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martes, 30 de enero de 2024

30.11.23.

Esta ciudad es muy fea. La gente es muy fea. Yo soy muy feo. Siento asco de mí mismo. Mi autodesprecio, desazón, incertidumbre y náusea están un punto encima del personaje más atormentado de Dostoyevski. Puto infierno de acero y hormigón, suciedad y ruido. Los edificios son muy feos. Las farolas son feas. Los puentes son feos. Algunos parques son lejanos y fríos, coquetos, crueles y sin embargo feos. Todo es más feo que tirar al abuelo por las escaleras.

Pero es una elección colectiva consciente...eso lo hace más llevadero y también más duro. Se glorifica al yonqui y al tronqui, al macarra de la barra y al malote cachalote. Deambulamos en la glorificación de la ruina y el abandono. La desgracia de la belleza es que florece cuando su tiempo ya ha pasado. Por eso sentimos que nacimos demasiado tarde.

Mi habitación es fea. El colchón es blando y es feo. Entran a veces corrientes de aire, lo que no es tan feo en sí, pero me atormenta, me enerva, me consume. Me toca las pelotas, vamos. Y eso también es feo. Fea la pared, feo el armario, fea la luz de la lámpara. Los cajones son feísimos. Feo el suelo. Feas las sillas y la mesa. Ah, que fea es la alfombra. Oh, mundo, oh crueldad, oh fealdad, oh destino. Destino que también es feo.

El mundo se acuesta con las cicatrices abiertas. La costumbre amortaja el ensueño de la vida. El trabajo no aporta libertad ni esperanza. Una brizna de hermosura acaso bastara. Pero no hay signos auspiciosos. La luna cae sobre hormigón y acero gastado, sobre la lluvia pertinaz, sobre el recuerdo del momento en el que la belleza aún iluminó al mismo mundo de hoy, un mundo feo de cojones. Me salió una entrada bastante fea. Así estamos. Somos feos.

lunes, 22 de enero de 2024

Quién fuera. Una parábola. 22.01.24.

Dios y el diablo conversaban, como hacen incesantemente, mientras su vista paseaba por la miríada de constelaciones, nebulosas, vacío, galaxias y silencio. De pronto, el diablo propuso un juego sobre alguna criatura. Dios aceptó, divertido. Sus miradas abarcan todo tiempo y se posaron en la mente ociosa de un rey de un territorio oscuro y frío.

En la lóbrega estancia de piedra hay un Rey. Mustio en su trono de silencio, contempla derramarse los rayos de un sol pálido sobre los campos. Un jardinero adecenta el jardín real cantando mientras cuida las adelfas.

"Ay", suspiró el Rey, "quien fuera un humilde jardinero, sin más cuitas que cuidar la belleza. Ojalá fuese ese jardinero".

Una voz más allá de las altas torres del castillo declaró así sea y el rey fue el jardinero. Pero las estaciones fueron pasando y dejó de cantar, mientras las flores se marchitaban y otras germinaban. En el cielo, las nubes pasaban ligeras desde un horizonte hacia el otro. 

"Ay", gimió el humilde jardinero, "ojalá pudiera ser una nube que elige donde donar su agua que es vida, sin preocupaciones terrenas". 

Y Satán asintió, que así suceda. Y el jardinero fue leve nube en la cúpula del cielo. Y soplaba el viento y la llevaba donde quería en el cielo frío aunque ella quisiera refugiarse tras montañas solitarias, y encima de ella estaba el sol radiante.

"Ah", soñaba la nube, "atravesar el viento, sentir el calor y olvidar los problemas. Ojalá pudiera ser el sol", y Dios afirmó: eso también se te concederá.

Y la nube fue sol. Era magnífico reinar sobre todo bajo sus ojos, calentar y quemar con sus potentes rayos y contemplar tantas cosas. Al cabo, son embargo, sintió vestir un traje de fuego y ser incapaz de despojarse. Encima de él, las estrellas parecían Dioses titilando en una serenidad infinita y sintió tristeza de no poder verlas, ni nada de lo que existía tras su propio manto. 

"Oh", exclamó el Sol, "ser divino y libre de problemas. Me gustaría ser una estrella lejana de la hermosa noche", y la voz unida de Dios y el Diablo dijo eso también te será dado, y el Sol fue un dios lejano y brillante de la noche encarnado en una tierra brillante.

Y contemplaba la noche como un campo de perlas y veía las eras pasar como parpadeos de su voluntad superior. Mas invisibles leyes la alejaban del centro, donde yacen las nebulosas de vibrantes colores y sentía la soledad de su lejanía majestuosa.

"Quien fuera", pensaba, "el supremo hacedor y ser y saber todas las causas y el final de todos los ríos". Y una voz conjunta de bien y mal, alegría y dolor, estremeció todo lo que existe al pronunciar desde el centro de todas las cosas que sea cómo buscas. Y la estrella fue un dios, Abraxas, el Supremo Personaje de Jade, la Plenitud, la Conciencia Última.

Y entonces, cuando los milenios pasaban como susurros y la eternidad no acercaba su mano majestuosa y fría, cuando el destino le era esquivo y partes de su voluntad se rebelaban contra Él y blandían contra su fuerza tridentes de volcanes y mazas de torrentes tempestuosos y agitaban los mundos en una batalla interminable, sintiéndose agotado y cuando no estaba luchando contra la esencia inmutable dirigió su mirada sobre una tierra tranquila y apacible y el Uno exclamó, "ay, ojalá pudiera ser un hombre que estuviera a salvo y seguro y no tuviera miedo". Y el dios fue un Rey de un territorio oscuro y frío que mira desde una lóbrega estancia de piedra a un jardinero que canta mientras cuida los crisantemos.

