Fuimos al jardín botánico. Los días se hacen más largos y cálidos, las restricciones ceden. Es agradable sentir en uno y en los otros las ganas de encontrar en el paso cotidiano las ganas de apurarlo con la alegría y la conciencia del cambio, la vista en lo que permanece aún para asombrarnos, los sentidos alerta para lo que nos llena el momento. El tacto de las cortezas que han crecido desde las raíces poderosas de una tierra de enigma, el aroma de los magnolios y la explosión de los cerezos bajo la fragancia sutil del almendro y un débil olor a aceite flotando en el aire.
Creo que lo que más llama la atención es la luz, su variedad e invitación amable a un mundo nuevo. Vimos el 'flore pleno', un árbol desnudo en casi todas sus ramas, pero que en dos de ellas se había cubierto de una exuberante manga de flores níveas contra el cielo pausado del comienzo de la tarde. Oímos los murmullos de los niños contemplando los saltitos de las ardillas, el rumor del agua que corre por todo lo que existe y las charlas de los picnics. Nos fijamos en los insectos laboriosos, acarreando de flor en flor los mensajes del mundo que se marcaron en sus cuerpos frágiles y animosos. Encontramos esa delicada puerta en la que al entrar, uno ajusta sus ritmos al ritmo del mundo que lo acoge, donde no hay más salidas que volver por donde has venido.
La existencia es un juego arriesgado y gozoso, muchas veces. Viendo la variedad de lo que existe y sus estrategias para perdurar, uno también puede sentir el vertiginoso remolino de lo que se ha olvidado. No del que seremos: del que fuimos. Antes de llegar aquí para aspirar una breve bocanada de color y volver después a la oscuridad no más, fuimos nada mientras las flores competían por más vibrante luz, las raíces arañaban la tierra húmeda, los troncos aprendían robustez y un suelo modesto y tenaz recogía los restos de todo lo que se desmoronaba para renovar el juego una vez tras otra.
Venimos de un cauce que se pierde en la niebla del tiempo y no podremos ser conscientes de todo lo que ha prosperado y lo que se ha perdido. La vida se aparece como una fuerza irresistible, un impulso desde muchos diferentes centros que se agotan mientras renuevan otros que hacen nacer con su decaimiento inexorable. La conciencia de lo que somos quizá sea una ilusión que surge de una colección de experiencias difusas. Solo ella, la Vida, permanece, audaz, indiferente, armoniosa, cruel a nuestros deseos personales que no significan nada. La luz de la tarde se viste de un tono más pálido y las manifestaciones bulliciosas de la existencia, lo que podemos ver, lo que no, gritan su voz eterna. Alguien escribe un su blog personal algunas reflexiones como un intento fútil de captar lo que se escurre de sus manos. Y los otros, que han vivido otros días y que pueden leer esto, laten con el mismo corazón de fuego que el impulso del devenir ofrece, pues el tiempo que aprehende el pasar desde el alba hasta el crepúsculo y luego se entrega al significado de la noche, forma parte de algo más grande que ellos mismos y que permanecerá mucho después de que se hayan ido. Por el momento, parte del mundo florece y las espinas, que las hay, no sangran hoy y el silencio se encoge contra la calma rumorosa de lo que queda del día.
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