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domingo, 26 de septiembre de 2021

26 de septiembre de 2021. Yo no.

Cuando el deshielo había desnudado los campos y las cigüeñas volvían, cuando la mañana despuntaba sobre el filo del primer lucero, una figura apareció al final del camino. Tras penares y sorpresas, llegó a su antigua casa. Había vuelto, marcado, pero intacto. Lo habían perseguido por buenas razones. Había dicho No.

El cultivo del yo quizá sea una de las decisiones más arriesgadas. No solo porque es el precursor del terror, como vieron los sabios de ayer. Nadie hizo caso, porque nadie escucha, y menos que a nadie a quienes advierten de lo funesto. La expansión ilimitada del yo es una pulsión de muerte y ha de traer el terror. Es lo lógico: cuando lo que acostumbra a chocar desea destruir y es una decisión ubicua y adoptada por la mayoría, la hegemonía tiembla y busca lo que más la conmueva. Lo que más estremezca. Lo brutal.

Somos hijos del romanticismo cultural y político; no el que manufactura sentimientos, sino el que deseaba liberarlos y alzar la voluntad por encima de lo posible, el deseo sobre la realidad arisca. Hay quienes desean otorgar a su espíritu el cetro de la historia y su determinación acaba arrojada contra las rocas por las olas que convocan otros más fuertes. Esto es lo más habitual. También hay una minoría de supervivientes que pueden acabar creyendo que hay un designio tras su ascenso. En ocasiones, cuando se dan condiciones determinadas, otros desean esconderse bajo las alas de los líderes, los conductores de masas, los conquistadores del mundo. Y sus pequeñas fuerzas multiplicadas por millones se añaden en una corriente irracional de miedo y deseo oscuro. 

No sé si hay forma de embridar esa fuerza amenazante del yo. Se me ocurre otro concepto, a su vez duro y corrosivo en ocasiones, no. Decir no. Puede ser a veces rudo, seco, cruel con otros. Cuando se refiere al trato con un grupo o una sociedad, el No es una barrera hermosísima que afirma la libertad y somete la voluntad que aspira a absorber la propia. El No limita el impulso del Yo y el Yo sujeta la fortaleza del No. 

Hay un libro de corte biográfico de título inmejorable. Lo escribió Joachim Fest, un historiador de una familia acosada por un régimen diabólico y que supo resistirse para mantener su alma. Su titulo es simple (e inmejorable, repito), YO NO, y quizá en estas dos palabras esté la respuesta más propicia y adecuada contra las grandes y las pequeñas tiranías.  

Cae la tarde entre nubes grises de lluvia y el agua repica contra los charcos. Las luces tiemblan contra el aire gris y la noche empieza a mostrarse tras los edificios apagados. Los pocos que pasean, apresurados, llevan en su mente y en su corazón otras inquietudes y pesares. Intento imaginar cuales sean, les deseo lo mejor y vuelvo a mi cuarto, para beber un té caliente y sentir el calor de su embrujo, mientras deseo que cuando el Yo gruña y pida más que todo esto, haya un No que pueda contenerlo y nada ni nadie sustraiga esa determinación. El mar arrastra sus despojos y el viento maltrata las hojas y las briznas de hierba. Ellos pueden dejarse mover o buscar un dueño contra los quebrantos de la incertidumbre. Yo no. 




domingo, 19 de septiembre de 2021

Desaparecer. 20/09.

Desaparecer…
Alzarse el alma a aquel anhelo
Enredándose en las dulces sábanas de la luz temprana
Caminar sin rumbo hacia la fuente amena
Y acabar el gusto agrio del pan del solitario.

Hoy quisiera alcanzar más alto el cielo
Más azul su cobijo, más amable su herida.
Al atardecer cansado que convoca al lamento
Ofrecer deseo la figura de mi ausencia quieta.

Y no saber ya más del tapiado jardín
Donde todo ocurre sin acunar las hojas
Del árbol de la vida para siempre discreto
Porque quien acepta la audacia de seguir mañana
Verá en sus nervudas manos las vacías promesas.

