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miércoles, 28 de abril de 2021

Cuando hay poco que contar. 28 de abril.

Hay muchas veces, la mayoría, que uno no tiene mucho que decir. Ya demasiadas tonterías escribo. Los días pasan iguales, no se trata de escribir por mostrar a quien escribe, sino algo más compartido y al cabo, no es tan importante. Uno piensa que en un mundo construido sobre el olvido, no es probable que pueda hilarse una trama que viene desde lo aprendido hacia lo anhelado y no obstante, cree que quizá pueda dejar algo.

Otros han visto el origen de la furia y el rencor en ese amor frustrado, el que deseamos dar a un mundo que no lo recoge, ocupados todos en de-mostrarse y acaparar foco. De esa indiferencia que es en realidad la misma sed, crecen trincheras y odio. Baltasar Gracián afirmó que el sabio quiere gobernar para los necios, porque los sabios son pocos; en definitiva, los sabios son los que leen a Gracián y se consuelan con ello. Los otros son legión, los que no sienten, no piensan, no se agitan con la misma música. Al final, coincidimos, la gente es tonta (como lo somos todos un poco cuando nos creemos más listos), cruel (como todos los rebaños), peligrosa (como los que han sufrido mucho peligro). En esas confusiones, la vida mengua y los días se apelmazan en repeticiones. Creo que hace falta saber encontrar los momentos que los hacen distintos.

Quizá escribir sirva para conjurar ese néctar del día, aun a una escala mínima, Leer también, y desechar lo que no sirve a la vida. Hoy ha habido cosas: Leo una entrevista de Murakami, autor que me gusta, pontificando sobre las centrales nucleares en un país al otro extremo del mundo de aquel en el que habita, sin ningún conocimiento especial que se sepa, sobre ello. Pos fale, pos malegro. Recuerdo un pasaje de un libro acerca de las especias y de la historia humana del deseo, Las teorías acerca de las exóticas especias tendían a contradecirse, pero siempre eran útiles porque buscaban la explicación tras el hecho. Esa forma de razonar hoy se lleva mucho. Nada se recuerda, todo se agota y cuando puede usarse, se lo rescata. Pongo una serie documental sobre Albert Einstein. A los cinco minutos, Einstein follando. No un joven Einstein, no. La imagen canónica, con el bigote y despelujado, hablando mientras su mujer le dice que se calle y se centre. Pues nada. Las series son el opio del pueblo, o yo no quiero hablar de las que me gustan, y hablan en necio al pueblo para darle gusto. No me jodas.

De lo demás, trabajo, lectura, algo de ajedrez, algo de deporte, la luz que declina, una brisa suave que acuna el atardecer y el convencimiento de que hay que seguir peleando, cavando para encontrar gemas entre el carbón, como si todo ya estuviera perdido. Las grúas duermen de pie contra las nubes oscuras.  A veces, no es tanto que contar, sino ser, sea lo que sea que seamos. La noche es una mancha de tinta sobre un mundo hermoso y raro, que aún esconde más luz de la que nunca seremos capaces de mirar.  Y los días pasan, tan callando...




 

jueves, 22 de abril de 2021

Jirones. 22 de Abril.

El paseo a lo largo del río es luminoso hoy. Se aproxima el crepúsculo y la luz de la tarde se viste de un tono anaranjado. Los destello del sol en el agua tintinean. Un murmullo cálido recorre el camino al mar. El día ofrece una pausa y el cielo es limpio y claro, extiende su manto azul pálido sobre los perfiles de la primavera, las flores y el brote de los árboles. Las voces bisbisean sobre la ciudad aquietada.

No siempre es así. He visto la lluvia caer con furia sobre el paseo en noches vacías, y he sentido el frío soplando sin piedad, afilando el brillo de los bancos húmedos. Era la hora turbia en la que el desamparo se agitaba, alzando una voz antigua, escondido en la niebla. Hemos visto los jirones, ya casi deshechos, coloreados por la luna. Rotos, exhaustos, a punto de ya no ser, jirones de cielo, de tiempo, de vida.

