Translate

martes, 27 de diciembre de 2022

Visitar lugares.27/12.

Me gusta viajar, porque querría ser otro tantas veces y el viaje hace el olvido; vaciando una parte de ti, permite formarte, por unos días, otra vida, sepultadas lealtades y rutinas, conservando lo que más caro te sea. Con su prestidigitación y asombro, el viaje despierta una embriaguez serena, la contemplación de uno de los mundos posibles que pueden existir en nosotros.

Todo esto me parece cierto, al menos para mí, ¿y para quién otro podría serlo?. Sin embargo, me basta saber con que las maravillas del mundo existen, no preciso visitarlas. Quiero decir, deseo visitarlas, pero su contemplación no suple la idea de la ciudad, el país, sedimentaciones de la historia, el paso, las cicatrices y las fusiones que uno se hace, sabiendo que son incompletas y parciales, más apegadas a una forma de ser y a la ignorancia de los tópicos: nadie conoce a nadie, y un lugar es una ebullición de nadies que se suplen pronto, un cambio que se superpone a la entidad que forma.

No, no necesito imperiosamente visitar. Pero necesito saber que existen y que forman parte de mi mundo, son mi mundo. Como la estrella de un cielo conocido, su presencia, aún lejana, es simplemente lo que marca la diferencia. Hay otras señales desconocidas, modestos lugares que esperan a ser parte de la vida de alguien. En su búsqueda incesante, agotamos los días, del cuerpo y la imaginación para entrar en vestíbulos luminosos, pasillos nuevos y de aroma antiguo que nos llevan, de mano de sutiles melodías, de vuelta al lugar al que deseamos volver y descansar, al consolador humo de la lumbre, un lugar maternal y en el que luce un ancestral misterio, al hechizo infinito de sentirse volviendo a casa.

He leído que hoy hace 1485 años exactos de la finalización de Haiga Sofía. Es un lugar al que deseo ir, como si volviera a un lugar que he imaginado tanto que siento que estuve un día. Hoy, cuando un sol tímido luce detrás de edificios de pisos marcados por el humo y la herrumbre, sabiendo que el mismo astro reina sobre todo, la maravilla y la ruina, el deseo de seguir viviendo como si todo fuera mágico y el Mundo el mundo más extraño es lo único que sirve. Y lo demás, será silencio, desolación y abandono, para los que habrá ya tiempo. Hoy no será ese día. El viaje es incesante.




miércoles, 21 de diciembre de 2022

Mar de un nuevo año. 21 de diciembre.

La luna juega tras las nubes y su reflejo en las olas tiembla mientras las primeras luces son anunciadas por la inquietud de las aves. Más allá del mar está el puerto en el que te esperan. Los ídolos han caído, las manos de sus estatuas sangran, no hay lugar donde uno pueda esconderse cuando llegan ciertos momentos. Pero el viento te acompaña, te lleva, te protege. La atmósfera salobre te revigoriza. Compruebas el cuaderno de bitácora, la brújula, el astrolabio.

Tahúres y mercachifles aún te esperan, quieren sacarlo todo de ti: ven su sonrisa perversa reflejada en el filo de sus cuchillos. Sabes que el viaje es arduo y arriesgado. Te acompañan amuletos tan antiguos como el tiempo, talismanes y fetiches que despiertan un fulgor olvidado. Sabes que la desesperanza te buscará, pero también hay trucos bajo la manga que aprendiste en un callejón, en noches asfixiantes, entre alcohol y juramentos. Viejas canciones que aún no se han escrito y esperan, sueños de brillantina y serrín, decadencia y ambición. Llevas en este viaje toda una vida y hoy al amanecer seguirás en la pelea gozosa. Transfigurado como quien es lúcido, sonriente como el agua del arroyo del lugar de donde vienes.

La oscuridad se despoja de su aura sobrenatural cuando despuntan los primeros destellos. Es el mar, es otro año recogido en la estela del tiempo. Y su heraldo es un sol poderoso que hace del horizonte una línea dorada. Pronto arribarás a otro puerto, otra promesa y todo lo que has vivido volverá con otros rostros y formas, espejos rotos de una inocencia que aún subyace tras cada desengaño y acrece con cada fuerza, cada demostración de vigor y alegría. La prueba ha sido dura y aún lo será. Has luchado con fieras, te traicionó una sonrisa blanca como la nieve. Pero pronto la moneda del azar caerá de tu lado de nuevo y abandonarás; vivirás libre y satisfecho, cuando nadie te vea. El nuevo año derramará su estela de luz y cada brillo será cada momento. Las constelaciones te sonríen, estrellas solitarias errantes guiñan tu buena nueva. Otra aventura de un tiempo cíclico, nunca igual. Otra nueva ilusión que nace en el seno del tiempo. Eterno, sigiloso, preñado de misterio. 

Feliz travesía.



sábado, 17 de diciembre de 2022

Andresillo y el peligro de los buenos. 17 de diciembre.

La historia es bien sabida: en su primera salida, Don Quijote se encuentra a un amo azotando a su sirviente. Don Quijote, el estrafalario, causa temor en Juan Haldudo, el amo, cuando amenaza con su lanza y duelos que castiguen su violencia. Sin embargo, las razones que Don Quijote desgrana después, irreales, etéreas, persuaden a Haldudo de que nada malo puede pasarle si es amenazado en nombre del exhibicionismo del héroe. Al alcanzar un acuerdo de honor en nombre del ideal puro, el mozo es de nuevo atado al árbol y golpeado con más saña. Nada sabe Don Quijote del daño, convencido de haber actuado en favor de la justicia. Páginas después Andresillo le referirá la historia, añadiendo que por favor se abstenga de ayudarle si en una ocasión igual se viera.

La ironía es cristalina; hay quien evalúa la probidad de sus actos por el bienestar psicológico propio, no por la consideración de la simple realidad. Y no ha cambiado tanto, creo. Por delirante que resulte, gran parte de los problemas de hoy se derivan de la incapacidad de mantener un enfoque realista de los retos de la existencia, privados y públicos, individuales y colectivos. Nietzsche distingue al bueno del noble. Quizá en este tiempo hay que distinguir al infatuado del bueno. Al igual que el resentimiento es la cólera de los cobardes, el sentimentalismo es la máxima audacia que es capaz de alcanzar quien no posee coraje.

La dictadura de la banalidad del bien llega a extremos asombrosos. Hay violencias altruistas, robos por buenas razones, violencias justificadas en su propio ensueño. Hay un mundo en el que el simple acto declarativo pesa más que el acto que se cometa en su nombre. Pareciera que estamos a pocas vueltas de tuerca de que las buenas intenciones hagan admirable el asesinato.

La pequeña ciudad que me ve de nuevo y me verá pasar está adormecida, mas las olas de esta existencia crispada, está agitación febril del espíritu llegan a ella también. No queda sino encontrar un pequeño huerto de recuerdo, esperanza e ingenuidad humana para sentir que el vaivén de su mar es inevitable, pero no es perentorio sujetarse a él. Y caminar hacia un lugar distinto, como sea salvo con la turbia satisfacción de un sentimiento inútil que convoca el mal de otros.  Toda libertad absoluta deriva en violencia, y la del ego no lo es menos. Lo que te puede dar la verdad, la piedad no logrará erosionarlo. 



sábado, 10 de diciembre de 2022

Nacionalismos banales. 10 de diciembre.

Arthur Schopenhauer dictaminó con clarividencia y mala leche que todas las naciones se burlan de las otras y todas tienen razón. Es así, antiguo como el mundo. Pero, como en otras cosas, la aldea global ha promovido la profusión de la estupidez y la maldad a través de su exhibición pura y el mensaje, nada sutil, de que es mejor el idiota propio que el competente ajeno. Lo extraño causa sospechas, envidia, en la hora estelar del resentimiento.

El Mundial que se compró vende poca belleza, mucha ansiedad y sobre todo un cúmulo de salvajadas de hunos y hotros en todas direcciones para que las tribus se embistan. Uno puede entender que en el campo la competitividad es feroz; cuesta más entender el arduo proceso de racionalizar por qué el otro país es asqueroso, todos sus motivos para avergonzarse, sus miserias y sus miserables gentes. Ya ni causa sorpresa el uso de una historia alternativa, en la que cada uno finge no ser un hijo del pasado, sino fingir ante un espejo de narcisismo moral que se tiene derecho a cobrar por las injusticias que otros pagaron, que ésta tierra es nuestra en lugar de ser nosotros de la tierra. La cantidad de vómito estraga, aunque no tanto como su revestimiento idiota de virtud. La estupidez acaba siendo asesina.

En fin: poned radios, teles, sobre todo leed redes sociales. El mismo odio, el mismo miedo. Quizá sea ingenuo, pero reivindico tomar como propio lo humano que inspira, aun de un extraño y nunca encadenarme a las bajezas de mis hermanos. El deporte es otro feliz hallazgo de quienes creyeron en una (parcial, desde luego) igualdad humana, allá en un mar oscuro y soleado, entre olivos y vino, teatro, filosofía y ciencia. Y es así: si te gusta el deporte, no puedes dejar de admirar sus manifestaciones más logradas. Claro, hay muchas máscaras para la tribu: religión, ideologías, deporte, cultura, historia. Lo que nos une más fuerte a los cercanos nos separa más de los otros. Supongo que es innato, pero...hay que tener cuidado.

Acepto lo que me da alegría, detesto lo que la roba. Leer lo malo que es el otro como ente abstracto, la xenofobia normalizada, el veneno del nacionalismo banal ubicuo que el deporte puede inocular me enerva. Me digo que Schopenhauer también escribió que se refugia en glorias colectivas quien no tiene méritos personales. A veces ayuda. Hoy, el sol brilla de camino a casa. No es mejor que ninguna otra. Pero es la mía.


miércoles, 7 de diciembre de 2022

Luz y presencia. 07/12.

Sin pensar mucho, porque no lo sabía, se acostumbró a la presencia cada mañana, junto con la luz de la primera aurora. Estaba allí cada vez que el alba paseaba por su mesilla y su espejo, su pared y el umbral. Se desperezaba lentamente. Sentía el hormigueo de las extremidades al desperezarse, la vuelta misteriosa del reino oscuro y, mientras su cuello estiraba después de dormir de lado, las memorias y los reencuentros del corazón volvían a ella. Cada despertar es un milagro, porque devuelve el color, el sabor, la esencia de las cosas a un mundo nuevo. Por eso la claridad es el don que viene del cielo. Sabía que la presencia que sentía desde el despertar hasta la noche temprana del invierno era neutra. No hay ángeles ni presencias malignas. Era, es, una forma de ver, acaso desde fuera, que la veía y la velaba, indiferente, hasta el día en que ella no estuviera ya más. Entonces, se iría, disolvería, formaría otra alianza.  O desaparecería.