Ni tampoco saber, ni querer ser consciente
De este mundo cansado donde los dioses arden
Y extienden su fiebre a confusos arrieros
Que avanzan ligeros por colinas brumosas
Cuando el afán inútil se convierte en sendero
Y el sendero en risco abrupto con jirones de pena.
La aurora proscrita contra el mar del verano
En la armonía distante que la razón confunde
Es un grito callado que hay quienes llaman nada
Y otros dicen eternidad o instante.

No quiero estar tampoco en la ciudad aciaga
Que ansía la levedad del molde de un te quiero
En el abismo oscuro donde los sueños vibran
Vibran un instante antes de caer con estrépito.

Dejadme el espacio voraz, dejadme sus edades
Su misterio, su asombro, su silencio
Su resplandor lejano, su distancia inasible
Despojadme de ser yo y sabedme lejos;
No despojéis del amanecer a la alondra
Ni al corazón ahíto su rincón de esperanza
Surcando el breve instante en que el olvido parpadea
Mientras se vuelve al reposo, la inocencia, el anhelo.

Desaparecer un día. Aventarse en la era
Dar oficio a la llama, verter un suave aroma
De una pequeña luz en el umbral de un miedo.

Y enamorado al fin, deshacerme en la escena
De los naranjos altos y el rumor de arroyos.
Habitar siempre allí, en la confusión plena
De motivo y de tiempo, de sabor y de asombro
Que hay quienes llaman eternidad
Y otros llaman ser nada.




jueves, 16 de septiembre de 2021

Tres anillos. 16/09/21.

Alguien llega de lejos. Ha dejado todo atrás, salvo lo que le cupo en una maleta vieja de cartón. Fatigada, ha subido las escaleras bajo un sol generoso de luz. Bajo un arco, la oscuridad comienza. Hacia allí la viajera se sumerge en la oscuridad, como si fueran las fauces de un dragón.

El poder de la representación de la realidad parece equivalente a su incógnita. La forma en que narramos, nos contamos relatos y agitamos los hechos confusos para despojarlos de polvo indeseado, pulimos sus aristas y los encajamos, mal que bien, en una sucesión ordenada según nuestras categorías. La capacidad de hacer pasar lo contado por lo ocurrido es capacidad de comunicación, acaso el secreto inasible del arte, fácil de asumir al principio, una espiral inacabable de posibles axiomas derivados cuanto mas se piensa. Hace unos meses, visité el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Creía que una visita terrible puede al menos acercar la comprensión de un horror infinito. Yo no supe, no pude, me hundí en la literalidad de lo que veía, que ya era más de lo que uno puede sentir. La cabeza acepta los números, el corazón rechaza estadísticas. 

Acabo de terminar un librito estupendo del estupendo escritor Daniel Mendelsohn. Trata entreveradamente de la naturaleza de la realidad y las palpitaciones de la ficción, del movimiento como libertad o como huida (si es que hay diferencia), los meandros de la razón y  el azar, la razón y la violencia. Me parece que su tema principal, en el que se combinan las iteraciones nombradas es el dilema de la representación de lo real: La realidad escapa de algún modo a lo que pretende fijarla pero hay formas de contarla que nos parecen más reales que nuestro pasar confuso por la tierra, durante el tiempo que nos ha sido concedido.

Tres anillos, así se llama, ilustra el dilema con filología y literatura comparada. Hay un modo optimista de contar, que correspondería a la forma griega, desde Homero, el anhelo de contener todo el mundo en cada frase, como en el escudo de Aquiles. Hay un modo pesimista de aproximarse, el hebreo, en el que las sombras del silencio dan relieve a las luces de lo contado pero desvanecen cualquier opción de abarcar lo que existe. No hay formas puras, pero todas se aproximan a una de ellas, quizá. Quizá la literatura sea una forma de conocer la complejidad de lo que nos rodea o puede que sea incapaz de ir más allá de la elección de un ángulo de los casi infinitos posibles, el reflejo de uno de los cristales rotos del espejo de un mundo inmóvil bajo las apariencias.

