

Un verano. 28 de abril, 2024.

 Un coche surca un paisaje pedregoso. El calor es sofocante, ese que hace que las bocas se resequen y agrietan los labios. El creador del Mundo está fuera de él; quizá pudiera ser más amable con sus criaturas. Ha decidido no hacerlo y seguir su propia justicia que enmadejará o desmadejará el juego a su antojo.

Un coche negro avanza, decíamos. El país podría ser Argelia. Quizá sea uno que no existe en el mismo mundo en el que habitamos nosotros. Los seres y sus vicisitudes se agitan en la conexión del señor de su destino y los ojos ávidos del joven que lee en su habitación, en un rito nocturno y amado, descubrir otros mundos, otras voces, otros mundos invisibles que moran en éste. Durante el día le fue concedido gozar de los dones pródigos del verano. Escaló en su bici, tesoro de los pobres de los niños de pueblo, cuestas suaves alrededor de las cuales amarilleaban rastrojos. Se zambulló en una poza que no muchos conocen. ‘Como la noche conoce a las estrellas’ leyó ayer, y ese verso ha resonado en su cabeza ahora, sin saber bien por qué: porque él es otra criatura y el dueño de su historia así lo ha decidido. Ha estado mirando jugar la partida en el bar del pueblo a hombres secos y duros. Ha visto a sus mujeres protectoras gobernar la vida con valentía. Se ha sentido parte de su gente, trasegando unas cañas, en un mundo cruel y severo pero también abierto, presto a cambiar la audacia por oportunidades. Es un sentimiento cálido sentirse parte de algo superior a uno mismo. Luego, volvió tranquilamente a casa, sintiendo el aroma de la noche suave. ¡Verano! Que hermoso sentir el frescor del agua, la calma de la amistad, un tiempo tan lento y preñado de gratitud que parece recobrado.

El joven cierra la puerta con cuidado para no despertar a su familia. En las estanterías le esperan hechizos y a él le gustaría apurarlos todos. Ha sentido el fragor de la caza entre las paredes de una abadía entre las montañas. Agosto refresca el rostro, dicen los viejos y entre el canto de los grillos de cuando en cuando, ha refrescado su mente con razonamientos enrevesados que disimulan la lucha por el dominio. Años más tarde, aprenderá que casi todas las desgracias provienen de no hablar claro. Ha acompañado a familias huyendo de las tierras atormentadas para que su nombre no se perdiese. Ha surcado un río febril en busca de la definición del mal y el horror, si tal cosa es posible. Sentirá, cuando le llegue el momento, que tal cosa es un afán insensato; quizá sea porque recuerde la sensación de arena escapando entre sus dedos tras golpear el rostro de la oscuridad, al final del río. Ha acompañado a un centinela, día tras día, tras su muralla, esperando a los tártaros, pues ese es su deber. Y los mundos antiguos y los que vendrán, y los personajes que parecen ser suyos, así los autores le han dejado penetrar en su pensamiento y lo que sienten. El terror, el romance, la rabia, la esperanza, la sonrisa. Todo ello navega entre la brisa de las palabras que tiene la suerte de compartir. Leerá el Don Quijote y a Borges algún día e intuirá el juego de espejos de la literatura, imitando al de la vida, que suele ser ambigua en su acecho de lo real.

El joven siente que sus ojos van cerrándose dulcemente, después de una aventura en torno al cabo de nueva esperanza. Ha merecido la pena, como siempre, se dice. Bebe un vaso de agua y se felicita de su fortuna, la de todos aquellos que pueden vivir un verano así. El mejor verano.

No sabemos su nombre: yo, que puedo ser dueño de mis criaturas y soy la criatura de otro al que no conozco, en una espiral inconcebible de causas, podría crearlo. Tampoco que le deparará el futuro, los gozos y los pesares que la vida irá repartiendo por su camino, como hace con todos. Quizá haya otro jugador que mueve la pieza del destino mientras los señores de su vida creen ser su destino absoluto. Nadie sabe. Mientras la noche se apodera de ese mundo distinto que se parece al nuestro, todos los sueños, los seres, el cielo y el subterráneo se van plegando para sólo nacer de nuevo en el momento en que tú lees cuando yo ya soy una sombra inútil para ello, conectando en un punto del tiempo y del espacio que no debería estar, pero que tú y yo juntos hemos conjurado; la magia incesante y fresca de los recuerdos de nuestro mejor verano, aquel que sabe que frente a todo el frío del mundo envolvente y confuso hay un calor interno y primordial más fuerte empujando de vuelta.

