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martes, 27 de diciembre de 2022

Visitar lugares.27/12.

Me gusta viajar, porque querría ser otro tantas veces y el viaje hace el olvido; vaciando una parte de ti, permite formarte, por unos días, otra vida, sepultadas lealtades y rutinas, conservando lo que más caro te sea. Con su prestidigitación y asombro, el viaje despierta una embriaguez serena, la contemplación de uno de los mundos posibles que pueden existir en nosotros.

Todo esto me parece cierto, al menos para mí, ¿y para quién otro podría serlo?. Sin embargo, me basta saber con que las maravillas del mundo existen, no preciso visitarlas. Quiero decir, deseo visitarlas, pero su contemplación no suple la idea de la ciudad, el país, sedimentaciones de la historia, el paso, las cicatrices y las fusiones que uno se hace, sabiendo que son incompletas y parciales, más apegadas a una forma de ser y a la ignorancia de los tópicos: nadie conoce a nadie, y un lugar es una ebullición de nadies que se suplen pronto, un cambio que se superpone a la entidad que forma.

No, no necesito imperiosamente visitar. Pero necesito saber que existen y que forman parte de mi mundo, son mi mundo. Como la estrella de un cielo conocido, su presencia, aún lejana, es simplemente lo que marca la diferencia. Hay otras señales desconocidas, modestos lugares que esperan a ser parte de la vida de alguien. En su búsqueda incesante, agotamos los días, del cuerpo y la imaginación para entrar en vestíbulos luminosos, pasillos nuevos y de aroma antiguo que nos llevan, de mano de sutiles melodías, de vuelta al lugar al que deseamos volver y descansar, al consolador humo de la lumbre, un lugar maternal y en el que luce un ancestral misterio, al hechizo infinito de sentirse volviendo a casa.

He leído que hoy hace 1485 años exactos de la finalización de Haiga Sofía. Es un lugar al que deseo ir, como si volviera a un lugar que he imaginado tanto que siento que estuve un día. Hoy, cuando un sol tímido luce detrás de edificios de pisos marcados por el humo y la herrumbre, sabiendo que el mismo astro reina sobre todo, la maravilla y la ruina, el deseo de seguir viviendo como si todo fuera mágico y el Mundo el mundo más extraño es lo único que sirve. Y lo demás, será silencio, desolación y abandono, para los que habrá ya tiempo. Hoy no será ese día. El viaje es incesante.




miércoles, 21 de diciembre de 2022

Mar de un nuevo año. 21 de diciembre.

La luna juega tras las nubes y su reflejo en las olas tiembla mientras las primeras luces son anunciadas por la inquietud de las aves. Más allá del mar está el puerto en el que te esperan. Los ídolos han caído, las manos de sus estatuas sangran, no hay lugar donde uno pueda esconderse cuando llegan ciertos momentos. Pero el viento te acompaña, te lleva, te protege. La atmósfera salobre te revigoriza. Compruebas el cuaderno de bitácora, la brújula, el astrolabio.

Tahúres y mercachifles aún te esperan, quieren sacarlo todo de ti: ven su sonrisa perversa reflejada en el filo de sus cuchillos. Sabes que el viaje es arduo y arriesgado. Te acompañan amuletos tan antiguos como el tiempo, talismanes y fetiches que despiertan un fulgor olvidado. Sabes que la desesperanza te buscará, pero también hay trucos bajo la manga que aprendiste en un callejón, en noches asfixiantes, entre alcohol y juramentos. Viejas canciones que aún no se han escrito y esperan, sueños de brillantina y serrín, decadencia y ambición. Llevas en este viaje toda una vida y hoy al amanecer seguirás en la pelea gozosa. Transfigurado como quien es lúcido, sonriente como el agua del arroyo del lugar de donde vienes.