Hay a veces un señor en esos días grises. Lamentablemente, suelo verlo cuando aprieta el frío. Lee un libro muy de cerca, casi pegando su nariz, debe ser miope. Muchas veces tiene al lado el papel con el que se envuelve la comida para llevar, manchado con algo de ketchup. Sus botas están gastadas y su cazadora desteñida por el agua. Su barba descuidada y sus ojos cansados, lleva una mochila a la espalda y una bolsa por delante, es de un saco de dormir. Imagino que cada noche busca resguardo. ¿De qué lugar puede huir uno cuando las paredes se apagan, las tuberías gotean y el pasado chilla? Cuando el aliento gélido e indiferente de la soledad lo arrastra a huecos hostiles, hechos para el día y las masas sin ojos, para los pasos de la mañana y el ajetreo. No, no es rutina lo que rige tu vida, no es nuestra costumbre en brazos de otra más grande, como implorantes ante la masa imponente y helada de los icebergs. La tuya es la de buscar el segundo en cada instante que hiere, en cada colmillo y cada anhelo, la vida del cazador solitario.  No, no ha sido justa contigo. 

Hay en El Proceso de Kafka una hermosa expresión de solidaridad. Cuando Josef K ve a otros mientras espera su turno, pregunta quienes son. 'Otros acusados' le responden; entonces, dice K, son mis compañeros. No quiero ser el privilegiado que llora mientras ve a otros que están peor para compararse. Mas esa ruina es la de todos, esa soledad es también nuestra. El frío de la distancia, un día más en la vida con experiencias aisladas en las que vamos saltando, como de isla en isla  y perdemos de vista el mar, que quizá ya no existe, un pasar pesado y ansioso, dulce como la comodidad, pero sin epifanías, amargo como las necesidades insatisfechas, pero sin sangre, compañeros de revuelta que no se rebelan, sin lugar para la belleza y con la sospecha royéndonos los tobillos, sin música y con los demonios viejos llamando cada día desde alguna cavidad interior que nunca conoceremos...sin ganas de perdón ni de gracia. Pasaremos como el crepúsculo se adentra en las aguas, como  los jirones de nubes se han disuelto en el aire ligero. Llegará a nosotros, silente y eficaz. Caeremos en un lugar en donde ha de reinar la maleza, extendiendo la nada sobre lo que fuimos. Se perderán los gestos, desvanecidos. Nos olvidarán enseguida.

lunes, 19 de abril de 2021

Los ricos también lloran. La rebelión de las élites. 19/04/21.

 Maravillas del mundo de hoy: parece que una situación acomodada requiere amargas quejas. El actor, el cantante sin "vida normal". El político incomprendido El futbolista silbado. La lista es inabarcable, consecuencia del prestigio de la víctima, real o ficticia. Solo era cuestión de tiempo que clubes millonarios se quejasen del lastre que es jugar cada fin de semana contra paquetes y organizasen su propia tribu.

Entendámonos: la UEFA es una modesta organización sin ánimo de lucro radicada en un país neutral; ha traficado sin demasiado escrúpulo con el resorte que movía el fútbol: el sentimiento, un tanto pueril, como suelen ser los de la infancia recobrada. En su vértigo inabarcable, ha organizado torneos absurdos, ha castigado a los clubes y a los jugadores a calendarios delirantes, ha despreciado a los aficionados y ha abusado de su posición de intermediario. Ha colaborado activamente en modernizar el fútbol y lucrarse gozosamente con ello. Era cuestión de tiempo que alguien diera voz a lo que ella ha practicado, yendo un paso más allá. Los sentimientos a veces son obstáculos para ganar más dinero, si son exagerados. Necesitamos algo menos de pasión y algo más de entretenimiento. Menos deporte y más espectáculo. Es el signo de los tiempos. Es la rebelión de las élites.