Pasó las tardes declinantes del invierno en aquella habitación. Veía madurar las hojas hasta encogerse y caer en hélices minuciosas y lentas. Leía libros y se quedaba mirando horas, hacia dentro como hacen las personas con miedo o con esperanza. Musitaba palabras para su compañía,  deseando que las guardara para cuando su olvido hubiera erodado todos los significados. Paseaba sobre las baldosas como si levitara, sin hacer ruido, otra breve presencia en un silencio extenso y blanco. A veces salía a pasear al pasillo, o se animaba a sentir la brisa fresca junto con la caricia leve de un sol de invierno tras las nubes. Y seguía a su lado, como un soplo sutil que avivara y recogiera sus secretos, el anhelo, la ausencia. Y le entregó todo. Fue entonces cuando creía que la luna escondida del cielo la visitaba durante sus horas de luz, sabia, poderosa, misteriosa y pura. Hoy aún sigue creyéndolo. 

Nuevas mañanas y noches sucedieron su dominio y llegó la hora de partir. Miró la luz: su refulgir pareció más brillante un segundo, cegándola de su fulgor de alba. Recogió sus cosas; ligera de equipaje echó un último vistazo a la habitación de ahora que ya se convertía en entonces. Un escalofrío bajó por su espalda al sentir el soplo de la presencia que decía adiós, sin terquedad ni sentimentalismo. Y cuando cerró la puerta, se sintió sola y libre.

Las noches llegan pronto estos días. Veo la luna casi llena reinar tras las nubes, dando su luz precaria a la oscuridad cansada. Rumores llegan del centro, donde el ajetreo de la masa es atenuado por el vaivén del agua, siempre pausada y nunca quieta. Oí esta historia hace un rato, mientras caminaba por una playa sobre la que golpeaba una llovizna gris y constante. Las luces de los edificios se irán apagando. Todos seguimos buscando alguien con quien hablar, el rayo de luna que ilumine un instante la bruma de la soledad. Unos gritos resuenan contra los muros que llevan a la carretera donde los autobuses y los taxis y los ciclistas de reparto son destellos y ancla. La quietud tras las nubes invita al reposo. Otra luz espera, preñada de otro afán. Hay tantas auroras que aún no han despuntado. 

 

domingo, 4 de diciembre de 2022

El zaragozano. Cuatro de diciembre.

Quién sabe lo que acaba por remover el sedimento de la memoria: traído por no sé que brisa, he recordado otros inviernos en la tierra de mis padres, más seca, dura, auténtica. Tengo por más real muchos de mis recuerdos que lo que me pasa, porque lo que me pasa no es lo que yo estaba buscando. Supongo que el peligro de esta búsqueda infinita es agrietar las manos esperando que el momento en el que lo demás cobra sentido llegue al fin y nunca lo haga, o no saber reconocerlo. Lumbre, campanas, ladridos, carracas, gritos, frío, ojos, niebla. En fin, no es nada excepcional. Todos tendréis las vuestras.

Lo que he recordado antes, y trato de desanudar un poco ahora es el almanaque (que, miro ahora, viene del árabe  المناخ al-manākh, 'ciclo anual') que mis abuelos tenían a la izquierda de su aparato de televisión, en la cocina, el zaragozano. Las gentes del campo vivían y temían el día que siempre amagaba con agostar o perder la cosecha, el trabajo, todo. Tiempos duros. Veían las predicciones, desde la sabiduría de entonces que se completaba con las sumas de sus ignorancias, como la nuestra. Recordaban, especulaban, hacían sus planes, mascullaban los refranes ya sabidos y citas de grandes personajes ilustres, el legado que ellos podían atesorar. Puede que se acordaran que pasó en el mismo santo tiempo atrás, cuando estuvieron en un mercado de algún pueblo cercano. He leído en algún libro que ellos eran provincianos en el espacio como lo somos nosotros en el tiempo. Quiero creer que es cierto, para no caer en la arrogancia insensata de quien cree que el Mundo puede empezar de cero con él. Recuerdo pequeñas notas, sumas simples en sus páginas, el orgullo de la lectura y las cuatro reglas. No, no somos conscientes de lo que nos han legado. Lo que sufrieron para que el futuro fuera menos sufriente.

He visto hace unos días la portada del zaragozano, con su señor serio en portada y todo lo que ofrece a las buenas gentes. Hoy ya no es mas que agradable recuerdo para mí, de un tiempo y un lugar que fueron verduras de las eras para mí y hoy lo serán para otros. Los santos que despiertan a los muertos, los lugares de feria, los mercados y los abastos, la piedra, la lluvia y la tormenta, la sequía y la escarcha. Hay otros detalles que mueven al cariño: las estrellas, como son 'nuestras ciudades', las formas de constelaciones lejanas, que pasó el siglo pasado, tiempos de siembra, las distancias kilométricas de lugares a los que nunca pudieron soñar ir. Todo cabe en una vida, en cualquiera. Pasando la página día a día, dejándose la piel en cada surco, cada golpe de azada. Dios los bendiga...y brille para ellos la luz eterna.

El viento aúlla hoy. Ha caído granizo y una lluvia agitada, desde las calles de tiendas hasta el puerto, del faro a las luces de Navidad. Aún podemos soñar con un mundo que es nuestro. Desde la luz de un cuarto como otros miles, destilo las palabras lo mejor que sé para que su conjuro logre evocar la sensación del pan, el juego, la alegría. ¿Qué herencia si no esa se nos ha dejado?





miércoles, 30 de noviembre de 2022

Una nada que grita. 30.11.22.

Leí hace unos días algo que se ha quedado flotando en algún resquicio de la memoria. Sin dar detalles, pues no los sé, sería una Inteligencia Artificial a la que datos del pasado (diarios escritos, por ejemplo) darían una cierta personalidad y lograrían que uno pudiera mantener conversaciones con su yo del pasado. Soy consciente de que el vocablo personalidad oscurece más que alumbra en este caso.

Siempre me ha perseguido la impresión de que somos instantes, opiniones, recuerdos, anhelos  y perspectivas cambiantes unidas por un cordel que llamamos identidad que se forma de aquello que se memoriza detrás del magma de lo que forma y deforma el devenir que somos. Como esas laminas futuristas de cuerpos subiendo escaleras superpuestos. A veces, uno siente que es simplemente un vacío relleno de banalidades repetidas y recordadas junto con la forma que el destino atraviesa lo que sucede a nuestros ojos por nuestro estado particular y efímero. Impresiones marcadas como sombras en un lienzo virgen siguiendo patrones indescifrables. Quien sabe. Quizá somos materia que se une en un parpadeo por ningún motivo hasta que llega la hora de que sea cualquier otra cosa. Puede que ahora mismo esté lúcido, como si estuviera por morirme, o que haya caído en una misantropía y mañana siga igual, o ame el mundo y sus dones.

No puedo saber quien soy, tiendo a creer que nadie puede. Tiendo a creer, ahora, que soy, como tú eres, una creación de un presente inestable. Miro a mi yo de ayer, si eso significa algo, con cierta condescendencia y abandono por todos los sueños que enterró y que yo entierro con él cada día. Acaso el me responde que no me reconoce, atormentado por lo que no cambiará ya, aferrado a fantasías donde hubiera podido ser otro, desencantado, envilecido a veces. No sé que saldría de un dialogo así. Puede que nos diéramos cuenta de que no hay extraños tan radicales como aquellos que comparten lo que no puede nombrarse, algo íntimo y oscuro que se suele negar a su entendimiento, una nada que grita. Un intento de aferramiento a los sedimentos del pasado en un mundo que, ay, gira en torno a un constante olvido...

También me pregunto en que sociedad vivo si la opción de tener a alguien con quien hablar es buscarse a uno mismo en un monólogo grato, pero algo deshonesto, iluminador pero también furtivo. Nos estamos negando a la experiencia del otro por vivir en mundos irreales donde nuestra voluntad reine y el deseo nunca sea molestado. Es como la experiencia de Midas: vivir en un mundo dorado que al final nos fosilizará en una belleza inmutable, cruel.

Y aquí ya estoy terminando mi entrada, conversación conmigo con lo primero que acudió a mi cabeza. Quizá mañana niegue todo lo que hoy afirmo. No es que importe mucho. Una noche silenciosa se ha instalado en la ciudad y todo, todo aparece quieto. Una luz roja parpadea desde una grúa que duerme. La calma es el estado más deseado porque en ella se nos hace la ilusión de que hay algo que debe permanecer. La noche avanza, bajo los pestillos y sobre las aguas y en ella trae el germen de la ilusión de que una nueva promesa, radical y gozosa, pueda acabar por sorprendernos.




domingo, 27 de noviembre de 2022

Contestando al eco. 27 de Noviembre.

Hay un eco en el mundo hiperconectado, sigiloso mas incesante: el rumor de una ansiedad ubicua que exige que seas lo que no puede serse. Es la suma de las expectativas irreales, el miedo, la novedad rampando sobre cualquier acontecimiento para diluirlo en el segundo. En fin, no es nada más que el coro de todo lo que mira y juzga y habla, habla como una cacofonía insaciable de risa y olvido.

Se ve muy bien en el deporte, que se ha convertido en el espectáculo y metáfora de la actualidad. Del campeonato se viaja a la jornada, de la jornada al detalle, del detalle a cada instante, de cada instante a una avidez temerosa de tenerlo todo. 
Gana. Gana de nuevo. Gana a los más importantes. Gana siempre. Gana atacando más. Gana defendiendo mejor. Gana jugando más bonito. Gana TODO.  Gana y no seas soberbio. Pierde una vez y nada de lo que has ganado servirá. Después de todo, ¿qué es el triunfo, qué el éxito? A veces parece que traen alivio y no gozo. Y esa es la prueba de que no se ha ganado nada.

Uno entiende que a pesar de todas las comodidades actuales y el olvido de la penosa condición humana, la precariedad y la fragilidad de la vida son las que son; las que siempre han sido. La angustia resultante de la tensión entre la realidad robusta y la ductilidad de las impresiones consoladores, aquellas que se incentivan para adular mejor a masas temerosas del azar, de la vida, resulta en choques sangrantes. Es muy fácil refugiarse cuando uno sufre erupciones de la enfermedad infantil llamada por qué las cosas ya no pueden ser como antes. Y entonces, tratamos de impostar la voz para que su frecuencia supere al zumbido de la ansiedad que el mundo eleva, suma de todos los miedos de todos.

¿Solución? No la sé, cómo podría. Supongo que no es mal remedio momentáneo contestar al eco. Con presente. Con gratitud. Con alegría que se basta a sí misma, la única verdadera. Y entonces, en la competición de vivir, tratar de ser simplemente la mejor versión de lo que uno puede llegar a ser, sin rendirse a las voces que amenazan burlas, miedo, fin. Todo ya llegará. Pero por ahora, que haya armonía.

Hoy, el sol luce tímido en un cielo azul y claro. Gente persigue balones en los parques y otros caminan cerca del mar. El viento es una brisa suave que acaricia las alas y los rostros y cuando se alía con la luz, pareciera prometer el conjuro más simple y noble, aquel de una gran contemplación, una vida tranquila, la descansada ruta, el camino sinuoso que tras añoranzas y pesares desplegará, como un tapiz deslumbrante y efímero, el gran silencio que nos falta.



jueves, 24 de noviembre de 2022

Dulce et decorum est. 24 de noviembre.


