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sábado, 29 de enero de 2022

A diez metros de la prisión. 29 de enero.

Una de las amables paradojas que acompañan la muerte de los tiranos es que acontece sin su permiso. La libertad es invencible. Es la condición humana misma. Puede haber caos, desórdenes, confusión casi absoluta, pero el orden perfecto siempre será incapaz de controlar todas las briznas leves que un viento delicado puede alzar contra su reino. Es bueno que sea así.

En los últimos años, más desde la llegada de una plaga, todos han podido ver que nuevas formas de control y restricción han tratado de imponerse en sociedades abiertas y razonablemente funcionales. A mi parecer, ninguna ha sido tan eficaz como el intercambio de la responsabilidad por la culpa. No prosperará, claro. Un mundo que derruye la responsabilidad de los actos propios  acaba desmoronando acaso la única luz más esplendorosa que la hermosa libertad: la inocencia. A veces, pareciera que oscilamos entre una culpa primitiva, el pecado original reciclado, obviamente, y la asignación de libertades que llevarán al paraíso en breve. Como si todo estuviera perdonado en unas tablas de escenario donde los actores balbucean en su momento álgido mientras se desvanecen en una niebla de olvido muy rápidamente. Este dualismo es la brasa de la religión bajo la arena nueva de las promesas que hoy son euforia y mañana serán melancolía. Bajo el término 'libertad', muchas formas de dominio exigen su lugar. Sin embargo, ella se manifiesta sin necesidad de proclamarse, como el rocío de la mañana.

De nuevo, es bueno que sea así. Hemos instalado la idea de que vivimos en una gran prisión. Vasili Grossman en Todo fluye, habla de un prisionero que simplemente desea abrir una zanja, romper las alambradas o volar unos segundos breves para poder morir a diez metros del campo de prisioneros pero fuera de él. Puede que lo que nos haga falta sea más memoria y menos chatarra en el discurso. Porque la verdad conmueve y el cliché agarrota. Porque los fanáticos no sabrán vivir en un mundo del que no pueden ser jueces de los otros y deben serlo de sí mismos. Porque hemos esperado ya demasiado.

Hay tiranía, injusticia, dolor y muerte. No hay manera de suprimirlos. La manera más efectiva de pelearlos es tratar de expulsarlos de la vida de uno, me parece. La noche cae sobre un mundo exhausto y la sombra envuelve a justos e inicuos. En otros lugares, una nueva aurora despunta. Llueve en algún lugar y unos ojos ansiosos escuchan su caer sobre los árboles y los helechos, su beso sobre las ventanas y la apacible nostalgia de otro mundo que luce tras su breves cortina. La luz que modifica esa lluvia ilumina el mundo como la libertad ilumina nuestras esperanzas. Tímida, alegre, dichosa. Aunque haya miseria, confía y espera. Porque has visto y has creído. Sé libre y otra luz anegará tus ojos de alegría. Ya has esperado demasiado.


 

martes, 25 de enero de 2022

La explosión. 25/01.

Hoy la tarde ha explotado. Mientras al oeste un amasijo de hierros, cristales y cemento que fueron edificios se convertían en un reflejo dorado de la luz que vibraba hundiéndose contra un horizonte oculto, otra cicatriz rosada partía el cielo en dos. A los lados, los purpúreos dedos del cielo envolvían el tiempo, como a un desamparado que tiembla.

Hay arcenes en toda vida. Lo que dejamos atrás, lo que escapa, aquello que se desvanece en una bruma densa de soledad, lo que no dijo adiós. Y como cada cual lleva consigo su novela, también somos secundarios de lo que perdemos. Sin darnos cuenta, calladamente, traen y llevan el recuerdo y la sorpresa, como el reflujo de un mar sabio. 