Cojo prestado el término de un libro de Christopher Lasch, con una idea central audaz. Las élites han decidido abandonar lo común porque pueden vivir mejor aisladas de las servidumbres de esa convivencia. Es un paso más allá, desde una aceptación de cierta desigualdad, hasta cierto punto inevitable, hasta la constatación de que el dinero se ha impuesto sobre todas las jerarquías previas, un valor único que lo mide todo. Soy consciente de que suena forzado y santurrón; no obstante, creo que es cierto como principio. Si el dinero lo es todo, lo demás acaba tendiendo a ser nada. La idea de una Superliga tiene mucho sentido desde un punto de vista económico y de negocio, supongo. El problema, para algunos de nosotros, es que solo parece tener sentido atendiendo a ese valor. No obstante, reconozco que parece lógico que una conciencia que ya estaba fuera de este mundo se aleje aún más del mundo aplicando un realismo implacable . Los muy ricos se aíslan de los ricos, después de que todos hayan colaborado en el enajenamiento de sus aficionados, en un desprecio constante. Este parece el paso siguiente: quien tiene fuerza y poder puede presionar siempre con romper la baraja para conseguir aún más influencia. Vae Victis.

La idea del aislamiento de las élites de los asuntos de la comunidad me parece muy aplicable a este órdago. Supongo que la idea es lanzar una amenaza muy fuerte que obligue a negociar una solución intermedia...en la que los clubes más ricos saldrán ganando. Tampoco parece haber mucho deporte en el deporte hiperprofesionalizado de hoy. Todo es una papilla de novedades  tras triturar los acontecimientos para una audiencia ansiosa de lo nuevo. Esa ansia de entretenimiento y espectáculo corresponde a la venta de sensaciones manufacturadas y quizá debiera ser lo contrario del deporte, genuina pasión a través de la agonía y el respeto. Y somos nosotros quienes lo compramos a diario. Es el zumbido de la ansiedad que recorre la civilización y requiere la velocidad de lo novedoso, un malestar en la cultura que requiere tonos cada vez más brillantes.

Y sin embargo, parece que la brillantina apenas enmascara colores que se apagan sin remedio. Es la guerra que libramos, la idea del globalismo contra el Cosmopolitismo, ser un consumidor global o ser ciudadano del mundo. La primera se aparece como la venta al por mayor de vigor, juventud y triunfo, que muestran una sociedad débil, cansada y algo rijosa buscando desesperadamente chutes de energía, un lugar de mercado donde todas las diferencias se aceptan porque todo es accesorio salvo la cartera, el mundo como supermercado. Qué se puede decir. No consuman, eso es todo. Parece que la única elección del habitante de la ciudad es elegir lo que no necesita. Que así sea. No consuman.

Cae la tarde sobre un mundo que va demasiado deprisa. Uno ya no es tan joven para adaptarse a todo. Las nubes pasan sutiles y el mar sigue esperando. Quizá eso sea lo que quede, una mirada a lo que permanece para saber desprenderse de lo que creímos que siempre nos acompañaría. Es arduo batallar contra lo inexorable. Por cada aficionado de estadio que se pierde, aparecen cien espectadores y la ambición forma parte de la condición humana. Es solo que llega un momento, único, distinto para cada uno, en el que uno deja de molestarse. Que negocien, hagan una Champions de 57 equipos o los fanáticos de un equipo a los que no les gusta el fútbol jaleen los entrenamientos de sus guerreros. Queda la memoria, el sueño, el pasado y la esperanza, el sabor compartido. Aún queda el balón. Para todo lo demás, ya era demasiado tarde.


sábado, 17 de abril de 2021

El jardín. Día 17.