Heme aquí, atrincherado y en un barro de días.
La metralla de los segundos explota.
La amplitud de campos arrasados
Se esparce voraz sobre anaqueles
Y los teclados mansos.


La jornada agrieta surcos
Y detiene el tiempo su rielar exhausto.
Quien sabe qué el futuro le depara,
Saltando al mar desde su proa exangüe…
Como el turbio sol al desertor se impone
A quien se atreve a desafiar su plan inexorable.


La lluvia cae suave, como bendición de mortero
Y las bayonetas de la ilusión están ahora melladas
Por oscuros augurios.
Una tierra de nadie desolada
Dónde solo prosperan el silencio y el humo.


Heme aquí, oyendo proyectiles
De planes y futuros turbios
Y campos de datos y comunicaciones impostadas
Que estallan tras silbidos de quietud aparente
Y desfilan por la nube en calma acostumbrada.
Quién sabe si el perfil de sombra del horizonte
Se iluminará en estallidos de rabia en segundos
Y el terror en destellos devorará la calma.


El logo de diseño oculta las trincheras
Y más ejércitos ignorantes luchan desde la aurora…
Y aquí, empapado, exhausto, herido,
Mirando al cielo con los ojos entornados hacia el alma,
Presto a aguantar en mi puesto hasta que aguante,
Perdida en la tarde la esperanza
Con el tiempo que desliza veneno entre sus flores
Sonando sus palabras,

‘Dulce et decorum est pro pecunio mori’.




lunes, 21 de noviembre de 2022

Sé lo que hicisteis el último milenio. 21/11/22.

Me descojono. El otro día Infantino, presidente de la FIFA, nos dió un sermón sobre Catar, el país en el que vive (y medra) acerca de las críticas que ha recibido su prestigiosa organización por vender una Copa del Mundo de fútbol al mejor postor para que venda su propaganda a través del entretenimiento más popular del planeta. De su trambólico discurso, que incluía que se sentía representante de todos los perseguidos de la tierra, rescato una perla. Los europeos que critican esto no tienen ni idea, después de las cosas que han hecho durante los últimos tres mil años (supongo que quiso decir treinta mil, pero se acabó moderando) les inhabilitan para cualquier crítica los próximos tres mil. Luego, dramatizo, miró a su alrededor, fuese y no hubo nada. Así que nada. Pensábamos que eran burócratas y eran guerreros de la justicia intertemporal y galáctica. Sé lo que habéis hecho. Os conozco, marditos roedores. La FIFA viene a arreglar esto, pardiez.

Una cosa hay que agradecer del titubeante discurso del probo gerifalte de la FIFA. El discurso de los traficantes de culpa en la práctica sirve de vindicación de las atrocidades presentes, las evitables. Lo hemos visto recurrentemente; es más fácil vestirse de pasadas víctimas sin inconveniencias a cambio del glamour, la portavocía de los que no pueden hablar ya y la pretensión de una ventaja presente. A las víctimas hay que repararlas, sin ninguna duda. El hecho es que la víctima es la víctima y no quien trata de apropiarse de su sentido, su voz, su historia. Para hablar en ciertos nombres, como para la provocación, hay que ser honesto. 

La historia es hermosa por lo que borra. Hay sangre, dolor, injusticias que conocer y reconocer. Lo cierto es que antes de hacerlo no estaría mal reconocer que todos somos los hijos de esa historia. El recuento elocuente, impostado. de desdichas de un mundo hermoso e inmutable que nunca existió lleva a un riesgo de mayores víctimas hoy, a cargo de un dolor robado, una iniquidad que se añade sobre otra. Cuando el presidente de un organismo billonario se siente emigrante pobre, gay, represaliado, acaso muerto, no solo no representa a las víctimas. Trata der despojarlas de su honor anónimo para fines, ay, demasiado sabidos. Y es la voz de su amo.

Y bueno, que queréis. Había pensado no ver este mundial, pero he pensado que sería el capitán Renault de Casablanca, asombrándome ahora de que en este Casino se juega, con el añadido del ridículo por querer ser serio. No he invadido, violentado, atacado o agredido a nadie. Mi piel es mi frontera y mi conciencia mi Ley. Asumo la contradicción, pero niego a nadie a atribuirme y atribuirse los agravios que no conoció y no le tocaron. No hay nadie que sepa, nadie que haya preferido no saber pero haya sabido, nadie dueño de mi propia historia. No es gran cosa...pero es la mía. No la cambio por quien vende moralina por un puñado (grande) de dólares.

La noche ya ha caído sobre un mundo lleno de cicatrices. Algunos sabrán las maldades que padecieron otros, habrá algunas, demasiadas, escondidas por siempre. El viento es un rumor agresivo que eriza las olas del mar, puñales de olvido contra un mundo que gira demasiado deprisa.




miércoles, 16 de noviembre de 2022

La Ley. 16/11/22.

Se habla mucho de la ley estos días. No merece la pena perderse en detalles. Como es acostumbrado, quienes saben callan y quienes ignoran llenan el aire de palabras. Vivimos en una época que aspira, entre otras, a la literalidad y al entretenimiento. El resultado es un poco pringoso, el de una frivolidad que pudre lo que reviste, perdiendo el tiempo en la contemplación de lo obvio, agostando otros significados, otras oportunidades, la diversidad de lo que existe, en definitiva. La ley es hoy uno de esos tópicos extenuantes.

Esto es cuanto sé de mí, pues sólo puedo hablar de mí. Estudié derecho. Lo hice, como tantas otras cosas he hecho, sin mucho convencimiento, algo de curiosidad, la inercia de seguir en los estudios que me parecía lo único para lo que valía, un poco movido por una sensación de utilidad y de falta de confianza en mí. Había otras opciones, decidí que mi vida estaría plena de tiempo y que no lo malgastaría como un pródigo que acaba ofuscado sin saber lo que posee. Sobre el derecho, sobre la ley: no soy ningún experto. De la carrera, algunas partes me gustaron, otras no. Hoy odio que esas decisiones pospuestas hasta que sólo pudieron ser súbitas, ese ir con la corriente, haya sedimentado una tristeza que nunca se ha ido de mí.

Recuerdo dos fragmentos que me hicieron pensar en las leyes como algo valioso. En la sangrienta 300 de Frank Miller, Leónidas dice a su exiguo ejército que pelean, posiblemente mueran, por la ley, para evitar que se convierta en la voluntad de un hombre, el anhelo de Jerjes y los que son como él. Obviamente simplificadora y anacrónica, me gusta una idea en ella. Cuando la ley coincide con la conciencia, es la expresión de la libertad. El otro texto es el cuento mínimo de Kafka Ante la ley. Leedlo. Es misterioso y siniestro, básicamente la fútil pugna de alguien por estar dentro de la Ley mientras fuerzas más poderosas que su voluntad lo impiden. Si la ley es letra muerta, sin el espíritu que la vivifica, es una cárcel de cualquier anhelo justo. Pienso que cualquier reflexión sobre las leyes debiera ser un diálogo incesante de la voluntad de la gente que decidirá libremente someterse a ella, consciente de ambos extremos.   

Se dice a menudo, y es cierto, que la ley está hecha para el hombre y no el hombre para la ley. No obstante, creo que esta perspectiva soslaya el aspecto fundamental. No es la ley la hecha para la gente. Estamos hechos los unos para los otros, para vivir juntos. Hay una perversión del legalismo, desde luego, pero también está la de aquellos que desean sacar ventajas de la convivencia ignorando la libertad de otros porque han decidido que su deseo vale más. La ley es también el aprendizaje más necesario en el mundo de hoy, con su suma furiosa de egos desbocados: aprender a ser iguales en lo que importa, para ser libres siendo distintos. Creo que la única libertad posible nace tras entregarse uno a algo más grande, más poderoso e inefable, más allá. Ese algo no es la ley, sino la conciencia común de la que nace tras un proceso deliberativo (idealmente). 

No se engañe quien lee esto: hay que servir a alguien. Puede ser a la libertad o a la opresión, al ángel o al diablo, con conciencia o por desidia. La cobardía del mundo y el afán de seguridad buscan sirvientes. la libertad y la esperanza, también. El dinero, el poder, el rencor contra los males que acechan, en especial el otro, el enemigo. O en cambio el afán de encuentro y de alegría. Todo puede ser plasmado en una ley, Kelsen tiene razón. Sin embargo, para vivir fuera de la ley se debe ser honesto; Antígona lo fue. Depende de cada uno aspirar a vivir en una sociedad decente u opresiva. Depende de cada uno aspirar a conformar el tipo de persona que se desea llegar a ser.

Estos días la noche cae a plomo, apresuradamente nos envuelve a las aves y las gentes, el río, los hierros, las luces y el viento, la calzada y el rumor antiguo del día. Trato de no pensar mucho en mi país, el que me hizo, el que me hace ahora y pensar que mañana será otro día de libertad y oportunidad, porque la ley de la conciencia dicta que cada momento ha de ser atesorado. A las alas de este pensamiento entrego hoy mi espíritu, abatido y cansado.




domingo, 13 de noviembre de 2022

Geografía sentimental. Trece de noviembre.

Me gusta más mi ensueño que mi realidad, como a casi todos, los que no la hemos conquistado. En los vaivenes del destino hay resquicios en los que me entretengo con el gozoso alivio de ser otro, o yo, pero distinto. La realidad que vivimos es el velo de otras. Hay una geografía sentimental, y sensitiva, que no abarca solo el trayecto ya hollado, sino que es recorrido por las pisadas de la imaginación hacia futuros inciertos.

Supongo que todos hacen lo mismo; es grato descansar de las costumbres, la herencia y el futuro predecible y entregarse a una potencial libertad arrolladora sin tener que sentir sus pequeños tributos: hay gente que uno desea conocer, como otros horizontes deseados, misteriosos y promisorios y también parásitos sin dignidad que no son capaces de irse de otras vidas a las que no están invitados. Pero bueno, eso también es la carrera del río del tiempo. Saber pasar y llevar lo que uno desee consigo mientras pueda, recuperar, perder y recordar, mirar al futuro.

Hay un pasaje del Don Quijote que me gusta mucho: Sancho ha conseguido y sufrido su ínsula y se ha hartado de las pretensiones y maldades de otros a quienes consideraba diferentes. Vuelve a su rucio conocido y lo abraza mientras llorando, dice:

Venid vos acá, compañero mío y amigo mío, y conllevador de mis trabajos y miserias; cuando yo me avenía con vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos y de sustentar vuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos.

Después, declara que va a volver a su antigua libertad, para que lo resucite de esta muerte presente. Ningún destino más alto que ser libre, sobre todo de la ambición y la soberbia, alimentos que avivan el hambre que dicen ahitar. Ese es un amable recordatorio de que las fantasías muestran una luz irreal, como los cuadros hiperrealistas. Nada malo en el relajo que que otorga el examen de otras capacidades que el rumbo tomado tronchó. Pero es malo vivir en un lugar en el que las capacidades se vuelven obsesivas y asfixiantes, y en vez de un lugar diferente y agradable, pintan palacios y triunfos vanos. Eso me digo, mientras la gente pasea en una noche que nace de un invierno desolado, demasiado pronto y demasiado larga. 