Los anillos, los círculos, forman parte de una técnica narrativa que se aleja de una trama para introducir otra y tras crearla y acabarla, retomar la anterior. El juego admite muchas formas, desde que Homero mando a Odiseo a vivir aventuras y a crear parte de nuestra visión del mundo. Odiseo, el que va por muchos caminos y se pierde en recovecos y desvíos para seguir volviendo a donde lo esperan. Mendelsohn ha explorado esa forma en su obra literaria, desde su condición gay hasta la historia familiar (judío, parte de su familia se perdió para siempre en el Holocausto), su relación con su padre y su propio viaje a Ítaca a la vez que historias de exilio y temor der ser encontrado. Porque lo que nos cuenta del todo puede fosilizar lo que nos mantiene vivos y lo que renuncia a narrarnos puede esconder oscuridades que no deseamos afrontar. A menudo, lo que nos salva está precisamente en el lugar al que no deseamos ir.

Así, estas breves notas sobre Europa y su destrucción cruel y estúpida, el exilio, la destrucción y la voluntad concurren en Estambul, la mágica. Roma es su capital, Atenas su cuna, Jerusalén su alma, Estambul su misterio, de dentro y de fuera, atracción y amenaza, el refugio para los exiliados que quisieron cantar a una tierra que se empeñaba en destruir lo mejor que los siglos habían destilado de ella.  Odiseos temerosos de monstruos, audaces rescatadores del alma del mundo.

Cuando uno acaba estas páginas, nada está resuelto. Por supuesto; es ingenuo pensar que un ensayo, una novela, pueden cambiar el mundo. La historia es el conjunto de lo que pasa, la poesía el intento de ordenar una relación entre lo que acontece. Me parece que el buen arte comunica entre los resquicios inevitables verdades profundas que yacen en la oscuridad, más allá de la precisión de su encarnación. Es en ese juego entre lo revelado y lo conjeturado donde prospera el arte de la narración. Quizá yo soy de la escuela pesimista y otros creen que la luz puede bañarlo todo y se trata de comunicar lo que llega con más fuerza al corazón, eligiendo un silencio que no es oscuridad, sino forma menos pulida del pensamiento o lo que sentimos.

Siempre habrá algo que no comprendemos pero que necesitamos contemplar, desde la belleza de un atardecer en el mar de los antiguos, la verdad del esplendor de una pirámide inconcebible o el abismo sin fin que esconde toda comprensión ,el terrible destino de los que no pudieron huir, el odio, el fin de la historia en barracones que vieron lo que no podemos creer con el corazón por más que el cerebro nos llene de razones, especulaciones y razonamientos que se topan contra el enigma del mal. Puede que esa sea otra barrera a la representación. En un mundo regido por la necesidad y el azar el mal existe, una herida que nunca se marchita...y existe el bien, una luz que nunca puede perderse. Y entender eso quizá lo cambiaría todo.

Es de noche ya. Dublín apagó su atardecer en un incendio furioso contra las siluetas de los edificios de los lados del río y sigue pasando, como una novela hecha de millones de novelas que se entrelazan, separan, cortan y unen tramas sin un sentido aparente y más allá de toda representación comprensible. Sin embargo, en un día de cada persona están todos los días y todo fue posible una vez más. En el centro, los tranvías aún corren contra la noche y hay bancos en los paseos del río donde se tumban los que no tienen techo mientras no llueva. Las vidas pasan y corren y el tiempo sigue su curso, en la ciudad modesta y solitaria por donde aún vaga Ulises.



lunes, 13 de septiembre de 2021

09/13/2021. La seducción de las formas.

Llega un momento en el que uno acarrea el agua de sus experiencias al molino de sus preocupaciones recurrentes. He estado leyendo últimamente acerca de experimentos totalitarios e individuos demasiado mortales tratando de domar los organismos de poder y no desplomarse de las cimas de sus peligrosos riscos. No son lecturas edificantes. Tratan de miríadas de víctimas que pudieron ser verdugos y verdugos que sintieron el soplo del poder omnímodo sobre sus mundos... los dirigentes que trataban de evitar el poder de otros aún más temibles.