Fuimos al jardín botánico. Los días se hacen más largos y cálidos, las restricciones ceden. Es agradable sentir en uno y en los otros las ganas de encontrar en el paso cotidiano las ganas de apurarlo con la alegría y la conciencia del cambio, la vista en lo que permanece aún para asombrarnos, los sentidos alerta para lo que nos llena el momento. El tacto de las cortezas que han crecido desde las raíces poderosas de una tierra de enigma, el aroma de los magnolios y la explosión de los cerezos bajo la fragancia sutil del almendro y un débil olor a aceite flotando en el aire.

Creo que lo que más llama la atención es la luz, su variedad e invitación amable a un mundo nuevo. Vimos el 'flore pleno', un árbol desnudo en casi todas sus ramas, pero que en dos de ellas se había cubierto de una exuberante manga de flores níveas contra el cielo pausado del comienzo de la tarde. Oímos los murmullos de los niños contemplando los saltitos de las ardillas, el rumor del agua que corre por todo lo que existe y las charlas de los picnics. Nos fijamos en los insectos laboriosos, acarreando de flor en flor los mensajes del mundo que se marcaron en sus cuerpos frágiles y animosos. Encontramos esa delicada puerta en la que al entrar, uno ajusta sus ritmos al ritmo del mundo que lo acoge, donde no hay más salidas que volver por donde has venido.

La existencia es un juego arriesgado y gozoso, muchas veces. Viendo la variedad de lo que existe y sus estrategias para perdurar, uno también puede sentir el vertiginoso remolino de lo que se ha olvidado. No del que seremos: del que fuimos. Antes de llegar aquí para aspirar una breve bocanada de color y volver después a la oscuridad no más, fuimos nada mientras las flores competían por más vibrante luz, las raíces arañaban la tierra húmeda, los troncos aprendían robustez y un suelo modesto y tenaz recogía los restos de todo lo que se desmoronaba para renovar el juego una vez tras otra. 

Venimos de un cauce que se pierde en la niebla del tiempo y no podremos ser conscientes de todo lo que ha prosperado y lo que se ha perdido. La vida se aparece como una fuerza irresistible, un impulso desde muchos diferentes centros que se agotan mientras renuevan otros que hacen nacer con su decaimiento inexorable. La conciencia de lo que somos quizá sea una ilusión que surge de una colección de experiencias difusas. Solo ella, la Vida, permanece, audaz, indiferente, armoniosa, cruel a nuestros deseos personales que no significan nada. La luz de la tarde se viste de un tono más pálido y las manifestaciones bulliciosas de la existencia, lo que podemos ver, lo que no, gritan su voz eterna. Alguien escribe un su blog personal algunas reflexiones como un intento fútil de captar lo que se escurre de sus manos. Y los otros, que han vivido otros días y que pueden leer esto, laten con el mismo corazón de fuego que el impulso del devenir ofrece, pues el tiempo que aprehende el pasar desde el alba hasta el crepúsculo y luego se entrega al significado de la noche, forma parte de algo más grande que ellos mismos y que permanecerá mucho después de que se hayan ido. Por el momento, parte del mundo florece y las espinas, que las hay, no sangran hoy y el silencio se encoge contra la calma rumorosa de lo que queda del día.





martes, 13 de abril de 2021

La vista de Delft. Trece de abril.

Destronada por la fotografía, la pintura ha perdido su aura de arte que acaso revele el alma. La pretensión realista de la época finge que es posible contemplar lo que ocurre sin ningún tipo de filtro en la mirada. Somos más simples que en otras épocas, nos parece que la realidad puede ser llana y unívoca. El lienzo nos resulta más engañoso que el cristal o los paneles, y la pasta que acaricia el pincel mas lejana que las pantallas. Pude ser así a veces. El riesgo está en que parecemos confundir jovialmente la precisión con la verdad. Y una de las misiones del arte es mostrarnos que no es así en absoluto. Los juegos compositivos de Velázquez (como los de espejos de Cervantes en su novela del caballero que confunde el escritor que la traduce de un papel encontrado), la luz trascendente de Caravaggio que oculta lo que no sabemos, el brillo esquivo en las aguas de Monet, las pesadillas de Goya... En fin, un muestrario de maestros que tratan de explicarnos que la vida es mucho más que lo que nos pasa.