La ciudad duerme entre las luces tímidas de los hogares en los que otros suenan, pelean, sobreviven, temen y anhelan. La comedia humana nunca se detiene y sus personajes hoy se refugian del viento, se alumbran y calientan, como los erizos, esperando la aurora. 

lunes, 7 de noviembre de 2022

Vamos Rocky no me jodas. Siete de noviembre.

Ayer vi por fin Rocky. Era una de esas pelis que al parecer todo el mundo ha visto. Fue distinta de lo que me esperaba. Estuvo bien, pero me resultó muy gracioso verla, a estas alturas. El resumen destripa un poco la historia, por si acaso alguien que aterrice en esta entrada no la ha visto aún. Allá vamos.

Rocky habla torciendo la boca y generalmente a gritos, a otra gente que grita o le grita también y muchas veces confieso no saber por qué gritan. Supongo que quieren representar la dureza de la vida y la crudeza de su barrio. Hay un mafioso que va en coche todo el rato y su chófer sin más grita e insulta a Rocky porque sí, y a su novia también (ya llegaremos a eso). 

No tiene familia pero le gustan los animales, y la chica de la tienda de animales, que tiene un hermano que es amigo de Rocky y trabaja también con animales (en el matadero) y es el que más grita y grita en la película, sin mucho motivo la verdad. Una vez tira un pollo entero a la calle porque su hermana lo estaba cocinando, dando voces mientras lo hace. La virgen, que panorama.

Es un buen chico, trata de ayudar a la gente, no matar a nadie aunque el mafioso le insinúe cosas, y trata de convencer a su amigo de que le arregle una cita con su hermana. El cortejo a la chica es de puta madre. Le dice que entre a casa, que él le dice a su hermano que ella está ahí y abre la ventana y da una voz. Luego le dice que el sofá es muy bueno y le quita las gafas para darle un beso (reflejo de boxeador, supongo). Y después ya se quieren y ello le hace gritar un poco menos. Y ya no compra alcohol a menores ni le dice una niña que no vaya mucho con chicos para que no piensen que es una cualquiera. La verdad, da unos sermones del copón al principio de la peli. Sylvester puso todo escribiendo ahí.

Mientras pasa todo, el boxeo no es que esté muy presente, la verdad. El caso es que el campeón del mundo decide organizar un Operación Hostia Triunfo y elige al azar a Rocky, que no es que esté muy en forma. Su entrenador gritando le dice que promete, como digo yo que si no me lesiono la rodilla me ficha el Bayern de Múnich. Así que Rocky, The italian stallion, se pone a entrenar. En la primera carrera casi echa el hígado subiendo las escaleras, no tiene gimnasio así que da hostias a las piezas de carne del matadero. Tiene muchas discusiones con el entrenador, a voces mayormente. Una de esas discusiones, antes de comenzar a entrenar revela la emoción más auténtica de la película en mi opinión. Y bueno, después sigue corriendo a topísimo y pegando fuerte, por calles desiertas y sucias, hasta que llega el gran día.

La pelea es cojonuda también, el campeón del mundo acaba hecho un Cristo después de pelearse con un paisano que entrenó dos o tres semanas, me parece, igual fue más, no me acuerdo. Los dos están moribundos y dicen que no quieren rendirse, a la gente le da igual si se matan, ya ni se sabe lo que hacen, tambaleándose. Total, que llega el final y mientras están contándonos que ha pasado (un empate, creo), Rocky grita a su novia con la boca más torcida que nunca, y su novia está muy emocionada porque ha sobrevivido, aunque no lo parezca y se dicen que se quieren. 

Eye of the Tiger no sale. 




viernes, 4 de noviembre de 2022

La ciudad y la noche. Cuatro de noviembre.


Hay cielos estremecedores porque en ellos se adivina el vacío. Transmiten el silencio sin fin, el que no rompen los seres tras las ventanas, ni los vehículos, ni la paz rumorosa de la primavera. Amalgaman nubes sucias con humo incontenible que vomitan las chimeneas. Los edificios se alzan para ocultar el mar. Los raíles unen ninguna parte con el futuro que nos olvidará. Las paredes  lisas extienden una sombra que se desploma sobre espacios vacíos, en una quietud inevitable, fantasmal, de hastío y abandono. Y el tiempo pasa detenido incesantemente, como una gota de lluvia se desliza en las ventanas del otoño, como la sensación del alma de que la vida se halla ausente y escapar es arduo porque no aparece sitio al que ir. Una tragedia irrelevante.

Me gusta el estilo expresionista de este paisaje urbano. Creo que todo arte, como todo lo que hace un ser humano es un intento de comunicación, con mejor o peor fortuna. Este cuadro es conmovedor en su ensimismamiento, como si su atracción oscura invitara a desear escapar de allí, pero a vivir también, o acaso sentir que las ciudades, tan llenas de gente y de movimiento en realidad carecen de una vida. Su horizonte es de hielo, uno que quema y corta, para mí más candente cuánto más frío aparece. Una desolación calmada, una desesperación elegante mientras la luz mortecina detiene el tiempo y sus hipnóticas formas atrapan la parte de la visión interior que da a lo que no se sabe nombrar. Un silencio que chilla, haciéndose pedazos.

He conocido al artista, Mario Sironi, gracias a un libro estupendo, M. El hijo del siglo, acerca del nacimiento del fascismo. Lamentablemente, como gran parte de la vanguardia asociada al futurismo, Sironi cayó en una doctrina deleznable, que impulsó sus temas y sus abandonos. Otra lección de tragedia, una real que nadie puede embellecer. "No hay pintor que valga sus pinturas", dijo de él Gianni Rodari, escritor y simpatizante comunista, que lo admiraba y lo reivindicó. En palabras de Picasso, fue el artista más grande de su tiempo. Quizá exageraciones, quizá sólo palabras. El arte no debe someterse a las tablas de clasificación; todo lo que nos completa queda fuera de mediciones y párrafos revueltos llenos de hojarasca.

Nadie sabe en que abismo abyecto puede derrumbar su alma, ni el enigma del talento. Un comensal de Mussolini, que sentía la ronquera de su odio agitando su propia piel, llevaba dentro un mundo hermoso y desolado. Pero de esto ya han hablado otros y en realidad no se puede hablar demasiado: el genio se extravía como cualquier otro con los vaivenes del mundo.

La pintura sigue impresa levemente en mi mente aún, difuminada, y aún vuelvo a ella. El tranvía parece crear su camino mientras se adentra entre los edificios y el final de la avenida agoniza bajo una luz templada y siniestra, los tejados relucen porque nadie vuela encima de sus copas y en todos los lugares hay almas muertas. Mi ventana da a una tiniebla espesa, el tiempo pasa y el día parece eterno, del ocaso al alba escondido y una pintura metafísica se forma allá abajo, con el río y los paseos solitarios, con los edificios poderosos y las ruinas de las obras, las grúas y el mar. La ciudad es noche y lo será durante unas semanas. Nosotros, que ya sabíamos, buscamos una llama que de calor y luz en los rostros, una nueva forma de mirar que extraiga la belleza de los abismos, de las rutas de lo cotidiano, casi una armonía...casi una fe.


lunes, 31 de octubre de 2022

Alegría. 31 de Octubre, 2022.

Aquel que ha sorprendido en secreto la alegría
No podrá morir nunca.
Quienes avanzaron escarpados riscos y alzaron
Las manos en promesas que cancelaron el sordo agitar
De angustias que devoran por improbables tinieblas
Y tornaron la hastiada boca de pesar y vacío
Por el esfuerzo sin lamento de encontrar para otros
Ya no podrán morir.

Los que en la lluvia cedieron su pasado
Para que aquellos asustados se refugiaran
En la mentira con paz que condujo a la vida;
Quienes dieron alas a una duda grata y la arrostraron
Dignos y sin falta para que la hermandad prosperara,
Aunque supieran que al final, todo se perdería de nuevo.
Ni los que llamaron a la calma en la noche de ansiedad
Y vieron estrellas nacer en el precipicio de un amor funesto
Y cuando todo hubo acabado, el silencio miraron
Porque no hubo en su gesto miedo ni resplandor turbio:
Esos no morirán nunca.

No morirán los que dan su esperanza
Para que los hambrientos se colmen de luz en su oscuro paseo
Y ofrecen el fruto de su camino, que también se ha de agostar
Para que los dificultosos pasos de peregrino se aligeren.
Ni los que dieron al azar la flor de su corona, ni los que abrieron
En la falda de nieve un arduo sendero hacia el hogar tranquilo
Allá en la neblinosa cumbre.

Yo, que he conocido la fiereza sin fin
Y la hermosura salvaje del amanecer contra mi atormentada tierra
No me iré de su vibrante luz, ni perderé lo que atesoro.
Porque he conocido el brillo de la alegría
Seguirán sus encinas fuertes y sabias conmoviendo la aurora
Y aunque no sepa más, allí estarán mis labios
Prestos y bendecidos para sorber su delicado aroma
En una plegaria de arrojo y de febril euforia
Contemplando un ocaso incendiado...
Acaso el hoy no sea más que un rastrojo al viento
Inocente y que ha perdido conciencia de sí
Sobre la mar y no sea más que ausencia leve
Ausencia triste, como mi piel de niño.

Y tú, compañera, amigo, por mi amor os conjuro:
Viste y sirve al héroe que aún vive en tu alma.
No aceptes necios sueños ni te entregues al temblor sin fruto
Del alma de quien pasa los días refrenando su fulgor candente.
Rebélate contra la oscuridad, salta sobre el viento hacia la luz de luna
Y alcanza en un éxtasis de sacrificio la armonía,
Pues aquel que ha conocido el secreto sabor de la alegría
No morirá ya nunca.




sábado, 29 de octubre de 2022

Grandes esperanzas. 29.10.

Yo no sé qué ha de pensar quien lea estas entradas, normalmente echadas a un viento indiferente. La verdad es que surgen de ideas repentinas y tras unos minutos de reflexión y brochazos, un poco a humo de pajas. Ojalá lleven un poco de verdad, en ello confío. No hay habla sin misterio. El respeto a la humanidad pasa por el reconocimiento al misterio que yace y es cada ser humano. Acaso esto es relevante recordarlo siempre, cuando el temor inducido apoya el aislamiento y su discurso venenoso subyacente: el otro es un peligro. Nada puedo hacer contra el espíritu de este tiempo. Aspiro a ser inocente, es decir, no turbio. Es algo que he observado en la cultura hoy. El cinismo en todo, la impostación de dureza y dificultad deshonesta, superpuesta a la comodidad y el desvarío de la culpa traficada por mercachifles, pretendidos intendentes de la razón y la verdad como antes los de Dios mandaban a otros al fuego entre el contento de las multitudes.