Acaso el corazón siente una impaciencia que la boca no sabe expresar. Se queda en una cierta turbiedad en la mirada, en la fatalidad que nos conforta en su propia piedad mientras fantaseamos con la pena que suscitamos en los otros. Puede que sea la mirada que tiene un fantasma deshaciéndose en jirones un segundo antes de desaparecer. Salimos de otras vidas con un último intento ahogado de permanecer, de protesta, rabiosa y agria. Después, morimos otra vez y otra herida se posa en la piel.

A qué trajo la tarde este hilo débil de pensamiento, no lo sé. Conjeturo que la explosión de la tarde acarrea un deseo de ser más, quizá de volver atrás, de entender el tiempo como un presente perpetuo, sin remordimiento ni ansiedad. Ahora la sombra acecha y solo algunas ventanas muestran despachos vacíos iluminados por una luz intensa y solitaria. Los rumores silban y bailan con hojas muertas, bolsas deshechas y gaviotas insomnes. Las grúas trabajan a lo lejos. Las formas se despiertan. La música del azar acerca el espíritu hacia la duermevela, donde la explosión de color devuelve la vida a todos los fantasmas.



jueves, 20 de enero de 2022

La embriaguez de la metamorfosis. 20 de enero.

Lo reconozco, soy un pesado con los museos y similares. Entrar en sus salones y deambular sus pasillos me resulta una manera menos ineficaz que otras de tratar de mostrarse en el tiempo y de viajar al pasado. En sus paredes confirmo la intuición fundamental que el poso de la vida persiste en susurrar: cuesta construir algo valioso, mas destruirlo puede ser rápido y estúpido. Otro pensamiento, en objetos, retratos, inquietudes pasadas también sugiere una conversación imposible con quienes fueron alguien y hoy ya están en el olvido al que nosotros también nos dirigimos.

Pudiera parecer depresivo, pero no lo creo. Me parece que amplia mi vida saber lo que me precedió, como también imaginar como será el mundo cuando el sol no roce mi piel. En las obsesiones, gustos, tabúes pasados, se abre paso un cierto entendimiento de la naturaleza humana como algo amplio y misterioso. Ay, cada vez que se abandona o se niega ese misterio esencial suele ser el preludio de una matanza con fanfarrias festivas abriendo los festejos de la muerte.  Estruendosas, abrasadoras.

También me gusta imaginarme siendo otro. Nunca muy alto, nunca muy bajo. Mi imaginación me ha hecho ser, resumidamente, tantos otros...y saber que de la furia de un asesino atormentado, la dulzura de la madre, la excentricidad del solitario, la euforia del campeón, el dolor del hastiado y tantas otras, no nos separa mucho. No son mas que infinitas aristas de lo que nos hace humanos. Las mías, mas modestas, mediocres, también forman una figura singular, como la de cualquier otro.  

Tiempo de cambios para mí, nuevas aristas que modular, otras se quedarán mochadas en un escorzo inútil contra el aire. Y, aunque ni el más sabio de todos sepa el final de todos los caminos, me gusta, en principio. Me gustaría ser otro muchas veces, y el ánimo proteico me hace sentir que el mundo ha rejuvenecido y es algo más amable. No es muy realista. La embriaguez de la metamorfosis, precioso título de una novelita de Stefan Zweig (que no he leído) es más atrayente que la sobriedad de conjuntar los pedazos del espejo roto interior hasta formarnos de algo que dé un reflejo valioso. Lo sé, pero...con todo y con eso, hay un impulso que nos impele a cambiar y otro que nos incita a solidificar lo que cambiamos y hoy es nuestro, aunque nuevo.

Allá voy, con la adarga al brazo. Nunca muy crecido, nunca derrotado. Contento, sin estar embriagado, por una nueva experiencia. La luz huyó hacia el mar, por poniente. Aquí hemos quedado los pensamientos inconexos tejidos por la sombra, el viento, las luces de neón, aquellas tras los balcones y las miradas perdidas de quienes esperan. Otro día que se va, otra pelea gozosa que acaba...hasta la próxima luz de una aurora que nos traiga, como un hechizo, la libertad que perseguimos.


domingo, 16 de enero de 2022

Abrázame, oscuridad. 16 de enero.

