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miércoles, 28 de junio de 2023

Hombres buenos. 28 de junio.

Me ha gustado mucho Ted Lasso. Acabé el otro día su última temporada. Es un gozo pasar tiempo en un lugar al que tu imaginación accede porque le resulta un lugar estupendo para quedarse. 

Me parece una serie brillante que oculta esa brillantez con modestia y jovialidad, con referencias constantes a la cultura popular: Robert Frost, John Wooden, la Superliga. Simplifica con buen gusto y perspicacia. Nada es persistentemente real, sino una invitación a un poder ser que resalta las posibilidades que se esconden tras lo que vemos. Y bueno, me gusta mucho esa estilización del deporte y la vida para mostrar lo que late. No se trata de ser precisos, sino de contar la verdad. No importa tanto Richmond, el barrio, el equipo de la Premier, son escenarios mínimos; se trata de construir un escenario de cuento de hadas para resaltar lo que permanece tras las permutaciones de lugares y tiempos. Se trata de buscar lo que nos es común y no sabemos describir. Y en ese trazo vivaz y alegre lo que no se puede decir porque pertenece al corazón se sabe mostrar. 

Lo que se muestra, en mi opinión, es una hermosa y potente metáfora sobre la ingenuidad y aquella circunstancia tan porosa que llamamos, por llamarla de alguna manera, fracaso. Un grupo de seres baqueteados, hartos de estar hartos y a punto de dejar de luchar encuentran la mejor manera de no rendirse: luchar por quienes están a su lado. en sus diálogos, sutiles y vibrantes cómo arcos a punto de lanzar la flecha, se encuentran a sí mismos en el otro. No son simplones: su ingenuidad es elegida, una forma más alta de vivir aunque, como todas, reclame su precio. No son perdedores: su candor nace de su re-conocimiento, hombres, mujeres buenas que dan su trato merecido al impostor, el fracaso, y comprenden que tampoco importa. Cuando llega el éxito es igual, vestido con ropajes nuevos. Han dejado atrás, aunque siempre hay que seguir aprendiendo, las viejas categorías. 

Y lo que más me gusta: parece una ficción que se atreve a decir lo que la época grita de forma agria bajo la tierra: necesitamos esperanza desesperadamente. Necesitamos perdón. Necesitamos paz. Necesitamos descansar en lugares sin cicatrices y sin veneno. Por eso me ha gustado Ted Lasso. En una ciudad que no existe, un deporte que no es como se ofrece, hay un hilo de oro a través de su narración, y es el que ilumina el camino para volver a casa.

La tarde camina plácida a su fin. La luz del verano enciende levemente las hojas de los árboles en los parques y la lluvia leve cae sobre el río suavemente, hacia la mar cercana, donde todo comienza de nuevo.




sábado, 24 de junio de 2023

El huésped. 24/06.

Como decíamos ayer, la cesura que hemos introducido entre la realidad y el deseo es uno de los nombres de nuestra angustia. Hoy reina un calor seco y la breve brisa alivia y calma. No hay imágenes de paraísos retocados que sepan dañarnos si antes no hemos bajado la guardia ante las seducciones de lo imposible. Deseo ser inmune al estímulo constante, resistente a la dictadura de las experiencias minúsculas, fulguraciones que no dejan sino ansiedad de más y  un abandono íntimo.

Hoy hace un día diáfano y siento un intenso anhelo de no sentir anhelos. Me siento lúcido como si la claridad que el cielo atesora y derrama levantase el velo de los ojos. Y sin embargo cuando ocurre es una sensación de estar fuera del tiempo, notando una vibración inusual.

Siento que lo que me pasa le ocurre a alguien diferente dentro de mí, una tercera persona, acaso un ente bajo el umbral brumoso que separa lo que creo saber de mí de lo que me convierte en extraño. Huésped de las sombras, dispersado en puntos de vista, mirando como debe saber ver la luz mortecina antes del amanecer un mar nublado, una luz serena, sin centro, uniforme desde todos sus puntos.