Tiempos extraños en los que hablar de la floración de los árboles supone callar alevosías, escribió Brecht. No vivimos tiempos mucho más sensatos, me temo. Numerosas alevosías son celebradas o permitidas, en un afán contumaz por identificarlas con la verdadera vida y sepultando las flores en toneladas de basura. Siempre con buenas razones. El mejor engaño del diablo no es fingir que no existe; consiste en vestirse de ángel y apelar a la bondad infinita y militante, que no perdona nada. En nombre de la bondad se juzga, se golpea y se condena a quienes no cumplen los requisitos de la moda. Como si censores, inquisidores y verdugos de ayer no hubieran creído que la sangre de sus víctimas lavaría los pecados del mundo antes de llegar a otra utopía. Hasta la bondad es cínica: si no me cree el lector, pruebe a consumir los productos de entretenimiento actual, queja, rencor, culpa, hojarasca y farfolla que declara lo que no compromete y no arriesga lo que esconde un valor. No acaba de ser coherente: en la era de la sobreinformación, todo mérito es fácil de igualar y toda ansiedad está justificada en una pelea incesante contra un mundo fragmentado de egos débiles y agresivos.  Hoy, como en cualquier autoritarismo, la humanidad se comprime y pesa en común, como una masa de carne impulsiva, ignorante.

Hay otra bondad, la útil, la de quien se juega la piel. Esta revestida de candor. La falta de candor en el mundo hace de él un lugar más frío y silente, me parece. Es la virtud de tratar de transformar arduamente la casa que habitamos con compasión mientras los muros se caen y volver a levantarlos de nuevo y tratar de comprender. Perder la esperanza en virtud de la generosidad de su promesa, la pureza del ánimo. A mí me lleva a mis navidades pasadas, vacaciones en el pueblo, el frío en las eras, el humo de la lumbre y el hechizo del brasero, la compañía llena de sorpresas cotidianas y la alegría del corazón. Ojala el sol blanco de los inviernos de Castilla haya operado el prodigio que el sol de la infancia de Camus, para evitarme todo resentimiento. Pero es una tarea siempre incompleta, incesante.

Voy acabando mientras entra la madrugada, bajo los dinteles y sobre el cielo plagado de nubes. El silencio se ha posado en las aguas que corren al mar pesadamente, dejando una estela apenas visible, para llegar misteriosas a las luces que alumbran el extremo opuesto de la bahía. A pesar de todo, albergo, abrigo (que hermosa expresión) grandes esperanzas.  No sé qué será de nosotros, baqueteados por el mundo, en torno a dudas, insertos en un panóptico asfixiante en el que el histrión invalida la autenticidad, al vaivén de la incertidumbre, corneados por la vida, abrumados por el permanente estado de pánico, heridos, atropellados. Deseo que una bondad llene el mundo y permita la libertad de los otros, que haya un recuerdo amable, un trozo de pan y un humo de la lumbre de mi infancia alzándose entre la niebla de los días y la preocupación constante que el hoy impone para seguir mi camino, para volver a mi casa de entonces y construirla de nuevo.



martes, 25 de octubre de 2022

Invisibles flechas.

Hoy la tarde es ventosa y agita la fina cortina de lluvia en una oscuridad que sólo desafía el neón. Pasan las gentes, pasamos, encogidos los cuerpos, tapando las caras, buscando el refugio, el fuego de un hogar, un techo, un fin grato.

La diversidad e inmensidad de las causas me abruma. Se ve mejor en el mundo de la celebridad, el deporte; jugadores que pudieron tener mejor carrera, equipos sobre los que pendió el infortunio, euforias y tragedias que resuenan en el corazón de nuestra incertidumbre en su imitación de la vida.

Un pensamiento que viene a veces, traído por no sé qué brisa, es el de las veces que la casualidad me ha rozado y nunca lo sabré, cómo un segundo, un milímetro separa de un futuro que pudo ser, cielo e infierno ambos siempre posibles tras las revueltas del camino. Me gusta imaginar la oportunidad de una forma diluida y un vaivén, porque siempre vuelven, olas de un mar de posibilidades innumerables que contiene todo lo que pudimos ser y lo que acaso seremos, formando lo que somos, hicimos y formamos una luminosa estela. También como flechas invisibles, portan oportunidades e infortunios que pasan por nosotros un segundo antes o después, a milímetros de dónde estamos, cómo vibraciones en el aire que conmueven levemente sin saber por qué, causas que nunca sabremos. En ese temblor yace la levedad del ser, contrapunto a la robustez del segundo, que se desvanece imprimiendo una huella que queda para siempre.

Un pequeño cambio podría haber sedimentado una vida radicalmente diferente. Dicen que lo que es para ti no pasará de largo. Yo no lo sé. Lo que pienso es que viajamos por un rumbo azaroso en el que a veces estamos en el lugar correcto o desdichado. En algunos lugares, hay un auspicioso signo que nos ronda, que nos toca, nos roza o no nos alcanza. También hay perversos efectos peligrosos, el despiste de alguien que conduce, la ira de otro, el rumor inaudible de la desgracia. Parece una aventura diaria, puede verse así; en definitiva, es la vida. No creo que nunca sepa lo que pudo ser, más allá de los lamentos porque pienso que misteriosos reinos estaban para mí, ni sé como lo estoy haciendo, como aprovecho lo que me alcanza y de qué forma he seguido el camino a través del azar y el motivo. Quizá nuestras vidas siguen raíles invisibles, como migran los pájaros.

Sigue lloviendo y el viento azota mi ventana, en la que las gotas refractan la luz que llega del mundo afuera, el del camarote en el océano y la cumbre modesta en campos de niebla, la de la soledad de las ciudades y el silencio de las auroras, la gloria y el envilecimiento, la generación perpetua de causas y la frustración constante de efectos, de los que solo florece uno entre tantos, el mundo ancho y ajeno de la luz y la sombra. Allí penamos, sufrimos, apretamos los dientes, triunfamos. Tener fe en el rumbo. Amar la trama. Y no penar demasiado por las ocasiones que perdimos. Al final, bajo el repique de la lluvia y el silbido del viento, podemos aspirar a acabar llegando a donde nos esperan.




sábado, 22 de octubre de 2022

Excluidos de la red. 22/10/22.

Hemos visto cosas que nos helaron la sangre; mejor dicho, nos la hubieran helado si el mundo no la hubiera enturbiado tanto. Uno nunca sabe cuál es el punto exacto, menos malo, en el que la libertad y la necesidad encuentra su precario equilibrio para un momento concreto, antes de requerir una nueva reflexión a la luz de lo que acaba de acontecer después. En cualquier caso, quizá abusando de la ignorancia, creo que el miedo y la tecnología han traído y siguen acarreando novedades que se superponen y marchitan a una velocidad más rápida que la vida que nos forma, irremediablemente. Tampoco tendría mucha más importancia si no fuera porque el capitalismo moralista (orejas tiesas cada vez que los amos del cotarro intentan educarnos) llena su boca de inclusión, diversidad y aceptación: está, estamos excluyendo de hecho a los más vulnerables eliminando ciertas formas que han aprendido y añadiendo trabas con las nuevas, que no son fáciles para ellos de dominar.

Se ve en muchos aspectos y yo lo he visto relacionado sobre todo con personas mayores: para ir a pedir algo en un bar, usa el escáner en el código QR, reserva por internet y descarga tu entrada o tu bono, sabe los horarios descargando un archivo, obtén la información deseada en nuestra web. La vida fuera de la red es mejor porque es la vida. Sin embargo, a veces es necesario acudir a ella, aunque no creo que debiera ser obligado para las labores y tareas cotidianas.

A mí me parece triste y nocivo. Primero, por la compasión debida a quienes tienen menos medios; a la soledad de los viejos, añadimos mas barreras de incomprensión y dificultad, aislamiento y olvido. No creo que sea bueno cambiar los usos y costumbres sin dejar una cortesía abierta con quien no puede, o le cuesta mucho, adaptarse y ve que lo que hacía ahora es un desierto extraño. claro, es más barato. Si el papel lo soporta todo, una página de internet vale menos que nada y es el puro cambio materializado. El asunto es que debemos tener derecho a dejar de aprender para seguir en la misma fortuna. Tenemos derecho a no adaptarnos a la velocidad inhumana del reciclaje perpetuo, que vende apertura y oportunidad y ofrece precariedad e irrelevancia. 

No es que uno puede hacer mucho, pero supongo que, al menos, uno puede, si sabe, tratar de ayudar a los que pueda, cuando lo vea, y al tiempo reclamar una ayuda para los que no saben, como nosotros no sabemos de otras cosas. Es un tanto frustrante que el saber sobre lo real sea calderilla y la especulación sobre la expectativa infinita sea metal precioso.

Pero, también, me digo, eso no es la vida. La vida es lo que permanece tras las tormentas y cada generación ha conocido y conocerá las suyas. Hace seis días visité el Museo del Prado y bueno, ahí esta todo, como lo está en un libro de Ciencia, un Parque Botánico o un cartel que explica la historia de una ermita ignota o la historia de las sufragistas. Lo que el espíritu de los mejores ha legado al ser humano permanecerá y nos consuela de este mundo agrio. Lo demás, al cabo, no son sino problemas con los tramites porque hay que abaratar costes, porque hay que hacer dinero, porque tenemos miedo. Por eso hay que pedir mas consuelo en lo cotidiano y acudir al arte, la ciencia, la vida, para perder el temor y recordarnos las palabras del poderoso sabio que nos recuerda desde su muerte antigua que quien ha contemplado un día desde su alba a su ocaso, los ha visto todos.





martes, 18 de octubre de 2022

Muero por dentro.18.10.22.

Pasear entre muchedumbres es para mí una experiencia extraña, muy cercana a la angustia. No acabo de comprender si será por sentir que toda esa masa humana forma un gran conjunto compacto y bastante prescindible, si será que la individualidad se agota, con razón, ante la perspectiva de que lo que nos es más íntimo sea totalmente común y vulgar, quizá será que uno se siente completamente integrado en una conciencia común apenas divisible y al tiempo completamente solo, aislado entre muros irresistibles que no dejan pasar la voz y reflejan difuminadas siluetas en las formas que más allá son libres y precisas.

Muero por dentro cuando siento que mi tiempo se desperdicia entre estas angustias juveniles que ya no corresponden, ay, a mi edad real y a la que debería acompañar mi espíritu. Muero por dentro cuando veo el Tiempo que destrona a la belleza y las callosas manos de la experiencia ingrata carcomiendo la inocencia, si es que aún me queda. Muero por dentro cuando espero que morirse quizá sea un descanso y que ya se está haciendo demasiado tarde. Muero por dentro cuando sé que por mis faltas he abandonado la búsqueda que un día creí merecedora de pasión por un trozo de pan y la niebla en los ojos que a veces pasa para recordármelo es despejada por el engaño grande de la ambición y la comodidad. Muero, sangro por dentro, mientras escribo autocompasivas líneas que no cambiarán nada. 