Parece que la luz sobre el agua abre camino
Y al fondo el horizonte formula su pregunta limpia,
Pero aún acecha la sombra sobre el brillo del templo:
Ni piedad ni temor hallo en mis manos frías.

Fugaces pasos buscan un resplandor de belleza
Con la esperanza de que su voz estremezca a los sabios,
Dormidos desde un tiempo donde ya no hay espera…
Abrázame, oscuridad, llena de mí tus brazos.

Paseo solo por muelles vacíos, territorios de luna;
El mar trae salitre y un rumor sordo amargo,
La noche cae como notas de un arpa sedienta y desnuda;
Una tierra sin memoria no sabrá cobijarnos.

Las letras crean mensajes ajenos a mi infancia
Que es como un licor extraño que ya no sé saber
Son preguntas del viento, el fuego de esa ansia
De estar siempre tan cerca de donde no he de volver.

Luces de la ciudad titilan contra el verde oscuro
De la bahía hoy amansada, descansada y vacía.
Las estrellas de plata y miel atrapan los segundos
Ni lástima ni el silencio turban mis manos frías.

Las aves surcan altivas espacios invisibles
Entre rescoldos del fuego de un atardecer sombrío.
Allá donde ni el pasado ni el sentido existen…
Abrázame oscuridad, y dame tu cobijo.




martes, 11 de enero de 2022

Once de enero. Mateo, 6.

Fue en el Parque del moro, en Madrid. Subía las escaleras con esfuerzo, arrastrando con esfuerzo un carro de los que usan para llevar la compra a casa. Frisaba los setenta y pesadamente miraba hacia la gran verja de la entrada. Tras nosotros, jóvenes posaban y detrás de ellos, el Palacio Real y los jardines lucían en una tarde de invierno cálida.  

Le pregunté y subí su carrito; sin el, subió presurosa las escaleras. Me dio las gracias y me dijo, con el deje hermoso y pausado del español de América, que la Biblia dice que los pájaros reciben los dones del cielo por su gracia y ella acudía todos los días a cumplir esa promesa. Sus ojos grandes sonrieron luego y se perdió en la calle, hacia otro nuevo atardecer de cada vida.

Vivimos entre el silencio de lo que importa, me parece: llámalo Dios, el azar, la Providencia, el Destino o como quieras. Buscamos señales, hitos, una marca que nos indique que nos dirigimos al lugar al que deseamos ir. Y sin embargo, una obstinación rebelde de esas marcas nos cubren de silencio y bruma. Pero nosotros debemos seguir caminando. Acaso por eso agradezco ese fausto encuentro. Puede que no se trate de esperar. En pocas palabras, una mujerita tenaz y alegre supo darme alegría. Espejea ante mí, horas después, el reflejo elusivo de lo que completa sin saciar nunca su sed. Quizá es la divinidad, o el nombre que hayamos dado a ese impulso que sentimos sin saber nombrar.

Siento que ese reflejo aún vibra mientras acabo estas líneas. Me hace sentir más confiado y cercano, lo agradezco. Esta tarde el crepúsculo púrpura se iba desvaneciendo en un azul metálico que fue sombra pronto. Ver otro atardecer en paz, no hay mucho más, y esperar que venga el siguiente igual, tras un día en el que el camino parezca llevarnos en la dirección correcta al lugar que nos espera. Cualquier cura contra la soledad hermosea los días. Si alimentar a unas aves da paz y vida, si uno se hace emisario del bienestar ajeno, cura en cierto modo heridas propias. Cayó la noche y otras aves se envuelven contra las nubes. Aprieta los dientes y busca la respuesta allí también. Y que tu hacer quiebre el silencio, como un hacha contra la mar helada.