Soy un aficionado al arte sin erudición ni un gusto especialmente refinado. Supongo que me dejo arrastrar por el paso de la historia y de las opiniones de autoridad acerca de los grandes pintores. Sin embargo, hay admiraciones que sobrepasan cualquier esquema previo. Yo siento devoción por Vermeer, como otros la sienten por Faulkner. Su uso de la luz trasciende cualquier escena cotidiana para borrar la distancia con el contemplador. La delicadeza, el uso sutil de las formas parece un intento meritorio de recrear el mundo. Sin embargo, cuando veo muchos de sus cuadros, creo que pinta un mundo como el que debiera ser, no el que existe. Y a uno le apetecería vivir en él.

Debo mi admiración más rendida a una obra modesta e inigualable; una pintura por encargo de su pueblo natal, Delft.



No sabría decir que es lo que más me gusta de él, supongo que es la combinación sabia de todo. La luz de un cielo como el de cualquier tarde tranquila, las apacibles nubes, el agua calma y sus sombras, las figuras en el primer plano que sugieren espectadores dentro del cuadro, que se asoman a nuestra tarde como nosotros nos asomamos a la suya. Quizá los edificios hermosos y modestos, el puente robusto y los barcos oscilando suaves. Después de un ratito, llevado de la paz del cuadro, que existe en un mundo mejor para hacer mejor este, no queda gran impresión o arrebato, solo una sensación cálida de dulce sosiego. Y es entonces cuando entiendes que Vermeer ha conseguido que miremos toda su ciudad sin fijarnos en nada y captándolo todo.

Aquí, la vista que aparece no es tan hermosa, pero la real puede serlo. Solo haría falta la mano del artista. La luz decae en el atardecer umbrío, el río arrastra los despojos de los afanes diarios y la brisa acaricia el camino al mar. Las nubes están quietas en un lienzo oscuro y nacen de los rincones susurros agotados, rumbo a una eternidad de olvido. El último brillo del sol se refleja líquido y vivo como la miel sobre los cristales de los edificios y un silencio envuelve las meditaciones de los que vuelven a casa, fragmentando la mirada en la urgencia del segundo, pidiendo un respiro, un bálsamo que cure este ardor, un lienzo donde la luz no se escapa, un soplo en el corazón que aún aletea, una ciudad como la Delft de Vermeer donde la verdad aún reina y donde la belleza se abre paso sin imposturas. En ese rincón gozoso y claro del alma humana que existe desde hace más de tres siglos y ya para siempre. 

sábado, 10 de abril de 2021

Contra la tormenta. 10/04/21.

Escribir es un juego. Cuanto uno puede hacer es tratar de crear ficciones más o menos basadas en sus experiencias y engarzarlas en un ángulo común que les dé un sentido significativo, una luz reflejada propia. Si uno es capaz de atraer a otros hacia esos mundos especulares los lleva a su territorio semidesconocido, en el que el que escribe propone unas reglas y el que lee debe tratar de descubrir otras y crear algunas nuevas. En otras ocasiones, la mayoría, nosotros, dejamos un pequeño rastro, invisible para casi todos los demás. Esos rastros suelen alimentar nuestra propia extrañeza ante lo que deseamos comunicar y lo que transmitimos, la distancia entre la regla del juego y su misma esencia. Escribir es el reflejo en el cristal de las experiencias de la vida, tratar de aprender las normas del juego que nos vemos obligados a llevar a cabo.

Mi realidad, tal y como me es dado contemplarla, es la que sigue: Estoy a oscuras, en el medio de una noche en la que nace un tenue resplandor verdoso. Es el aura de un desierto de hielo que azota un poderoso viento, completamente silencioso. Aunque puedo percibirlo, no esta fuera de mí. No camino sobre él, no floto sobre él. Lo llevo dentro, gélido, más antiguo que yo mismo, indestructible. No obstante, sé que lo es. No es más que una serie de bloques más pequeños que se van desgajando inexorablemente y flotan en una corriente muy profunda, vestigios de una mar helada. Sin embargo, algo une a los bloques en su deriva por el océano. ¿Qué es lo que los une? Quizá un origen inaccesible, quizá un destino inescrutable... quizá solo mi mirada sesgada.