También esto pasará muy pronto, tal la lluvia fina que acompaña los paseos nocturnos como hoy, bajo un cielo encapotado, melancólico, que se abrirá en un alba mañana, flor de otro día que ha de trae nuevas añoranzas, nuevos pesares, nuevos vacíos contra la tormenta interior que asola cada pensamiento, cada sentimiento que nace muerto en u campo sombrío, entre valles que ilumina el relámpago y el vendaval trae consigo las nuevas de un futuro que no está tan lejano en el que no sea sino ausencia leve, leve como los pasos que he dado en esta vida, lo mejor que supe, pero nunca bien, allá lejos, donde habite el olvido.  

jueves, 13 de octubre de 2022

Parole, parole... 10/13/22

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, aunque parece que la traducción del Verbo vendría del Logos, pues el evangelista, fuera quien fuese era próximo a las corrientes gnósticas que pretendían aunar la nueva vigorosa religión del Cristo con el mensaje venerable del santo pagano Platón. Pero bueno, es increíble: me desvío ya desde la primera frase. No venía a hablar de esto, pero en fin; lo escrito, escrito queda.

Me resulta claro y perturbador a un tiempo la tendencia de la época a luchar contra el reconocimiento de una realidad que nos envuelve juntos. Antes, los que sufrían, huían de ella, trataban de enmendarla, la condenaban, en fin, reconocían su sustancia misma para ser capaces de ser en ella y cambiarla. No sé si es por la Técnica, la Historia o el Espíritu del tiempo pero hoy me parece que existe una perversión atractiva en ampliar o minimizar a conveniencia el jardín de la experiencia y de añadir o podar las aristas necesarias, con diversos propósitos, muchos de ellos nobles. No obstante, no parece que nada bueno pueda salir de ahí. La víctima contra un poder superior indiferente no es nuestra negación del poder, sino el fruto de su indiferencia. La Ley de la gravedad es dura, pero es la ley, por decirlo de otro modo. Hay dos ámbitos que sufren esta desarmonía a mí entender. El mundo, la extensión cuasi interminable fuera de nosotros y el espíritu dentro de nuestra impaciencia por conocer y conocerse. Ambos son diversos y enigmáticos, coincidiendo en una encrucijada crucial: la palabra.

La palabra es nuestro instinto por conocer y transmitir lo que aprendemos y sabemos. De tal forma, debe contar con un acuerdo previo acerca de lo conocido y del marco en el que se lo conoce. Hoy, pareciese que eso son subproductos de una tarea más poderosa: crear un mundo, un mundo a la medida de cada uno. Aquel en el que las frustraciones, euforias, promesas y decepciones son arrimadas al gusto de nuestras sensaciones y deseos irremisibles. Siempre hemos convivido con gente que trata de usar las palabras para deformar la realidad en su interpretación imponiéndosela a otros. Hemos convivido con muestras arcaicas de lenguaje performativo, que crea lo que nombra. Pero dudo que en otro momento las palabras se hayan usado con tal profusión para ocultar, laminar, embellecer o negar lo común hasta un punto en el que es imposible un acuerdo mínimo acerca de la esencia misma de una verdad subyacente compartida y reconocida. El hechizo de las palabras puede ser usado como el más poderoso sentido de una justicia y una bondad que no tienen porque ser reales, ni buenas. La confusión de lo que existe y lo que yace debajo es siempre interesante, a condición de que la honestidad separe lo que está separado. Ay, muchos han usado su verbo para imponer la realidad a los otros y hacer sufrir lo que no existe y es deseable en la carne de los seres concretos. En nombre del ideal, reluciente y puro. Por algún motivo, hemos acordado que cuando la intención parece bella, todo está perdonado. Por eso los intelectuales suelen ser absolutamente tontos en aquello que importa. Por eso y por su débil y secular fascinación por la brutalidad, la pasión mas cobarde.

Y así vamos, en manos de los que tratan de moldear de forma grotesca lo que vemos, sentimos y pensamos en un torrente de palabras despegadas del sentido y superpuestas a la realidad para taparla con sangre, con temor o con odio. Pero no tiene porque ser así. Aunque se tienda a la simplificación, casi todas las desgracias de la gente provienen de no hablar claro. Y el resto, de mentir y mentirse. La luz de las tardes de otoño es intensa y lúcida. Bajo su bendición, el mar se aquieta y el rumor es un dulce susurro sereno y pausado, como los giros de las aves mientras las nubes se hacen girones. Sí, las palabras pueden destruir y crear. Pero a menudo lo único que perdura es el silencio. Y eso marca toda la diferencia.




domingo, 9 de octubre de 2022

Lo más mejor. Nueve de Octubre.

Hace tiempo, me interesaron los premios. Hay una bruma en muchos aspectos acerca de quien era yo en ese tiempo para quien soy ahora. Supongo que buscaba una orientación en tantas cosas que empezaban a abrirse a mí que las clasificaciones y las competiciones daban un cierto sentido a ese brujulear, qué escoger, qué desechar. Como con todo, luego cada uno elige sus propios recodos para formar su camino y el de nadie más. Pero todo lo que nos ha acompañando sigue ahí, aunque lejos, al mirar atrás.  

El caso es que quería hacer caso a los premiados y a los que premiaban, deseaba que lo que me gustaba más fuera lo mejor considerado, en fin, deseaba que mi gusto coincidiera con quienes se supone poseen los gustos más sofisticados. Los Oscars, los Nobel, los Cervantes, incluso el Balón de Oro. Entiendo que el drama es el producto más cotizado para vender cualquier producto, y yo consumía con un punto de excitación los debates, como si fuera parte en ellos o, ay, como si fuera uno de los que estaban en la liza. Hay un memorable verso de Pessoa 'y cuando había gente, era igual a la otra'. Imagino que también hay en la asfixiante tendencia a tener una opinión, a tener más razón, a ser mejor el miedo mas simple y primario: ser tan parecidos que sintamos ser nadie, como Odiseo en la gruta. Y contra ello, destacar por lo que hemos vivido, aguantado, agotado, penado y disfrutado. La mejor hamburguesa de Nueva York, la mejor vista de los fiordos, la aventura, el detalle que finge quedarse con nosotros precisamente porque no es cierto. Solo lo real nos acompaña, y es apenas visible. Lo otro, verduras de las eras que son atractivas al prometernos hacer sentirnos por un instante otros.

Quizá de esta rebelión contra la usura del tiempo, las bofetadas indiferentes de la fortuna y el reparto inicuo de caracteres y talentos, la inclemente persistencia de los errores irreparables y la conciencia de la fragilidad, los dones fortuitos y la malandanza de la providencia caprichosa que no logran la plenitud, el baile sobre los pedazos rotos del espejo interior y las cicatrices agridulces de la experiencia no quede más que una conciencia herida y alerta por la fragilidad de las cosas que desea gritar pero solo alcanza a susurrar que quiere ser, distinta y reconocida, celebrada y concreta. La ansiedad de diluirse es terrible y la tentación de resaltar la identidad es difícil de combatir. Extender la identidad de lo que somos a lo que defendemos, opinamos y jaleamos como lo mejor, como lo superior, como lo único.

Puede haber otro camino, empero. Hay un personaje misterioso en El señor de los anillos. Tom Bombadil. Mientras los seres pasan y el poder los alienta y destruye, Tom pasea por sus dominios, que son todos, jovial y despreocupado, poderoso e inocente. El anillo no tiene efecto en él, la guerra no le concierne. Desea ser grande siendo entero, siendo él en cada segundo y en cada cosa que hace, debatiendo la dilución del ser con la alegría que une los fragmentos quebrados. Nunca es fácil, pero así es. Y la compasión y la amabilidad. Ayer vi una película original y profunda, Everything Everywhere all at once (Todo a la vez en todas partes). Hay un fragmento en el que se muestra el coraje del que parece débil, el cortés, que guerrea tratando de que su batallón sean todos y nadie quede atrás. Creo que no hace falta ser el mejor, tener el mejor gusto o ganar o acertar premios. Lo que importa es ser uno, ser la mejor versión que uno puede ser y esperar, y ayudar, a que los otros también lo sean. Por ejemplo, la película citada me pareció fantástica, ¿qué cambiaría si otros me gustaron más o ganaron más premios? ¿Por qué dejarse la piel en esas futilidades para validar lo que no puede ser validado fuera de mí?

Ha llovido bastante durante el día y las gotas repicaban contra los cristales con fuerza. Daban una intensa sensación de calma y bienestar. La luz clarea algo mas, pero el ocaso del otoño cada vez es más temprano. Las aves surcan el cielo de nubes más lentamente y las gentes van arriba y abajo del paseo a lo largo del río algo encogidas por las ráfagas de viento y el frescor de Octubre. Cuando caiga la noche, ojos escrutarán la oscuridad y las luces que súbitamente aparecen en los edificios mojados. Una página más en la novela de todas las vidas. Y entonces, todo comenzará de nuevo.




 

miércoles, 5 de octubre de 2022

Los desenamoramientos. Cinco de Octubre, 2022.

Hemos hablado y oído mucho de los enamoramientos, lo que nos enlaza, pero quizá lo inverso sea aún más común. Que misteriosos son los meandros de las emociones, cuan cargados de lo que no se dijo pero fue oído en el silencio espeso por otros sentidos, agudizados por el dolor o el rencor, cuanto de lo que fue dicho sepultado en el silencio que la distancia entre los cuerpos puede incluso borrar. Qué imperceptibles y profundos son los temblores que acaban rompiendo lazos cuando comienzan, agudos, solitarios. Que temblor irascible cuando llegan al fin, como heraldos negros de una pasión avergonzada. Que distancia inmensa entre lo que estaba entrelazado y hoy son pedazos de vida rota, despojos en los salones de casas que amenazan ruina.

Nos enamoramos y nos desenamoramos constantemente, llevados por corrientes invisibles, encontrando y perdiendo, tal como le parece aquel que navega las aguas de una corriente embravecida. La infatuación puede prender por personas, lugares, momentos o la conjunción de una atmósfera especial y perdida para siempre. En cada vida. los vaivenes de lo que nos arrebata y pierde, nos deja y dejamos, deja el rastro de quienes somos, como pisadas leves en la nieve hacia una cumbre donde las ruinas de un antiguo castillo ofrecen abrigo contra el viento. 

No daré (por esta vez) opiniones sobre lo que desconozco. Muchas jugadoras de la selección española de fútbol femenino rechazan a su seleccionador. El campeón del mundo de ajedrez acusa a un rival de progresión meteórica de haber conseguido sus triunfos haciendo trampas, sin ninguna prueba para ello, al menos aún. Lo único que puedo decir es que si todos llegaran a querer explicar sus motivos a nosotros, que no compartimos los lazos rotos, nos parecerían seguramente razones pedestres, modestas, alejadas de los repiques de la traición o el estallido. Puede que fueran pequeñas razones que van acumulando una mecha, percepciones, impresiones, ideas que se van revelando después de dejar su muesca hasta que llega el punto en el que no hay nada que arreglar. Divago, lo sé, ya os dije, no sé lo que ha pasado. Me pregunto si el ajedrez me decepcionará ahora que ningún humano sabe jugarlo contra casi cualquier máquina, si ha perdido su brillo ahora que la fuerza bruta del cálculo desnudó el arte. En mi caso, no lo creo. Un requisito del enamoramiento es la admiración por un misterio y mis dones para el juego son demasiado escasos para creer que llegaré a cansarme de él. Pero quién sabe.