 


 

miércoles, 24 de abril de 2024

Abril. Veinticuatro de abril.

Abril es el mes más cruel. Entre la niebla de la alborada despliega los pétalos de la memoria. La dulzura de lo que se pierde es más espinosa que la dificultad prevista. Y el sol nunca se asoma. Te has sentado en un banco en la luz cansada de la tarde. La frescura de los tilos no parece sino un reflejo del otro lado, aquel que ves en los sueños extraños e inacabables. La palidez de sus ramas, que no filtran la luz del sol, hacen sus brazos cansados.

La derrota del tiempo es que nada cambia. hay otros bancos, otras riberas, pero siempre cae la misma lluvia y acosan las mismas preguntas. El vacío es infinito, frío como la arcilla seca. Las nubes se ciernen en una cúpula de terror silencioso. El camino no lleva a ninguna parte. Acurrucado contra la tiniebla, buscas aquello que despeje tu mente, para no pensar ni sentir. El rumor es lejano. Vas a tratar de olvidar un olvido y pensar en la quietud apacible de lo que resta del día, antes del silencio, antes de que anochezca. 




domingo, 14 de abril de 2024

Infancia. Catorce de abril.


¿Recuerdas aquel tiempo de perpetua promesa?
El prado, el arroyo, la lumbre y cada rostro
Parecían distintos, escondiendo un misterio
Que envolvía su sueño bajo el cielo infinito.
Fue la hora preciosa que agitaba el segundo
En la vibración de un mundo generoso y despierto.

La voz sobre los campos era de un Dios presente
En gorjeos y trinos, rumores y crujidos
Delicado y audaz trotando entre las formas
De la imaginación y el asombro, el amor a la duda.
Ahora echo de menos su consuelo atento
Como aquel que espera que abran la puerta de su casa ya en ruinas.

La soledad se poblaba de seres misteriosos
Compartiendo secretos desde su primavera.
Guardianes del ocaso y un templo de alegría,
Fuimos lo que la suerte supo y lo que el alma quiso:
En su brillo de agua lo que guardas se pierde
Porque todo lo que no está en ti y se te da, te hace
Y lo que diste al fuego de los años es lo que permanece.

Aquel resplandor para mi mal está apagado
Y lo que sabía sentir es una llama oscura.
Avanzar es más arduo y ascender es cansado
Hasta la cumbre nevada a la que llega el hombre
Tratando de vislumbrar en el país del niño
Los tiempos de gloria por esa luz bañados.

Ahora somos olas que amenazan romper
En el vacío insomne de la playa entre brumas
Dónde la memoria destiló experiencia de sabor amargo,
Allí dónde las lágrimas ya no son capaces de contener un mundo,
Pedazos rotos de un espejo que jamás contemplamos.

Dondequiera que vaya, el embrujo se ha roto. 
El fracaso no es dulce. La paz tiembla
Sin la magia ubicua que despierte un anhelo.
A veces un batir de alas revela su destello
Y la inocencia baña el día con su cáliz sagrado
Mas termina pronto y me deja en silencio.

En su trono agotado, rige terrible el tiempo;
La costumbre olvida el fulgor y se agota
Y la noche no prodiga su camino entre estrellas.
¿Dónde han quedado derrotados la esperanza y los sueños?
Sólo una voz moribunda susurra aquel recuerdo
Cuando todo era instante,
Cuando fuimos eternos.




martes, 9 de abril de 2024

Una historia de fantasmas. Nueve de abril, 24.