Pienso que el yo es similar. La conciencia personal, la identidad, no es el conjunto de personas que fuimos, ni nuestros recuerdos o las experiencias vividas. Es el nexo invisible, el hilo, la mirada, lo construido sobre los escombros que aún hoy sigue en pie, quien sabe hasta cuando, el ángulo que ofrece una luz compartida a lo separado y oculta lo que no concuerda con esa luz precisa. Es la pregunta acerca de la relación de la isla de hielo primordial y los enormes bloques que se separan pero siguen formando un patrón común con ella, mientras se deshacen lentamente, como recuerdos al sol, el sol que no ilumina esta noche. El yo no es el qué, es el cómo. No el ser, el camino a ser.

Es la regla del juego. 

Y el amor, el éxito, la felicidad, la calma, son rayos de luna (ella sí luce) que dejan caer una luz blanca sobre lo que existe y al desvanecerse dejan un brillo fantasmal que se apaga levemente mientras la oscuridad vuelve a envolverlo todo. 

No sé quien soy y eso es lo más natural porque en realidad no soy nadie. Siento, cuando pienso en el pasado que no era yo, que de todo empieza a hacer mucho tiempo, que cada nuevo comenzar sepulta lo que había antes y crea novedad sobre lo que muere, una nueva soledad donde empezar de cero. Quizá por eso sea que la muerte se me aparece como otra etapa más, una en la que esa mar ártica dejará de emitir cualquier resplandor y solo quedará un movimiento de flujo y reflujo de olas en completo silencio. Los recuerdos se desharán y lo que atesoré olvidará todos los que fui. Un nuevo juego habrá de comenzar. Ella así lo quiere. Vieja amiga.

Escribir es seguir uniendo en las finas hebras la memoria y el futuro, retorciendo la flecha del tiempo para que apunte a nuestro corazón y haga sangrar de él nuestra imaginación, el arte de combinar nuestros recuerdos. Lego entradas de blog, páginas que se pondrán amarillas, como las fotos y como esos recuerdos mismos, fundiéndose en el océano. Por mucho que la técnica haya aprendido a hacerlos brillar por fuera, el corazón sabe quien fui y se queja. No ha quedado mucho, solo ecos ambiguos y extrañeza del espíritu. Cada uno hace lo que debe hacer. A mí me ayuda escribir de vez en cuando para moldear un sentido, agrupar los que fui con el que soy y los que espero ser en un cendal suave y resistente que agrupar bajo un nombre. Mi otro refugio es el desprecio.

La realidad que los ojos muestran está tranquila y cansada. Las grúas hieren el cielo pero las nubes aún envuelven sus garras con su poder mayor. La bahía las refleja en un pasar lánguido y la luz acaricia con un tono neutro, antes de que atardezca. Pero hay otros mundos. Puede que el bloque original, blanco y latente sea la verdad, una verdad de tono esmeralda, inasible e inaccesible, ajena a las preguntas que un conjunto de seres en el tiempo y en un espacio concreto pueda formular. A lo lejos se ve una tormenta, con rayos que expanden sus ramificaciones contra todo el cielo oscuro. Están lejos, pero nos vamos acercando a ella, en un barco fantasma cuya tripulación lleva dormida apaciblemente desde el principio. Quizá la verdad sea el viento de cola que infla las velas, la única fuerza que permite navegar hacia la tormenta que nos llama. Deberemos llegar; ya ha pasado demasiado tiempo como para mirar atrás.


martes, 6 de abril de 2021

Los mejores años de nuestra vida. Seis de abril.