Sorprende la atmósfera constante de miedo, susurros, delaciones que trataban de evitar denuncias preventivas, el ambiente cerrado y sombrío. Miedo y resentimiento en espiral incontenible. Pero no quería escribir unos pocos párrafos de la hipertrofia del Estado sino de la similitud (básica y difusa, pero esencial) de la condición humana bajo presiones enormes y bajo incentivos en apariencia más benévolos. De aquellos que se conjuntan en una masa sensible de fuerza y coerción mutuas para la gloria de elegidos que siempre están en el cascarón, nunca exiliados de su calor. De los que sienten en grado máximo la seducción de las formas, el canto de sirenas de formar parte de un edificio que se levanta hacia el cielo sobre la voluntad dúctil de los partidarios. 

Vivimos en sociedades de creencias fuertes y débiles, Las débiles pertenecen a los asuntos no asfixiados por la tiranía de quienes presionan activamente para su cambio; las fuertes son impuestas por el poder establecido, el que puede cobrarse sus represalias cuando sus designios no son aceptados sin contemplaciones. Sobre esas estructuras de poder se forja el paisaje moral que habitamos. Y me parece que ese paisaje apenas se podría mantener sin apparatchikis. Ya sabéis, podemos ampliar la definición de aquellos funcionarios soviéticos que trabajaban para mantener la Revolución (lo que es lo mismo, para fosilizarla) a muchos de los que pelean hoy por un lugar más soleado en el rincón en el que nos toca pelear.

Como Nietzsche, piensan que las convicciones son cárceles. Aguzan su fino oído a los cambios en la atmósfera de los que mandan, aunque sean superiores inmediatos sin demasiada potestad. Se desembarazan de obstáculos en la escalada. Ansían el poder como una gema escondida y una palabra sagrada. Detectan herejías y desviaciones. Su ortodoxia es a la vez implacable y abierta. Nos parece que serían capaces de contradecir con su hoy todo su ayer. El peligro de la flexibilidad máxima sobre todo lo acontecido es el riesgo de la humillación propia y ajena: cuando el poder impone una nueva verdad, haberla defendido demasiado ofrece un flanco al peligro. Y no hay espectáculo más denigrante que los que humillan y se humillan porque la verdad de ayer es la traición de hoy. De nuevo, las consecuencias no son las mismas, afortunadamente, pero el paisaje humano es muy similar. Zeligs, como en la película de Woody Allen tratando de aprender a mimetizarse en una masa informe que avanza en la dirección sinuosa que una minoría temible designa a su conveniencia. Marea gregaria que pelea en las sombras por un escalón más. Soldados evitables de tentaciones del absoluto.

Conjeturo que el totalitarismo se establece cuando la maleabilidad del individuo es tan acusada que éste deja de serlo. El mal acaso es la desaparición consciente y temerosa de esa verdad profunda que permanece a través del inevitable devenir, la desaparición de la tenue llama que resume nuestro misterio; el enigma que, después de todo, aún somos, aún podemos ser. La muerte consciente de nuestra mejor luz, sacrificada. Y también especulo con la presencia de ámbitos mínimos autoritarios que funcionan igual, solo menos terribles por menos fuertes.  La tentación dictatorial del miedo, el rencor y la inseguridad de los carismas y egos grandes encapsulados en personajes pequeños. La tentación del dominio y el silencio opresivo que extiende, desde las grandes llanuras llenas de barracones a los ámbitos íntimos de ciudades que se dicen libres. Sin ánimo de comparar su escala de sufrimiento, por descontado, sí su maldad inicial.