La oscuridad se despoja de su aura sobrenatural cuando despuntan los primeros destellos. Es el mar, es otro año recogido en la estela del tiempo. Y su heraldo es un sol poderoso que hace del horizonte una línea dorada. Pronto arribarás a otro puerto, otra promesa y todo lo que has vivido volverá con otros rostros y formas, espejos rotos de una inocencia que aún subyace tras cada desengaño y acrece con cada fuerza, cada demostración de vigor y alegría. La prueba ha sido dura y aún lo será. Has luchado con fieras, te traicionó una sonrisa blanca como la nieve. Pero pronto la moneda del azar caerá de tu lado de nuevo y abandonarás; vivirás libre y satisfecho, cuando nadie te vea. El nuevo año derramará su estela de luz y cada brillo será cada momento. Las constelaciones te sonríen, estrellas solitarias errantes guiñan tu buena nueva. Otra aventura de un tiempo cíclico, nunca igual. Otra nueva ilusión que nace en el seno del tiempo. Eterno, sigiloso, preñado de misterio. 

Feliz travesía.



sábado, 17 de diciembre de 2022

Andresillo y el peligro de los buenos. 17 de diciembre.

La historia es bien sabida: en su primera salida, Don Quijote se encuentra a un amo azotando a su sirviente. Don Quijote, el estrafalario, causa temor en Juan Haldudo, el amo, cuando amenaza con su lanza y duelos que castiguen su violencia. Sin embargo, las razones que Don Quijote desgrana después, irreales, etéreas, persuaden a Haldudo de que nada malo puede pasarle si es amenazado en nombre del exhibicionismo del héroe. Al alcanzar un acuerdo de honor en nombre del ideal puro, el mozo es de nuevo atado al árbol y golpeado con más saña. Nada sabe Don Quijote del daño, convencido de haber actuado en favor de la justicia. Páginas después Andresillo le referirá la historia, añadiendo que por favor se abstenga de ayudarle si en una ocasión igual se viera.

La ironía es cristalina; hay quien evalúa la probidad de sus actos por el bienestar psicológico propio, no por la consideración de la simple realidad. Y no ha cambiado tanto, creo. Por delirante que resulte, gran parte de los problemas de hoy se derivan de la incapacidad de mantener un enfoque realista de los retos de la existencia, privados y públicos, individuales y colectivos. Nietzsche distingue al bueno del noble. Quizá en este tiempo hay que distinguir al infatuado del bueno. Al igual que el resentimiento es la cólera de los cobardes, el sentimentalismo es la máxima audacia que es capaz de alcanzar quien no posee coraje.

La dictadura de la banalidad del bien llega a extremos asombrosos. Hay violencias altruistas, robos por buenas razones, violencias justificadas en su propio ensueño. Hay un mundo en el que el simple acto declarativo pesa más que el acto que se cometa en su nombre. Pareciera que estamos a pocas vueltas de tuerca de que las buenas intenciones hagan admirable el asesinato.

La pequeña ciudad que me ve de nuevo y me verá pasar está adormecida, mas las olas de esta existencia crispada, está agitación febril del espíritu llegan a ella también. No queda sino encontrar un pequeño huerto de recuerdo, esperanza e ingenuidad humana para sentir que el vaivén de su mar es inevitable, pero no es perentorio sujetarse a él. Y caminar hacia un lugar distinto, como sea salvo con la turbia satisfacción de un sentimiento inútil que convoca el mal de otros.  Toda libertad absoluta deriva en violencia, y la del ego no lo es menos. Lo que te puede dar la verdad, la piedad no logrará erosionarlo. 



sábado, 10 de diciembre de 2022

Nacionalismos banales. 10 de diciembre.

Arthur Schopenhauer dictaminó con clarividencia y mala leche que todas las naciones se burlan de las otras y todas tienen razón. Es así, antiguo como el mundo. Pero, como en otras cosas, la aldea global ha promovido la profusión de la estupidez y la maldad a través de su exhibición pura y el mensaje, nada sutil, de que es mejor el idiota propio que el competente ajeno. Lo extraño causa sospechas, envidia, en la hora estelar del resentimiento.