La conciencia es entonces una cualidad externa y desechable; se siente como un parpadeo del infinito, una breve prisión de sí misma antes de volver a unirse al caudal inconcebible y jovial de lo que no se puede nombrar con nuestras palabras. Es un balbuceo ineficaz contra lo que la percepción vislumbra pero no logra aprehender. En fin, es un huésped, ya dije, silente y poderoso, alguien que despierta y presta su mirada durante un momento breve y para siempre. Pienso, quizá sea una estupidez que bien podemos ser solo una forma de que la materia se conozca a sí, conciencias fragmentadas que algún dia más allá del devenir aunarán sus voces. 

Por el momento, solo es la luz, la mirada, la sensación de una prisión que no logra acallar del todo la parte infinita de nuestra vida, la búsqueda de liberación del yo en la eternidad. Es entonces cuando el resplandor, la mañana sobre la mar, las aves difusas, el recuerdo de las estrellas aún escondidas, las tareas y el huésped de mí que soy yo si fuera capaz de ser lo mejor que pudiera unen fragmentos rotos del espejo y la imagen que reflejan es simple como la soledad y alegra el corazón como las noches cálidas. No hay deseo, no hay ansiedad ni desamparo y la luz que agoniza muestra todo tal cual es, inocente y extraño. 





domingo, 18 de junio de 2023

La corrosión del carácter. 18 de junio.

Hoy he leído acerca de un hecho que me ha parecido muy relevante y he observado una reacción, parcial, sesgada seguro, que me ha resultado tanto o más interesante.

Desde la patente de una máquina voladora que acabaría siendo el aeroplano hasta el primer alunizaje transcurrieron 66 años. Una manifestación extraordinaria de lo mejor del espíritu humano, me parece. Imagino una sucesión de talentos, muchos hoy ocultos, trabajando juntos y compitiendo, tratando de dar un paso más allá hacia lo imposible. Una escalada audaz contra lo imposible. Una muestra más de que la liberación del talento y la promoción de lo admirable promete frutos dulces en el cambio constante del mundo que permanentemente los amenaza.

Pues se ve que no tanto. La gente (detesto usar esta simplificación, pero bueno, la gente que comentaba, la mayoría de los comentaristas, nos entendemos) tendía a minusvalorar cualquier mérito, difuminarlo con trazos de sofisticado pensamiento aglutinador de churras y merinas, con la consabida chatarra ideológica, recuerdos de guerras mundiales, una considerable porción de temblor por la perspectiva de futuro, con amargura.

No resulta fácil comprender esto. Decir que algo ha mejorado o ha progresado, valorar cualquier logro no significa asumir que estamos en un mundo perfecto. No sé qué vida en el pasado imaginamos como sociedad, o qué esperamos del porvenir. Parecemos dejarnos llevar en una corriente mortecina de cinismo absoluto, todo lo que no es perfecto es igual de despreciable. Yo creo que no es más que miedo y deseo de rendirse antes de luchar. El terror al futuro es terror a la vida. Es difícil comprender el atractivo de la desidia, lo único que uno puede conjeturar es que es un lujo nacido de la vergüenza de una vida sin riesgo ni afán. Me temo que está corrosión del carácter es una epidemia no letal y silenciosa que nos está haciendo más tristes, lejanos, asustados...en fin, peores, dueños de dagas amargas para defendernos de fantasmas que nuestra imaginación convoca, nada más.

Que les jodan, sean muchos, uno o todos. Voy a vivir hoy y a tratar de hacer un mañana algo mejor. Y si no lo logro...pues habrá que seguir, contra el viento, con razón, sin razón o contra ella. No hay más. Nada se nos ha dado y no yacemos en lechos de rosas. Admirar lo admirable es bueno y me parece que hasta necesario. De lo contrario, vivimos despojados del esfuerzo que nos ha precedido y de la ilusión que nos espera, huérfanos y ciegos.

La noche ha caído contra un lugar escondido, herido pero aún orgulloso. Ahora no puedo ver la luna, pero sé que esta ahí y eso basta. Ella estimuló el sueño de tantos que desearon lograr lo que no había sido logrado. Y ese esfuerzo, difícil, duro, sin dar ni pedir tregua contra los límites de lo común dio frutos inmensos. Aunque pocos deseen gozar de sus frutos, yo voy a hacerlo, mientras un rumor débil eleva el significado de la noche hacia las estrellas lejanas.




miércoles, 14 de junio de 2023

Nocturno. 14.06.2023.