 Como cada noche desde hace un tiempo, ella lee hasta tarde. En su cajón descansan papeles viejos, dibujos nuevos, sus documentos, medicinas, recuerdos que pocos saben. Enciende la lámpara y se reclina contra el respaldo de la cama para sumergirse en un libro. Su habitación es una lucecita solitaria en el paisaje de bloques urbano envuelto por la noche y preñado de silencio. Un hilo delicado la une a la habitación donde su hijo duerme, entre posters de viajes espaciales y superhéroes. Cuando ese hilo vibra y algo ocurre, la realidad se espesa y ella puede oír una frecuencia que la llama, para ordenar un mundo que aún debe despertar.

La soledad debe ser esto, piensa. La vida nos lleva por senderos extraños y nunca espera. El café de la mañana, la oficina y la merienda, el esfuerzo de proteger y elevar un santuario, la dulce tarea de enseñar a vivir en una duda perpetua acerca del futuro y las fuerzas propias. El mundo ha cambiado, o lo ha hecho de manera distinta. El miedo se extiende, el futuro muestra sus fauces fieras y en el remolino del cambio la angustia por el bien de otro añade tensión al último pensamiento antes de acostarse.

La ciudad se despertará pronto, La luz azulada se empieza a derramar por el bosque de antenas y grúas. La semana sigue y las noticias nuevas sepultan las viejas en un vórtice de estrés y rencor. En un mundo en el que las voces callan, el poder grita y su impulso puede cubrirlo todo. Pero eso será luego. El sol comienza a lucir asomándose desde el horizonte y la brisa acaricia el deseo. En el desierto espiritual del hoy, un oasis hoy vive con ella y en ella. Los antiguos sabían que la obra de arte brindaba un remedio contra el sufrimiento y el caos, que proporcionaba consuelo ante la tristeza, alivio contra la inmensidad del azar y afirmación en la alegría. Hay personas que hacen arte con sus vidas y con los que la rodean, bien lo sabe ella. Merece la pena, se dice. Estamos viviendo los mejores años de nuestra vida.

domingo, 4 de abril de 2021

La bandada. Cuatro de abril.

Las vi pasar contra un cielo muy limpio. Súbitamente, emprendieron una formación que parecería de naves en ataque, como si fuera una flecha. Se movían con los mismos impulsos, cambiando de dirección de manera perfecta. Nosotros, que no podemos vivir cerca del cielo, quizá demos una impresión de orden espontáneo vistos desde arriba. La verdad, dudo que sea así. Nos tropezamos, cambiamos de rumbo, nos invade la duda.

Uno de los dones más ignorados de nuestra vida es la de la admiración serena de las aves. No es una contemplación siempre limpia, porque nos gustaría sentir lo que ellas sienten. Debe ser una experiencia de plenitud sentirse como quizá las aves sienten, mientras despegan los cisnes en sus lagos de ondas plácidas o nadan los patos después de llegar del cielo. Veo mientras escribo a palomas surcando el espacio que ofrece mi ventana, su aleteo tranquilo y el más intenso antes de posarse de nuevo. Sí, sin duda, mecidas entre el aire cabe toda una existencia distinta, donde todo cabe, desde la vida a la muerte y desde el instinto que no reflexiona sobre su razón hasta el disfrute que exige negarla. Leo lo siguiente "Encontramos que las aves individuales se adaptan a la pérdida de un compañero de bandada al aumentar no sólo el número sino también la estrechez de sus relaciones sociales con los demás, así como su conexión global dentro de la red social de individuos restantes" y pienso que, orgullosos de nuestra lógica y nuestro razonamiento, quizá sublimamos instintos que otros muchos seres tienen y que nosotros, simplemente, no sabemos ver. 