El Mundial que se compró vende poca belleza, mucha ansiedad y sobre todo un cúmulo de salvajadas de hunos y hotros en todas direcciones para que las tribus se embistan. Uno puede entender que en el campo la competitividad es feroz; cuesta más entender el arduo proceso de racionalizar por qué el otro país es asqueroso, todos sus motivos para avergonzarse, sus miserias y sus miserables gentes. Ya ni causa sorpresa el uso de una historia alternativa, en la que cada uno finge no ser un hijo del pasado, sino fingir ante un espejo de narcisismo moral que se tiene derecho a cobrar por las injusticias que otros pagaron, que ésta tierra es nuestra en lugar de ser nosotros de la tierra. La cantidad de vómito estraga, aunque no tanto como su revestimiento idiota de virtud. La estupidez acaba siendo asesina.

En fin: poned radios, teles, sobre todo leed redes sociales. El mismo odio, el mismo miedo. Quizá sea ingenuo, pero reivindico tomar como propio lo humano que inspira, aun de un extraño y nunca encadenarme a las bajezas de mis hermanos. El deporte es otro feliz hallazgo de quienes creyeron en una (parcial, desde luego) igualdad humana, allá en un mar oscuro y soleado, entre olivos y vino, teatro, filosofía y ciencia. Y es así: si te gusta el deporte, no puedes dejar de admirar sus manifestaciones más logradas. Claro, hay muchas máscaras para la tribu: religión, ideologías, deporte, cultura, historia. Lo que nos une más fuerte a los cercanos nos separa más de los otros. Supongo que es innato, pero...hay que tener cuidado.

Acepto lo que me da alegría, detesto lo que la roba. Leer lo malo que es el otro como ente abstracto, la xenofobia normalizada, el veneno del nacionalismo banal ubicuo que el deporte puede inocular me enerva. Me digo que Schopenhauer también escribió que se refugia en glorias colectivas quien no tiene méritos personales. A veces ayuda. Hoy, el sol brilla de camino a casa. No es mejor que ninguna otra. Pero es la mía.


miércoles, 7 de diciembre de 2022

Luz y presencia. 07/12.

Sin pensar mucho, porque no lo sabía, se acostumbró a la presencia cada mañana, junto con la luz de la primera aurora. Estaba allí cada vez que el alba paseaba por su mesilla y su espejo, su pared y el umbral. Se desperezaba lentamente. Sentía el hormigueo de las extremidades al desperezarse, la vuelta misteriosa del reino oscuro y, mientras su cuello estiraba después de dormir de lado, las memorias y los reencuentros del corazón volvían a ella. Cada despertar es un milagro, porque devuelve el color, el sabor, la esencia de las cosas a un mundo nuevo. Por eso la claridad es el don que viene del cielo. Sabía que la presencia que sentía desde el despertar hasta la noche temprana del invierno era neutra. No hay ángeles ni presencias malignas. Era, es, una forma de ver, acaso desde fuera, que la veía y la velaba, indiferente, hasta el día en que ella no estuviera ya más. Entonces, se iría, disolvería, formaría otra alianza.  O desaparecería.

Pasó las tardes declinantes del invierno en aquella habitación. Veía madurar las hojas hasta encogerse y caer en hélices minuciosas y lentas. Leía libros y se quedaba mirando horas, hacia dentro como hacen las personas con miedo o con esperanza. Musitaba palabras para su compañía,  deseando que las guardara para cuando su olvido hubiera erodado todos los significados. Paseaba sobre las baldosas como si levitara, sin hacer ruido, otra breve presencia en un silencio extenso y blanco. A veces salía a pasear al pasillo, o se animaba a sentir la brisa fresca junto con la caricia leve de un sol de invierno tras las nubes. Y seguía a su lado, como un soplo sutil que avivara y recogiera sus secretos, el anhelo, la ausencia. Y le entregó todo. Fue entonces cuando creía que la luna escondida del cielo la visitaba durante sus horas de luz, sabia, poderosa, misteriosa y pura. Hoy aún sigue creyéndolo. 

Nuevas mañanas y noches sucedieron su dominio y llegó la hora de partir. Miró la luz: su refulgir pareció más brillante un segundo, cegándola de su fulgor de alba. Recogió sus cosas; ligera de equipaje echó un último vistazo a la habitación de ahora que ya se convertía en entonces. Un escalofrío bajó por su espalda al sentir el soplo de la presencia que decía adiós, sin terquedad ni sentimentalismo. Y cuando cerró la puerta, se sintió sola y libre.

