Te has ido de repente, como cae la nieve sobre los cerros y me has dejado jugando con flores marchitas. No podemos creerlo y no sabemos cómo se hace uno a la idea. Ahora te escribimos, hablamos contigo en sueños, buscamos tu rastro más allá de la niebla pero no sabemos bien; es oscura la casa donde ahora vives.
Recuerdo y trato de abrazar cada instante del último día que te vi, sin saber que nos despedíamos. Era invierno y estábamos al fresco con los abrigos puestos, en una noche en la que la luz del bar apenas se defendía de la bruma de una calle por las que pasaban pocas pisadas presurosas. Probamos cervezas, hablamos de trabajo, parejas, vida, ilusiones de viajes, tu fiesta en el aniversario de acabar la carrera (te pusiste mas fina que Pitita, maja...), las familias, el Universo y todo lo demás. Los amigos comunes, la nostalgia y la sorpresa de estar mas o menos en la mitad estimada de nuestras vidas.
Ya no podíamos vernos tanto como antes. Recuerdo un tiempo en que tratábamos de quedar con otros amigos el primero de enero, un ritual que ahora me resulta lejano y añoro. Aún tanteábamos las posibilidades de la vida, con más ilusión e inocencia. Lo que pasase no importaba demasiado. En fin, supongo que aún estábamos en el tiempo en el que uno siente fe en la capacidad de elegir su propio rumbo.
Solíamos ir, aún antes de eso, a diferentes lugares juntos. Teníamos distintos grupos de amigos, a veces nos alejábamos y a veces estábamos más cerca, pero encontramos momentos para estar, hablar, conocernos. Desde entonces hasta que muera, nunca olvidaré el sonido de tu risa, lo atesoraré, espero, contra los días fríos que han de venir. Recuerdo poco de lo concreto y mucho de un pasado difuminado en el que íbamos a lugares, quedábamos y siempre llegábamos tarde, repetíamos cien veces las mismas bromas por gastadas que estuvieran. Ya para entonces sabías bastante de mí y a mí me encantaba estar contigo. Fuiste a la India, a Alemania, a Inglaterra, buscando tu futuro.
Fuimos, algo mas jóvenes, a campamentos. Recuerdo aquel en El Espino. Quizá fue el último momento en el que recuerdo que el tiempo que se iba retornaba en algo que bruñiría un recuerdo amable. Sin duda, la memoria ha limado cualquier mal momento que hubiera y sólo me puedo alegrar de ello. No basta, sin embargo, por supuesto: lo que el corazón anhela no son recuerdos. Pero haber estado y sido parte de más tiempo juntos, entre nosotros y con otros, también está en una duermevela trágicamente difusa como ante mis ojos ahora. De cualquier modo, no podemos ver muy bien ahora...costará acostumbrarnos.
Pero aprenderemos a ponerte a nuestro lado y aunque no nos respondas luego, el eco seguirá su onda y estarás con nosotros. Ahora intento recordar el momento en el que nos conocimos. Tuvo que ser la parroquia o jugando en el Victoria. Pasamos tardes de catequesis, hablamos en tu colegio, me traumó verte fumando, nos abrazamos, una vez me dijiste que me callara y me enfadé, fregamos platos después de una fiesta en la parroquia, me hablaste del grupo de las chinchetas, yo me fui de voluntario a la cruz roja, seguimos viéndonos por el barrio
Antes de conocerte, no sé cómo eras, mas puedo imaginarte, divertida, sensible, valiente. Acaso nos cruzamos con nuestras familias callejeando por ahí. Naciste, nací apenas diez días después. Antes de todo ello ponientes y auroras de generaciones, espada y paz, aullidos de lobos, amor y rencor, la frescura del agua y el refulgir de la estrella fueron necesarios para ir construyendo las improbables pistas sobre las que todos y nosotros nos encontramos. Hoy, sólo pido que estés con tu familia, con Iván, con nosotros. Por piedad, extiende tu manto sobre nosotros y protégenos. dame tu recuerdo para sostener la vida. Por favor, sigue en nuestro recuerdo hasta que llegue el fin. Porque hoy estamos perdidos y vamos contra un viento cruel que es mas poderoso que nosotros. Vamos recogiendo pedazos de recuerdos y de lo que se ha roto en el alma. Hoy lloramos y no sabemos qué hacer, con un desconsuelo y rabia ciega que sin duda ya sabes, porque la flecha del tiempo apunta en la dirección de nuestra destrucción y no hay manera de cambiarla.