En la casa había una habitación por la que entraba el sol por las mañanas desde que el alba rompía. Por la noche se oían los grillos, traídos por la brisa nocturna y el aroma de los jazmines. Así pasaban los días. A lo lejos, las colinas onduladas de la primavera evocaban la distancia melancólica de la mar, como de una ausencia innombrable. A veces, la fuerza arrebatadora de las tormentas de verano iluminaban los parajes lejanos entre estruendos fragorosos

El tiempo pasó. Las otras estancias se llenaron de sombra. El polvo se fue posando en los muebles, levantando cada mañana motas doradas entre un viento fresco. El olvido desplazó los recuerdos, las pequeñas victorias, las embestidas despiadadas de la realidad. El desencanto.

Así que al fin llegaron. se apoderaron de los dormitorios tristes y del salón, donde antes aleteaban las risas. El silencio tiene una dignidad extraña que el bullicio no conoce, mas en ocasiones hiela el corazón. Solo queda ya un rumoroso pestañeo de las cortinas blancas que agita el viento que anuncia los nuevos días y con rayos del sol lentos y suaves, donde viven ellos, en un lugar ya lejano, en una habitación vacía. 



jueves, 4 de abril de 2024

Las inmensas preguntas. Cuatro de abril.

¿Es el sufrimiento inmanente? ¿Acaso, sería posible, elevarnos por encima del dolor? ¿Es la conciencia un ángel, un cierto guardián ciego, o es una ilusión creada por múltiples centros de experiencia que aún no aprendimos a distinguir? ¿Qué me une a las personas distintas que fui, algunas irreconocibles? ¿Es la esperanza, la ilusión de un futuro, la capacidad de modificar mis recuerdos para unirme en todos ellos y superponer una ilusión que llamo yo? ¿Es mi impresión de libertad otra ilusión inalcanzable? Y lo más extraño de todo, ¿por qué soy capaz de planteármelo, si soy incapaz de encontrar siquiera un indicio de ello? En fin, por qué soy capaz de preguntarme acerca de cuestiones abrumadoras que no deberían aparecer.

Una confusión irresistible que en ocasiones me invade es la de percibir todo con un orden que no es de lo que veo, sino de lo que hay dentro de mí. Pero dura poco y enseguida siento que yo me despojo de mi percepción misma y todo aparece como iluminado por un sol tenue y diferente sobre un planeta muerto. Un silencio eterno que nadie percibirá, cuando toda vida perezca. Algo que sólo existe en virtud de la presencia de algo que siente o piensa, en ausencia del ser, desaparece y a la vez se hace omnipresente. Mi hoy contradice mi ayer constantemente, sí. Pero es que pienso que no hay nada que tenga relación con lo demás si salgo fuera de mí y que todo es lo mismo cuando vislumbro cualquier aspecto de la realidad después de sentirlo o pensarlo.

Una obsesión que vuelve a mí es tratar de comprender, aunque sepa que nunca podré, porque soy consciente, sensitivo, porque somos la parte de la materia que trata de conocerse. Si la intuición es una sabiduría secreta y es cierto que comprender es recordar. Por qué, y esto es lo más extraño de todo, hay una selva de símbolos que puedo compartir con otros, porque la complejidad no me aísla sino que me aferra a otros y a la ilusión de que aún mantengo un hilo tenue de percepción con algo más allá de mí. Tantas veces me parece una ilusión, una cárcel de experiencia falsa que levanta la creencia en lo que nos ciega. Entonces, la melancolía y el desprecio me anegan, deseo desterrar mi conciencia, anular mi percepción y entregarme al alma del mundo, olvidándome completamente de mí. Y mi corazón se exalta tímidamente con esa elegante esperanza.

Miro ahora por la ventana perlada de gotas de lluvia, surcada de su agonía, reflejando diversamente las luces náufragas de esta noche. Las inmensas preguntas aturden mi mente y el viento, el río y los hierros de la ciudad son el fenómeno pasajero de esta noche, construida bajo una representación fugaz de un dolor que imagina su padecer porque se engaña creyendo que existe. Sé que lo que pueda darte el instante, la eternidad no sabrá traerlo de vuelta. Pero me pregunto si no debería dejar de buscarlo y aceptar lo que venga y simplemente ser, sea lo que sea que eso signifique y sea lo que sea que soy.