Llueve con desesperación contra el fin de la tarde. El cielo gris encapotado trae un viento que silba contra los cristales y las junturas de las ventanas, los portales y el silencio rudo de los solares, quietas las máquinas que los labran día a día para edificar y levantar vigas y cristales. Quizá la lluvia sea, como la música, una misteriosa forma del tiempo; cuando cae así, parece que el mundo y su marcha tienen otra cara. Es fácil enamorarse de las cosas del mundo, pero a veces enamorarse del mundo mismo parece lo más difícil. Es arduo admirar, apreciar, desear cuando vivimos inducidos por el desencanto por el mundo, inmersos en la resaca de su explosión hace décadas, viviendo aún como si la vida fuese un sueño espeso, aunque debiéramos saber que todo, y entre todo especialmente el sueño, es vida. 

Sigue lloviendo. Seguimos navegando en el tiempo y en la marcha de la vida, ganando y perdiendo, enamorando y enfriando el corazón, tantas veces sin saber por qué. No puedo saber cual es el propósito del corazón cuando se entristece en lugar de disfrutar de lo vivido. El único remedio a los desenamoramientos acaso sea la belleza, que despierta la parte de nosotros que aún desconocemos. La belleza y el humor, otra forma de ella que la hace cercana y amable. La belleza de una tarde de lluvia que eriza el lomo de la mar para buscar, entre la bruma gris y desconchada, una brizna de luz que nos traiga un misterio que sea una promesa. 




sábado, 1 de octubre de 2022

Las estrellas. Primero de Octubre.





Busco lo cercano en lo lejano.
Voluntad de cambio en lo que nunca se conmueve,
El espejo del día en la gélida noche,
El arduo aliento de la hora en las estrellas.

Ellas me consuelan de este pasar distante
La órbita desencadenada entre lo que ocurre y siento,
Su indiferente maravilla que atesora la luz
Que luego deja huérfanas las formas que despierta.

Busco acaso respuestas en el cielo.
Más que un zahorí, un modesto eremita
Que desea ponerse en paz con Dios y ansía la Gracia,
Aprender que cada instante es profundo y entraña
Constelaciones de significados y un secreto mapa,
Semilla de todo lo que será, tumba de lo que pudo ser...

Y libre al fin de sí, esperar un ocaso para desvanecerse.


Las estrellas persisten su embrujo intacto y poderoso.
Nunca nos miran y no saben que existen,
Objetos celestes sin más espíritu que el humano deseo
De pervivir, de ser latente raíz bajo la nieve
Y despertar cuando la primavera fecunda los floridos campos.


La vida es frenesí en pos de otras quimeras;
No queda voluntad de escudriñar las sombras
Y mirar hacia el cielo es un vicio insolente
Una tarea perdida que no acarrea réditos
Ni espera ser compartida o ansiada.


Miro ese mar inmenso sobre nuestros ojos,
Y sé que nunca veré lo que ha ocurrido
Allá en los amplios espacios donde el silencio reina
Sin saber de cuitas, desamparo o euforia.
Sólo ser sin saber que están siendo:
Libres de deseo, quizá merezcan alma.


El alma nos vestirá a nosotros cuando sepamos ver
En nuestra oscuridad en la que no clarea
El olvido, el temor, la dicha o el remordimiento;
Allá unirá su brillo al de los que habitan afuera,
Desde los aprendices de Ur, los babilonios, los caldeos,
Los que reposan después de largas jornadas olvidadas,
Todos los otros que contemplaron sin ser mirados nunca.
Ojos que fueron huesos, huesos que fueron polvo, polvo que siempre es nada.
Tan invisibles y perdidos sin saber que lo estamos,

Sedientos de miradas, de luz y de consuelo,
Hijos de las estrellas,
Hogueras perpetuas de fulgor y silencios,
Refulgentes esferas de desdén atávico,
Oh, madres frustradas de un perpetuo vacío.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Cacofonías y desengaños. 28/09/2022.

Puede que una de las características más visibles y menos observadas de nuestro día a día es que apenas nadie escucha. Cuando uno escucha, se nos dice, presta atención plena, no trata de buscar la forma de irrumpir en el habla del otro, no se pone una coraza, no busca la ocasión de vestir con ellas nuestras ideas. Y bueno, mirad alrededor o encended la tele: interrupciones constantes, repetición sistemática de los mismos argumentos, rumiados y comprimidos, el cliché omnipresente, que es el blasón de los fanáticos, de los que no pueden aprender que hay en el mundo y en el cielo innumerables cosas con las que no pueden soñar sus filosofías. Esa pésima educación social de los que aparecen cada día en el mundo revelado, el que no es real. nos aleja de la verdad, de la que contrasta la que está en nosotros y forma una visión del mundo equilibrada, dentro de lo que se puede.

Hemos construido instituciones y en general un modo de vida basado en la deliberación común de los asuntos humanos. Hoy, más conectados y presentes, parecemos aislados en un mundo en el que los demás, la gente, son lo que siempre han sido: un decorado misterioso e irreal como una mañana de niebla espesa. ¿Quién sabe que pude salir de ello? Nada bueno, nada bueno. Nadie escucha y vamos sonámbulos confundidos por una realidad de la que elegimos y desechamos lo que conviene, inseguros y asombrados como dentro de un sueño.  

He leído hoy acerca de la despedida de Roger Federer, venía a decir que agradecía los últimos partidos que pudo jugar, porque sentía que eran de prestado. Nunca dados por hecho, garantizados, cercanos. Y que queréis que os diga. Puede que una de las mayores lecciones del deporte es que el futuro no existe, lo que hoy consigues o no, es para siempre, y el éxito es darlo todo y ser absolutamente presente y una vez logrado, ese es el éxito, aquí y ahora. El mañana nunca sabe. Todos vivimos un tiempo prestado. Si lo entendiéramos, acaso nuestras vidas fueran mejores y cada segundo fuese lo que debería ser: una inmensa oportunidad.

Engaño es grande contemplar de suerte
toda la muerte como no venida,
pues lo que ya pasó de nuestra vida,
no fue pequeña parte de la muerte.

No sé por que he relacionado temas. Debe ser el otoño. Es hora de que el corazón se aquiete un poco y se repliegue mientras mantos negros extienden la noche cada vez más temprana. El rumor de la noche es un significado oculto, una posible respuesta a una pregunta que ya nadie se hace. Las hojas amarillean y caen suaves en el asfalto rudo. La brisa trae el frío de la infancia y la luz se modula para darnos atardeceres pálidos. El rumor de la mar es un silbido lejano y apenas audible. Parece por un instante que todo está bien hecho.  De todas las cosas que escuchar, puede que la más bella sea el silencio.  

jueves, 22 de septiembre de 2022

El paraíso perdido. 22 de septiembre de 2022.

Cada cual tendrá los suyos, imágenes e impresiones pasadas cuyos ecos aún tiemblan en el alma hoy. El mío, tal y como lo recuerdo, fue mi habitación las noches de juventud, arropado por el amor familiar, atraído por las luces lejanas contra un lienzo azulado y cálido y sereno en mi cama leyendo hasta tarde, abriendo nuevos límites en mundos a los que la creatividad de otros me invitaba. Esos fueron los días más felices. Puede que nunca aprendiese a crearlos mejores, acaso la memoria practica extraños conjuros para confundirnos contra presentes siempre incomprendidos, quién lo sabe. Aún hay tiempo esta noche.

Llegaba a mi habitación, cogía un libro, casi todos de ediciones baratas y era no solo el placer de la lectura, sino la fascinación de asomarse a un umbral luminoso y desconocido. Las horas pasaban y con ellas el espíritu se adentraba en el silencio y en mares, abadías, trigales, galaxias o cuartos solitarios como el mío. El reino de la imaginación es fértil y próspero, quizá sea lo que nos salve.

Uno aprende y deja de aprender otras cosas, claro. Siempre he tenido la sensación de ser un tanto incapaz en los asuntos cotidianos; vivo mejor en realidades paralelas, claro que...quien no, en ellas uno es siempre el más listo, el mas fuerte, el más guapo, el invencible. Tampoco es que importe. Uno carga con sus capacidades y torpezas como mejor puede por esta vida y después encuentra y desencuentra las otras y sigue adelante, no hay otro lugar hacia donde tirar.

Me quedan de esos días la importancia de la comunidad y una solidaridad primaria entre sus miembros, lo que otros llamaron la Fraternidad. En mi caso, la intuición moral viene muy ligado al recuerdo de las bibliotecas públicas y la felicidad que me llegaron. También he llegado a aprender cuan importante es el casi. Vivimos en maximalismos que requieren de excepciones. La probidad moral trata de requerir posturas imposibles de virtud práctica, y práctica es la clave; nada vale quien nada arriesga, y esto es especialmente certero para las afirmaciones, declaraciones a la nada en los que uno viste sus mejores prendas para ser un personaje de ficción más. Sin jugarte algo por lo que haces, nada eres, nada vales. Ser capaz de asumir las excepciones a los principios que uno defiende me parece un síntoma de lucidez. Ser capaz de distinguir entre las diferencias de grado y las de principio es simplemente necesario: asumir una realidad común a los que discuten y discurren, que pueden partir de ese principio para evitar que el desacuerdo total solo pueda ser resuelto por la pura violencia. 

Ya no es la noche de antaño, misteriosa y plena de promesas. Sin embargo, aún brillan, siempre lo harán, estrellas sobre el horizonte. Las nubes velan la luz de la luna y solo algunos cuartos desperdigados relumbran en la noche. Un rumor frío se aventa en el río, que refleja neones de edificios cerrados. Uno no puede saber que será mañana, pero puede intentar recordar ayer para hacerlo más puro. El silencio serena y se lleva los afanes de hoy. Pronto la luz llegará de nuevo y con ella, una nueva esperanza.




lunes, 19 de septiembre de 2022

La fortaleza.19/09/2022.

 Esta entrada no es una crítica a Los anillos de poder, porque ahí no pasa nada. Qué va a decir uno. Solo trata de algo que ocurre, como en todas las series. Los protagonistas, sean simpáticos o malencarados, altos o bajos, rubios o morenos, guapos o feos, reparten hostias como panes (y pueden aguantar sin respirar bajo el agua 13 minutos, pero ese es otro tema). Sin ánimo de destripar la historia, en un momento, la elfa Galadriel da una somanta hostias a unos carceleros o soldados o lo que sean. Vale, malegro.