Así es, supongo que así somos. Nos enorgullecemos de nuestra capacidad de cooperación que denominamos inteligencia e ignoramos el instinto del tigre, el aroma de las flores y el volar de quienes pueden. De todas las maravillas, las que no están escondidas son las más enigmáticas. Veo los cisnes en el canal, las gaviotas ruidosas en el cielo, las palomas en cualquier calle y los patos formando flechas hacia un lugar que yo no alcanzo a ver y pienso que quizá haya otra vida más allá de esta en la que nos será dado saber, experimentar, gozar, de lo que la vida despliega sin que nos molestemos mucho a mirar. Puede ser que la vida solo sea pelea y esté limitada a las armas que uno tiene. En cualquier sentido, la imaginación es el arte bendito de combinar nuestros recuerdos, y agradezco a la mañana azul que haya prodigado uno simple y hermoso.

La ciudad, para los que no pueden verla desde el cielo, es un remanso vacío donde solo corre el viento y los coches. El río es un espejo del cielo y en él, otros seres también vuelan y tratan de sobrevivir. Un domingo de cansancio, como tantos, y de esperanza, como todos, donde un misterio se abre para los creyentes y los innumerables dones se prodigan para todos. Las aves reinan en el cielo y parecen jugar, con majestad, sobre las aguas. Es difícil no sentir un escalofrío de conciencia, como el que uno espera al vislumbrar a las reinas de la creación. Mas, al cabo, volar es solo otro prodigio más y tenemos que aprender a sentirlos mejor.  Las plantas se yerguen hacia una luz que está en todos los sitios y un rumor de tiempo arrulla la melodía del recuerdo, para que aún sepamos que hay algo por lo que luchar.




jueves, 1 de abril de 2021

Buenos días, Abril. Primero de abril, 2021.

Buenos días, dulce Abril
Largo tiempo te esperaba
Para ahogar entre tus luces
La mano de nieve blanca
Que enfriaba con su aliento
La flor de mis madrugadas.
Llegas con los cascabeles
Que resuenan en las alas
del amanecer inmenso,
libre de miedo y desganas.

Cuando sea otro olvido más
En el fondo de los mares
No habrá nadie que recuerde
Con suspiros o pesares
que estuve una vez en ti
alzándome en tus trigales.
Mas eso será mañana,
que hoy nos dé color tu sangre.
No más lamentos de invierno:
Aún estoy vivo en tu aire.



Siembra los campos de verde
Encala mi antigua casa
Siempre en la colina verde
Del centro de mi nostalgia.
Aunque nunca vuelva a ella
Limpia la quiero ver, blanca
En el centro de un recuerdo
Terso y claro como el agua.

Créceme con tus azules
Mañanas de seda y lana
Vibra entre puros jazmines
Y aventa la escoria vana
De la melancolía de estar
Fuera de tu dulce calma.
Enfría mi desencanto,
Que suspira en breves ansias
Por alcanzar mi lugar
Donde nace la mañana,
Allá donde estará ya el río
Jugando con la retama.

Alza en tu luz a la alondra
Viste de verde la rama
Haz de la noche el suave
Camino hacia la esperanza
Vibra la sed del futuro
Golpea el yunque del alma
Déjanos ser, un mes más
Seres de amor y palabras.



Acalla el odio que late
Brillante en las dentelladas
De los cautivos puñales,
Fieras con alas de plata
Que ansían beber la sangre
Y hacernos la voz más agria;
No des a esas mariposas negras
Tu brillo ni tu voz brava.

Llega abril, con tus caireles
Hasta el fondo de mi estancia
Hoy bendecida de luz
Que golpea la ventana
Triste por la calle triste
Que la amistad echa en falta,
Sin poder salir al mágico
Aleteo de la plaza.
Haz un sonido de fuerza
De alegría, sed, de alhajas
Refulgentes en el reino
Turbio y negro de las lágrimas.
Vence el dolor que nos dobla
Para que el segundo arda.
Vibra murmullos de vida,
Grande y pura como el alba
Con los brazos esparcidos
Hacia todas las mañanas.

Llega, abril, entra en mí casa…
Y con tu pasión desgrana
En mis labios tu esmeralda.