La noche cae sobre una ciudad tranquila. Hay miedo y tensión por lo que puede traer mañana y muchos tratan de aferrarse a algo que parezca más estable y duradero, subir a una atalaya de dominio, como si las olas del azar nunca hubieran tirado esos edificios. Los gestores del aparato que los domina sin mostrar amabilidad hacia sus esfuerzos, los individuos que anhelan disolverse en estructuras que los acojan, arcos formados de tiempo y mando que los protegen de los embates de la necesidad y la casualidad, que nunca anuncian por donde golpearán. Ajenos a todo, las aves duermen o rasgan el lienzo de la noche, luces difusas se reflejan proteicas sobre el fulgor del río y los paneles de los edificios. La brisa camina hacia el puerto y el mañana espera, intranquilo acerca del relato que le vestirá para acomodar su verdad a una masa que duerme hoy, mientras la luna riela.









jueves, 9 de septiembre de 2021

Juntos como hermanos. Nueve de septiembre.

Todos los tiempos han sido difíciles, pero estos son también grotescos. Sirvientes de la virtud la arrojan contra los tabúes erigidos en pedestales que su voz ronca eleva. Hipérboles maliciosas lanzan la angustia por caminos de barro. El rencor y la codicia parecen todo lo que existe. El espíritu burlón y el alma quieta pasean de la mano, generalmente contra los débiles. Y sin embargo, la calle resiste (al menos las que tengo la suerte de llamar mías). Pero bien sé que hay una corriente subterránea de resentimiento que tiembla bajo su tranquilidad.

Es curioso. Creo que gran parte de la bronquedad que vivimos es la frustración del amor que desea dar el alma y que no encuentra objeto. Vivimos cómodos, pero todos necesitamos sentirnos tratados con dignidad en una sociedad decente para observarnos plenos. El amor a las mascotas y a las grandes Ideas, la ansiedad por el dinero fácil y el éxito, el miedo a la mediocridad y al olvido son caras diferentes de un mismo prisma: deseamos amar y sentir que somos diferentes para aquellos pocos que son diferentes para nosotros. O antes era así; hoy parece que consiste en demostrar la excepcionalidad permanente de...todos.

Supongo que el deseo de ser diferentes, mejores, en lugar de aprender a ser iguales (un aprendizaje arduo y amargo a veces) nos ha llevado a la pelea sin fin, a la pelea por un trofeo vacuo. No ayuda un mundo que es un escenario con miles de cámaras, un panóptico que vigila cada detalle de la celda. ¿Cómo no ser histriónico cuando el mundo lo mira a uno? Pero pocos miran. Todos andan ocupados representando lo suyo. Mas la lucha perpetua cansa. Necesitamos un punto en el que la angustia no devore el anhelo de euforia constante que secretamente la forma. Deseamos la magia secreta del encuentro, tras tanta exhibición. Pero como nos cuesta aprender llegar a acuerdos, se trata de imponer el siniestro consenso

Tratar de terminologías es pueril. Hay muchos que desean cambiar lo establecido, lanzar proclamas rompedoras a través de la semántica (de nuevo, la pugna perpetua por destacar la frente). Intentaré no hacerlo yo. Entiendo que el acuerdo es el encuentro de voluntades dispuestas a renunciar. El consenso es la exigencia de que todos se sitúen en unas coordenadas morales y sociales que la mayoría (en realidad la minoría organizada que la somete) demanda. Es el mandato que muchos hunos y hotros desean imponer para salvarnos de los pánicos morales que excitan. Y el papel del consenso es velar la lucha legítima de ideas e intereses en una tela oscura de hipocresía y amenaza. Y así, hacer que todos los gregarios puedan sentirse absolutamente especiales.

Las dictaduras crean consenso. Un acuerdo de posiciones enfrentadas da espacio a la libertad. El consenso abarca la vida para tratar inútilmente de hacer de ella lo que no puede ser. Tocqueville decía que la democracia no es el sistema más sabio o justo...pero es el que permite más posibilidades a resultas de la energía que crea, la energía de los iguales con diferentes aspiraciones tratando de ser iguales y abriendo la libertad de la vida en sus afanes. No para demostrar que son mejores o más probos, sino para seguir sus propias inclinaciones, diversas y alegres. Esa es la energía de la discrepancia, la diferencia y la asunción de juego limpio. El consenso trata de ahogar esa energía en razones morales, políticas, de Estado, de fuerza, de miedo, de envidia, de odio. Y lo hace porque tiene miedo de tu libertad. ¿Acaso vas a tenerlo tú también?