La noche es fría. Todos buscamos algo más. Todos acabamos llegando allá donde nos esperan. Leed a Barry Hughart. Haced el bien y sed valientes.

jueves, 18 de enero de 2024

¿Y si...? Dieciocho de enero, dos mil veinticuatro.

Escribo justo antes de un partido de fútbol no demasiado trascendente. La gente de nuestra ciudad pequeña, provinciana, nos hemos acostumbrado a ver los grandes eventos, las furias, la épica, en una visión vicaria, cercana pero ajena. Hoy jugamos contra el Barça una ronda de la Copa.

Y bueno. Aún no hemos perdido, aún desborda la ilusión, aún estamos vivos. Puede que perdamos muy claramente y la ilusión dure unos pocos minutos; tú, que leerás esto más tarde, gracias y no me digas que fue un sueño... porque no aceptaré tan vanas esperanzas. Es un sentimiento real, y es hermoso, entre tantas razones para la melancolía, encontrar una razón de entusiasmo por la vida. No, no es un sueño. Es real y lo que el azar nos ha regalado, que no lo manche nada. Hoy, como todo, es para siempre. En esta ocasión, bendito sea.

Una de las alegrías de la vida es poder permitirte avanzar como si ciertas cosas no existieran, o como si lo vedado no importara. Sabemos que es casi imposible, pero...¿y si...? Y en esos puntos suspensivos, en la amabilidad de una duda que entreabre un portón que casi siempre está cerrado, acurruco mi esperanza.  Pase lo que pase, me ha dado unos días hermosos. No hace falta más.

La luz va declinando entre torres de acero y ruido de grúas. Un fulgor dorado amansa el horizonte y las siluetas de los pájaros rasgan su paz con giros y vida. El rumor del río caudaloso ahora llega al puerto y sale al mar, desde donde lleva, a miles de kilómetros, mi esperanza escondida. 




domingo, 14 de enero de 2024

El extranjero entre el centeno. 14.01.24.

Dos de las novedades que mas me han impactado tratan en parte acerca de la confusión. A menudo creo que dejaron un poso algo negativo, agridulce, en mí, que desde que recuerdo veo el mundo con extrañeza y lejanía. O quizá ya fuera así de siempre y por eso me influyeron tanto. Es difícil saber lo que hace contigo lo que te pasa y la parte que uno hace con ello. Sea como sea, el sentimiento de ajenidad y desencanto nunca me ha abandonado, y odio esto de mí.

La singladura de Meursault, El extranjero, muestra un extraño para el mundo entonces, alguien que parece totalmente alienado e incapaz de sentir la vida. Todo le resbala. Hoy ese tipo humano parece la consecuencia lógica de la vida que llevamos. Nos hemos vuelto extranjeros de nosotros mismos. Las andanzas de Holden Caulfield, El Guardián entre el centeno, son azarosas y torpes. Él va rebelde y confuso contra la mentira del mundo, aterrado por crecer, sardónico y amargo, oponiendo inútilmente vitriolo contra un mundo amenazante. 

Ambas novelas son espejos concavos y convexos en la idea recurrente desde las grandes guerras que desangraron el mundo: hemos perdido la inocencia. Entonces era una idea que llenaba de angustia; Ahora resulta otra circunstancia incluida en la carcajada universal que nos domina hoy. La narrativa no es similar. Con Camus saltamos de isla en isla en cada frase y entre medias no hay nada. Salinger destila una melancolía terrible con la que no paras de reír. Acaso Holden tiene aún fuerzas y Meursault es lo que queda de él cuando se acaban.

Y así yo. Siento distancia con lo que ocurre. Siento la cercanía de la sombra. Trato de encajar en un mundo indiferente. Anhelo la paz de un sol poderoso y la piel deseosa de su hechizo, la lentitud, un horizonte iluminado. Me da miedo haber caído en la trampa, no haber visto en el campo del centeno el abismo por el que me precipité y que desde entonces nada me parezca propio ni puedo parecerme ya nunca. También me asombra no saber como resolver la apatía y la anhedonia en un impulso físico, sentir la santidad del cuerpo que derrota cualquier pasión triste. Cada vez cuesta más. En fin. Hoy el día es frío con un sol falso que alivia un poco pero no da calor y la luz cae casi horizontal sobre las macetas. Las nubes pasan lentamente sobre el pálido azul y la brisa fría hace a los que pasan y las aves apresurarse, hacia el refugio de un recuerdo quizá. A veces escribo. A veces leo, veo, hago deporte, trato de despojarme de la tristeza. Hay un nuevo año pero las cosas no cambian. Deseo otro futuro, sin la luz solar que precede al crimen ni la noche de las grandes ciudades de neón que evoca la desesperación. Y de esta manera me hallo hoy, como otro día cualquiera. Agitando las fuerzas, sintiendo las espinas, procurando reunir el impulso para saber escapar,


jueves, 11 de enero de 2024

Volver. Once de enero

Volver a la tierra

De los pinos soleados

Que no hablan el lenguaje de la amargura, 

La del arroyo exiguo y las caléndulas.

Volver y seguir entre bosques de encinas, 

Por entre rastrojos, con la luz del mediodía 

Y con la piel calmada, allá en la tierra seca

Pedregosa y cruel, callada, de dones austeros

Donde el silencio crepita en la cúpula azul,

Donde entregaría mi vida.