Las noches llegan pronto estos días. Veo la luna casi llena reinar tras las nubes, dando su luz precaria a la oscuridad cansada. Rumores llegan del centro, donde el ajetreo de la masa es atenuado por el vaivén del agua, siempre pausada y nunca quieta. Oí esta historia hace un rato, mientras caminaba por una playa sobre la que golpeaba una llovizna gris y constante. Las luces de los edificios se irán apagando. Todos seguimos buscando alguien con quien hablar, el rayo de luna que ilumine un instante la bruma de la soledad. Unos gritos resuenan contra los muros que llevan a la carretera donde los autobuses y los taxis y los ciclistas de reparto son destellos y ancla. La quietud tras las nubes invita al reposo. Otra luz espera, preñada de otro afán. Hay tantas auroras que aún no han despuntado. 

 

domingo, 4 de diciembre de 2022

El zaragozano. Cuatro de diciembre.

Quién sabe lo que acaba por remover el sedimento de la memoria: traído por no sé que brisa, he recordado otros inviernos en la tierra de mis padres, más seca, dura, auténtica. Tengo por más real muchos de mis recuerdos que lo que me pasa, porque lo que me pasa no es lo que yo estaba buscando. Supongo que el peligro de esta búsqueda infinita es agrietar las manos esperando que el momento en el que lo demás cobra sentido llegue al fin y nunca lo haga, o no saber reconocerlo. Lumbre, campanas, ladridos, carracas, gritos, frío, ojos, niebla. En fin, no es nada excepcional. Todos tendréis las vuestras.

Lo que he recordado antes, y trato de desanudar un poco ahora es el almanaque (que, miro ahora, viene del árabe  المناخ al-manākh, 'ciclo anual') que mis abuelos tenían a la izquierda de su aparato de televisión, en la cocina, el zaragozano. Las gentes del campo vivían y temían el día que siempre amagaba con agostar o perder la cosecha, el trabajo, todo. Tiempos duros. Veían las predicciones, desde la sabiduría de entonces que se completaba con las sumas de sus ignorancias, como la nuestra. Recordaban, especulaban, hacían sus planes, mascullaban los refranes ya sabidos y citas de grandes personajes ilustres, el legado que ellos podían atesorar. Puede que se acordaran que pasó en el mismo santo tiempo atrás, cuando estuvieron en un mercado de algún pueblo cercano. He leído en algún libro que ellos eran provincianos en el espacio como lo somos nosotros en el tiempo. Quiero creer que es cierto, para no caer en la arrogancia insensata de quien cree que el Mundo puede empezar de cero con él. Recuerdo pequeñas notas, sumas simples en sus páginas, el orgullo de la lectura y las cuatro reglas. No, no somos conscientes de lo que nos han legado. Lo que sufrieron para que el futuro fuera menos sufriente.

He visto hace unos días la portada del zaragozano, con su señor serio en portada y todo lo que ofrece a las buenas gentes. Hoy ya no es mas que agradable recuerdo para mí, de un tiempo y un lugar que fueron verduras de las eras para mí y hoy lo serán para otros. Los santos que despiertan a los muertos, los lugares de feria, los mercados y los abastos, la piedra, la lluvia y la tormenta, la sequía y la escarcha. Hay otros detalles que mueven al cariño: las estrellas, como son 'nuestras ciudades', las formas de constelaciones lejanas, que pasó el siglo pasado, tiempos de siembra, las distancias kilométricas de lugares a los que nunca pudieron soñar ir. Todo cabe en una vida, en cualquiera. Pasando la página día a día, dejándose la piel en cada surco, cada golpe de azada. Dios los bendiga...y brille para ellos la luz eterna.

El viento aúlla hoy. Ha caído granizo y una lluvia agitada, desde las calles de tiendas hasta el puerto, del faro a las luces de Navidad. Aún podemos soñar con un mundo que es nuestro. Desde la luz de un cuarto como otros miles, destilo las palabras lo mejor que sé para que su conjuro logre evocar la sensación del pan, el juego, la alegría. ¿Qué herencia si no esa se nos ha dejado?