¡Mira! El cielo se abre tras el chaparrón de la mañana. Un rumor de vida sube sobre las aguas como el humo de la ciudad va al mar para perderse. Un sol débil pinta con delicadeza las aristas de la tarde y los jirones de nubes, las aves revolotean juguetonas y el río va alto sobre su cauce. El caudal crea un reflejo de lo que puede llegar mañana. La brisa acaricia las ramas y las miradas se abren contra la luz cansada. Lo invisible brota donde quiere y a lo lejos los perfiles de la montaña son difusos y altivos. La vida llega y espera nuestros brazos fuertes y nuestra voz tranquila, unas manos que se abran y un corazón que sepa reconocer por fin, cuando despertemos.




domingo, 5 de septiembre de 2021

Cinco de septiembre. Volver

Con la frente marchita. Las nieves del tiempo ya se han posado en mis sienes. La vida resulta en cierto punto una incesante sucesión de retornos. Cada día cobra su usura, por descontado. Siento que cada nueva llegada ahonda la percepción del tiempo pasado. Cómo mi cabello va perdiéndose, el peso y la figura se desbocan, el temperamento se agria, el cinismo embate las esperanzas antiguas. Hay una profundidad más decadente, la que sabe que esto ya pasó y no estamos iniciando nada, solo volvemos o volvemos a volver.  La tristeza deja de ser romántica. Los cambios son más profundos. Es difícil mantener los propósitos: trato de hacer ejercicio, leer, ver aún la vida con asombro. A veces funciona. Otras, la repetición agosta el sentido buscado. Las rutinas cansan y a la vez confortan, como si los cambios fueran saltos al abismo. Y vuelvo a volver a donde una vez fui bueno y ahora no sé qué significa.

Todo es triste al volver, escribió alguien. No creo que sea cierto. Volver ofrece a cambio otras retribuciones: saber que hay dos sitios, o más, que puedes considerar que son tuyos, a donde perteneces. La serenidad de un favor, por el momento, del destino. Voluntad de pelea concreta por lo poco que has descubierto que importa. Lugares y rostros amados en ambas distancias. Preguntas acuciantes, quizá pertinentes, que muestran la pasión de un alma. ¿Acaso toda la materia convocada en mí durante un guiño del tiempo fue solo por esto? ¿hay algo más? Y si lo hay...¿dónde hallarlo? Algo que hacer, sentir, elevar, perseguir, pelear, contemplar, sonreír.

Volver es el coraje de tratar de sostener un recuerdo en la lucha de hoy y mantenerlo grato. Se piensa que todo paso en lo desconocido entraña peligros, cierto es. Me parece que cada paso en tierra conocida no es menos riesgoso: cada suelo tiene sus propios fantasmas. Pero no es este un mundo para correr delante de ellos, pues destruyen, sino detrás, pues puede salvarnos. Y así, pese a todo, volvemos, repetimos y buscamos patrones, coincidencias, que nos hagan sentir que la vida es única y escapa a la comprensión prosaica de lo que nos pasa. El acontecer nunca es el mismo y a la vez, tampoco hay nada nuevo. Quizá volver a lo posible, a lo que pueda volver a sorprendernos, es un buen misterio, puede que uno de los pocos auténticos. Las aves siguen surcando el cielo, el sol es aquí más lejano y la luz más pálida. Hay caras cansadas en todos los lugares, reparan un puente sobre el río y la vida vuelve a pasar sobre nuestros pesares y anhelos, indiferente y hermosa como una Diosa de porcelana. Volver para tratar de encontrar lo que sigue brillando sobre el sedimento gris de lo anterior. Volver para tener la ilusión de una nueva ocasión distinta y poder regresar de nuevo.