Y es que es la hostia: cualquier signo de vigor, coraje o resistencia de espíritu debe estar acompañado de una fortaleza física irresistible. Esto me parece un empobrecimiento. La fuerza física desenmascara el coraje moral y la valentía como inútil. Es a menudo la estupidez destructora que destruye lo que dice negar, pues la omnipotencia esta a un golpe, un accidente o un virus de distancia de la nada. La veo en todos lados, proclamada por ignorantes orgullosos de olvidar su fragilidad amenazando las otras, arrogantes que presumen de vivir en lugares oscuros con todos los gastos pagados sin mayores problemas que los que provocan ellos. Contribuyendo decisivamente al dominio de los brutos y los estúpidos. A las grandes hazañas, con muertos de Goya, a las picadoras de carne que son las guerras, a la hostilidad y el temblor de la vida en tantos lugares del mundo, esclavos de la estolidez de los semejantes.

Galadriel era en la versión canónica sabia, poderosa en su templanza, decidida, valiente, temible. No es necesario adornar todos los dones de los héroes modernos en su capacidad de pegar palizas a un grupo, creo, es simplista y burdo; reduce los dones que un espíritu puede lograr con tiempo y adversidades a lo que su carne es capaz de resistir e infligir, dones estimables, sin duda, pero apenas nada sin esos dones logrados anteriormente.

Es cierto, la violencia, la crueldad pueden irrumpir en tu vida y su golpeo parece una mancha adicional de humillación a su quebranto. Tal es el ansia de dominio de esta época, donde el Yo desea sojuzgarlo todo. 

El entusiasmo por la brutalidad es la menos audaz de las pasiones, la más encadenada al pánico para conjurarlo a nuestro favor en una plegaria absurda a favor de los crueles para que su crueldad sea con otros. La resistencia, el No a esa crueldad, a la necedad de vincular la valentía con la capacidad de pelear contra ocho y reventarlos es una lección que los medios no mostrarán. Les gusta que los duros se impongan en series de fantasía que todos los que fantasean con su propia rudeza en un mundo que los escupiría en una fracción de segundo.

En fin. Los días son más cortos, el crepúsculo agita sombra, las luces despiertan aquí y allá. Deseo un mundo en el que la mediocre justificación de la eficacia, la victoria o la bestialidad no ganen tantos adeptos a través de ficciones sin sentido y realidades presentadas como ficciones, tan irreales y tontas son concebidas. Pero no pasará.

jueves, 15 de septiembre de 2022

La mueca. Quince de septiembre.

Puede que sea la edad. Desde hace tiempo me parece que hay mas brusquedad, ronquera y furia en la vida pública, una vida pública que permea e infiltra la privada, la vida real que se construye con sutiles lazos de simpatía, comprensión, compasión, hábito y alegría. Pareciera que hoy cada uno de ese mínimos afectos y cercanías deben sufrir el escrutinio teológico que provee la dirección de la Causa, que agosta la vida como el verano arduo de Castilla los rastrojos. 

La cordialidad desaparece entre los exámenes detallados del significado de cada conversación, gesto, tono de un silencio. La vida breve y delicada de lo que llamábamos normal perece entre sobreactuaciones de absolutismo moral y declaraciones huecas, afirmaciones que no sirven de nada porque a nada comprometen. Y tras bambalinas hay una maquinaria ingente que recauda el fruto de los que desprecia para seguir manteniendo y azuzando el resentimiento, dibujando líneas éticas para aislar al otro, banalizando el Mal absoluto para hacerse un selfie, en fin, agitando los rostros para que la jovialidad de una risa inocente se convierta en una mueca siniestra, de temor o de odio.

La ingenuidad era la condición de los nacidos libres, originariamente. No me parece que esté mal recordar esta curiosidad, porque la alegría de vivir es la inocencia, que convoca al asombro de cada día para hacerlos distintos y amueblar la tierra breve de nuestros encuentros con recuerdos que dejan aún un sabor de boca grato y aún llaman a la esperanza. Inocencia, asombro, alegría, coraje de vivir...y no morir. Debemos recuperar la jovialidad entre los que no deseamos odiarnos por nimiedades ni separarnos por conceptos vacuos, tanto más exitosos cuanto más pobres, agitados por pobres de espíritu aspirantes a rectores de la vida que les es ajena.

Las nubes negras se ciernen en el ocaso de un horizonte de plantas de pisos, construcciones, un río silente y una grúa lejana que parpadea un guiño rojo contra la bruma. La ansiedad y el temor a mañana también hacen mella en el paisaje. Algún día la jovialidad, como una Diosa irresistible volverá a ocupar los huecos que hoy vacía el encono y una estrella brillará lejana y hermosa para resguardar su obra, porque aunque hoy haya solo sombra, hemos visto y hemos creído. Una luz solitaria ilumina un andamio, en él se ha posado una paloma. Acaso sea otro ser cansado, indeciso, hastiado que busca en su luz una respuesta clara y quizá, como nosotros, busca el anhelo que aún no tiene nombre en su interior y que le empujará pronto, muy pronto, contra la tempestad para alcanzar el día venturoso y soleado.


domingo, 11 de septiembre de 2022

Una pequeña ermita. 11 de septiembre.

 Hace unos días descubrí en mi ciudad una pequeña iglesia por dentro. Desde hace unos años no se dedica al culto y pervive como bien cultural de un pasado cada vez más remoto: hemos decidido basar nuestra historia personal en un olvido genérico, como nuestros ancestros lo hicieron en el recuerdo popular que funde hechos, leyenda y deseos. 

Está dedicado a Tomás Becket (Tomás de Canterbury o Tomás Canturiense, como el nombre de esta ermita, también). Curiosa vida la suya, como la de casi cualquiera que se adentra en los meandros de poder: fue alzado al arzobispado de Inglaterra por el Rey que luego pugnó con él por el poder sobre almas y cuerpos de los que no tienen nombre más allá de su muerte. La cruz contra la espada. Unos comentarios ambiguos de este rey, Enrique II (por cierto, casado con Leonor de Aquitania) desembocaron en la trama en la que se urdió su muerte, a menos de cuatro nobles que ansiaban ameritar más altos honores. No se sabe con certeza si fue conjura o exceso, ¿acaso importa? Lo que resultó relevante fue que el pueblo inglés adoptó un mártir y la cristiandad aclamó a una figura que consideraba heroica y desdichada.

Así corre la Historia, a empujones de verdad y mito, supongo. Lo que me resulta asombroso fue que en lo que sería un cerro entonces en un campo de jaras y encinas, con una vista breve de un recodo del Tormes, dos hermanos decidiesen honrar su memoria allende su tierra solo cinco años después de su asesinato. Una pequeña ermita en un lugar alejado que aún ha llegado a nosotros. No fueron los únicos, a lo largo de Europa muchas otras capillas se erigieron en su nombre. Conjeturo que su historia, como la del Cristo, más allá de circunstancia y creencias particulares apela a un temor profundo y acuciante para cada humano, el de ser víctimas inocentes de un poder desalmado. Y a pesar de esas razones que compartimos, uno no se imagina el sacrificio por otros, por su memoria en el hoy. La moral narcisista que hemos adoptado parece más confortable dejando gestos e impulsos breves que lo duradero. Supongo que es algo que retomaremos, cuando esta pendiente de nihilismo vital llegue a su fin. Acaso encontremos un equilibrio, siempre precario, entre la convicción y la tolerancia. No lo sé. El silencio de la nave modesta y un ábside sin decoración más allá de cuatro cabezas en la base de las pilastras que parecen nombrar las cuatro naciones que el mundo conocía entonces (Europa, África, Lejano Oriente, Arabia) y una figura del Santo no dan ninguna respuesta. Pero la calma que exhala, el aire suave que transporta un silencio auténtico, aquel en el que el alma puede respirar, ofrece un buen lenitivo para mí. me hace pensar en homenaje, humildad y reconocimiento, amor y dolor, pena y belleza.

¿Por qué aquellas gentes decidían tratar de legar a los otros los mejores frutos de su esfuerzo y su compasión? ¿Por qué no seguir, en la medida de la modestia de nuestras fuerzas ese ejemplo? No se trata tanto de la fé como de un reconocimiento instintivo de que nuestras vidas están orientadas a algo más allá de ellas, algo que las alumbra y conforta con una luz especial. 

Llueve y un cielo plomizo descansa sobre la cúpula del cielo mientras las gaviotas graznan aquí y allá y el humo del puerto se funde todo ello. Llegará el sol, pero también hay que pasar días de incertidumbre y esfuerzo antes de llegar a un remanso, al territorio que es nuestro, donde brilla la luz y sonríe el agua, aquel lugar que no nos será negado, pues allí nos esperan.




martes, 6 de septiembre de 2022

Los balnearios en invierno. Seis de septiembre.

Hemos imaginado la imagen muchas veces. Encima de baldosas donde agonizan hojas grisáceas que el viento agita, quedan mesas y sillas de hierro. El óxido, paciente, ha seguido mordiendo sus piernas. Gimen con un silbido agudo cuando el vendaval azota el patio. Las nubes grises coronan su salón del reino de los sueños rotos, enfrente de paredes descascarilladas con ventanas sucias. El tiempo transcurre lento, latiendo gélido en las fuentes de mármol que el hollín mancilla, los faroles huérfanos, los huecos que acogieron parasoles, los carteles desvencijados contra muretes que circundan el patio desolados. Castaños tristes balancean sus ramas frescas. Todo es silencio.

La idolatría es el paso previo de la herejía: hubo verano aquí también un día y se vivió con entusiasmo frenético. La música fluía, las miradas furtivas aleteaban, los pasos golpeaban pasillos iluminados y jóvenes, la vida trataba de subsistir en su mortecino pasea de humores, vapores y tratamientos, en una versión ralentizada de sí misma, con la carne y el alma fundiéndose en un verano placido, cansado y con el ansia tras los ojos enfebrecidos. Las fuentes de la vida prodigaban esperanza y la brisa acariciaba rostros que desearon creer. Pasaron los años. Guerras, desapariciones, despedidas, erosión. La enfermedad y la muerte, puertas geniales al salón penumbroso que llamamos vivir, se enterraron bajo las alfombras vivaces, que después también un carruaje llevó a los palacios cercanos en las montañas del Este. Languidecieron quienes vieron languidecer a otros. Las palabras se enterraron bajo la nieve de febrero. Los hechos se desvanecieron, la decadencia arrastró su manto de elixir atrayente y venenoso. 

Hemos perdido los nombres de los objetos, los animales que viven con nosotros, las plantas que nos dan luz y color. Como de lo que sucede cada día, estamos más informados de lo exótico, cualquier polémica global que lo que transcurre lo que ha sucedido en el portal de al lado. La ciudad se encoge mientras los días se agostan en una luz íntima. Yo, llegado de la luz, me siento en una silla derrotada, navegando desde el centro del patio en una espiral invisible hacia su mismo centro, en el que aguarda el olvido. La mesa frente a mí ha conocido fantasmas que yo no podré ver. El tiempo vira hacia el invierno y lleva el patio del viejo balneario, como un barco fantasma desventrando la bruma espesa. El viento cala los huesos, una lluvia fina tamborilea los charcos y las mesas. Las nubes se cierran contra la oscuridad. Es hora de irse y los fantasmas se quedarán otra noche, bailando sigilosas hasta que nos unamos a ellos y el frío nos envuelva con dulzura. Todo es silencio.