Como no di nada al mundo

El mundo nada me ha dado,

Y vago por un tiempo indefinido

Con mirada gris y deseos ajados.


La extrañeza del cielo de penumbra

Consigo trae el alma adormecida

Y el eco de una voz ronca y antigua

Abre tierna en el pecho la fatal herida.


Yo sé que hay quienes dicen que no es tanto,

Que la tristeza es un busto de mármol en silencio

Mas esta noche es el regusto amargo

Del final sin paz ni luz de este siniestro sueño.


Creí que podría ser otro; la máscara es mi rostro:

Cubre con serenidad esta agria espera,

Refulgente al sol tranquilo de la comodidad

Pero oscura y terrible como su corazón de fiera.


Los sueños se marchitan exangües

En la laguna quieta que mece la tiniebla,

Mientras el tiempo pasa y late pesaroso

Y la bruma pronuncia la terrible condena.


Pues si la luz es otra y baila en puntos leves

Donde fulgura con ansia su inasible corona

También sabe encender la sombra el aire

Con punzones de culpa que aparecen a solas.


Como no supe dar nada al mundo

El mundo nada me ha dado

Y en este tiempo sin temblor ni dueño

Ando furtivo y solo por caminos vedados.





lunes, 5 de junio de 2023

Lejos del cielo. Cinco de junio.

A veces, como traído por no sé que brisa, hay un sentimiento de extrañeza contra todo lo que ayer era parte de ti. Un velo en la mirada otorga espesura a lo que ayer parecía diáfano. La lejanía de todo, tal si dijera adiós, se abre paso entre brumas de la mente. He leído que para la concepción taoísta la inmortalidad consiste en el cambio eterno. Puede ser. No nos agrada que el tiempo se escurra como agua entre los dedos. Supongo que es una razón poderosa para anhelar un Dios personal, como nosotros, sublimado en la perfección y la paz. Yo no soy capaz de semejante anhelo. Creo que es en nosotros donde Dios, una suerte de principio creador, y la naturaleza se encuentran y en donde el ayer aparece distinto del mañana.

Me gusta la idea de Spinoza de un panteísmo como respuesta al enigma del tiempo. Y el hecho es que no deseo más, no deseo ser yo más allá de mí mismo, ni en muchas ocasiones ser yo aquí mismo. No querría un más allá donde la conciencia personal de un breve paso en un Universo extraño perdurase. No existí miles de años y nada me turba en ello, ¿por qué debiera desesperarme por ir a un mismo lugar?  

La sorpresa también se apodera de estos días de puerta al verano: la acumulación incesante de experiencias que parece que debe ser la meta de la existencia no significa nada para mí. No soy lo que me ocurre. No temo todo lo que no me ha ocurrido, ¿por qué debo temer cuando ya no pueda ocurrirme nunca? Hoy que las redes y la ubicuidad del ruido nos revela una soledad radical y triste, me siento solo y en paz... No me molestará irme, creo. No siento pavor a no decir la última palabra. A Unamuno le enturbia la calma no ser más él. Quizá si fuera él, lo entendería. Últimamente, me siento más cercano a los pardales de la ciudad, que picotean entre terrazas y calles y vuelan de nuevo, y vuelven, en ellos o en otros. Me imagino al sol saliendo de nuevo un día en un planeta desolado, sin rastro de nosotros. Es una imagen bella y serena, que también desaparecerá de mí lentamente.

Y así hoy, que el día es cálido y el cielo está limpio de azul pálido, siento desapego sobre todo, o acaso es que todo me ha olvidado, y libertad, la percepción luminosa de que nada importa y menos que nada el recuerdo y la ilusión. A gran distancia de todo, desasido de la esperanza, libre de temor. No escribo para aconsejar nada, por supuesto. Sólo es que hoy contaré lo que siento pasar por dentro, de una forma serena y acaso algo amarga, porque estoy cansado. Asombrado de la luz y agradeciendo la sombra, lejos del cielo, una bóveda misteriosa que solo puede saber existir justo ahora, mientras el tiempo solo existe dentro de nosotros, el camino es el sentido de la meta y la brisa acaricia las espaldas de un mar que sigue meciéndose cada jornada porque ha aprendido a olvidarlo todo.