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jueves, 27 de febrero de 2025

La voz de madrugada. 27 de febrero, 5.29.

Desde hace unas semanas no puedo dormir y no sé qué sueño. He estado dejando que los días me arañen y me he deleitado en su castigo, solitario todos los días, náufrago en mi calle, deseando ser otro, deseando estar lejos, sabiendo que mi medida ya está colmada y que no hay nada que pueda colmar el espíritu en los pesados días. He visto a otros partir y me asombra con pena no poder volver a oír su voz. He visto mi espíritu agriarse y caer, atrapado en el silencio y la rebeldía. No quiero estar aquí. No quiero ser quien soy. Una voz me pide que reclame ayuda. Entonces, un coro de voces se burlan y la denigran. Debo ser castigado, tengo que ser el cadalso y el reo.

Si me importara, diría que necesito un cambio. Desesperadamente, necesitaba. Me temo que ahora he rebasado los confines y me siento frente a una llanura exangüe, plana e inacabable, recubierta de bruma. Está nevada, pero mis pasos no dejan ninguna huella. En el centro de la visión impera una quietud magnífica y yo no deseo nada. Ni paz ni consuelo ni apoyo. Voy a cumplir cinco años aquí y no sé cuál es la duración exacta de la condena. Puede ser que fuese lo que mi culpa ancestral requería: que algo me ciñese la cintura y me llevase a donde yo no quería ir. Lo acepto todo como un perro apaleado que agradece que le dejen dormir frente a la puerta de una casa de la que recibe despojos. Solo sueño con ejecutar un acto sagrado: comenzar a caer. Será magnífico sentir el viento durante todo ese vuelo, volver a fingir que en el hueco de las cicatrices habitaron alas. 

La voz de la madrugada es rumorosa y amable. Nada hay que me saque de su abismo, ni yo deseo aferrarme a esperanza, que perversamente engrandece el tormento. Voy a tratar de pasar esta noche como sea, y mañana la que venga, hasta que algo pase o la voz se apague y ya no tenga que lanzar más botellas invisibles al mar de una noche indiferente y sorda. Me avergüenzo de pensar que cuando llegue mi revisión médica no me importaría sacrificar mi salud para garantizar la de otros que si merecen disfrutarla. Hago ese pacto con un Dios desconocido y recibo silencio. Porque ya no deseo más, y que mi falta de propósito aún pudiera servirles a ellas. Me avergüenzo de mi autocompasión, pero es la arena que ha quedado entre mis dedos. 

Desde hace semanas ando sonámbulo por pasillos nocturnos con puertas cerradas, de luces trémulas y de materia espesa. Me siento contra la pared y espero a que el sol aparezca para empezar un nuevo día de condena. Sin buscar redención, porque no sé de qué redimirme, sin cesar de sentir la culpa punzante por todo el dolor del mundo y del mío propio, por desdén de mí. Acaso cuando sepa que también carece de importancia conquiste mi libertad, aunque será huera y seca. Quien lo sabe. Ahora un silbido recorre mis oídos y pienso que es el sentimiento de desprecio que sentirá quien lea esto. Está bien así; todo debe ser cumplido.




domingo, 23 de febrero de 2025

Dolor y gloria (1). Cualquier febrero.

Los sabios han enseñado a amar la alegría y evitar la tristeza. Me apresuré a seguirlos, pero he observado en mi solitaria vida que la esperanza y la desilusión son el mismo precipicio. En mi experiencia en los días prestados por el destino, muchas veces me ha avergonzado mi alegría insolente y mi tristeza serena me causó consuelo. Largos son los días de esta vida tan corta, antes de viajar al reino de poniente, de donde nadie vuelve.

He aprendido la doctrina de los estoicos, pero rechazo la resignación como la verdad. He estudiado las enseñanzas de Epicuro el ligero, pero no he sabido encontrar en el placer el olvido del dolor. Antes bien me lo ha procurado, como un saurio que se mordiera la cola. Los ritos de Egipto y Babilonia y los misterios me resultan la superstición más dañosa: aquella que cree que el ritual puede suplantar al espíritu que sopla donde quiere. También he visto que los votos formulados por el bien del prójimo son breves y olvidadizos, mientras que las maldiciones contienen una enojosa tendencia a cumplirse. Por eso, de los castigos que el camino me mostró para herirme los he usado todos. Y, si bien no había alegría en ello, tampoco puedo afirmar haberme entristecido por hacerlo. Siempre he sentido el don de la vida como una broma pesada que alguien ha gastado para divertirse de mí. Y al comprenderlo, gran parte del dolor ha cesado. Porque soy consciente de que el sol es demasiado ardiente, la noche tan fría, los insectos pican y los monstruos acechan. El ojo se cansa de ver, las vanas palabras fatigan el oído, que anhela el silencio, y las piernas desean caer y el corazón nunca cesa de soñar y sueña demasiado para saber ser feliz.

He recorrido un camino entre luces y noches, la bruma que oculta el sol y la mañana esplendorosa. No pesa a mi corazón haber flaqueado y haber detestado tanto el sufrimiento como la ambición. Pues he observado que la comedia humana se nutre de sus exaltaciones y la fortuna después huye del que acaricia ahora, y que el amor humano es flaco y voluble y se pudre con la lluvia y se agosta con el mucho sol, como la flor más caprichosa. Porque la vida parece algunas noches una ceniza caliente que hace toser y la muerte una onda de agua fresca, allá donde el esclavo se ve libre de su amo y la angustia se desvanece.

Y ahora que siento que cualquier fin está cerca y el vino ya no aligera la lengua sino que hace pesado el juicio, llamo a cualquier puerta que pudiera esconder una respuesta o una duda, mientras el mundo agoniza y la justicia se apaga y la fuerza y la codicia parecen ser todo lo que existe. Contemplo el río que corre hacia la mar sobre el lomo del tiempo, y la clepsidra mide un tiempo extraño que ya ha cesado de ser el mío, mientras la herida interior vuelve a sangrar, manando desde una noche oscura que crece dentro y contra un horizonte desconocido que sólo iluminan violentos rayos, para que se cumpla lo escrito, pues sólo conquistará su propio dolor quien alguna vez rozó su gloria.




domingo, 16 de febrero de 2025

For the love of a lousy buck, I've watched them die... 16/02/25

Detesto la época en que vivo. Supongo que entre otras cosas por la adoración del dinero fácil y rápido, la ansiedad de su signo y la ceguera de su busca incesante. He sufrido el triste sino de nacer excéntrico en un país gregario hasta la nausea. Y cuando conocí más gente, era igual a la otra. Detesto haberme encerrado contra las reglas del mundo y participar del juego, formar una estatua que me encarcela y desde la cual nadie sabrá que grito, aquella que las misteriosas lágrimas no logran derretir. De todas las abyecciones presentes, la peor es la que relaciona el dinero fácil, el dominio y la impresión de que todo no es sino un obstáculo legítimamente derribable para satisfacer cualquier impulso, apetito y deseo. La idea de que el mundo y la vida deben algo a cualquiera y ese pecado original del otro justifica todo contra él. La cobardía repugnante de los sueños de violencia redentora y entusiasmo por la brutalidad y los mastuerzos. El tribalismo arrasador. Todo parece estar relacionado con la detestable  hipertrofia del ego, individual o colectivo.

El dinero es bueno. Otorga autonomía y descanso. Da libertad a los que estamos siempre amenazados por la precariedad de la vida. Pero tiene un inconveniente muy serio: cuando se le da mayor importancia de la suya, la importancia de lo demás se difumina. En fin, supongo que pasa con todo. pero las experiencias agrias de sumisión y sometimiento que provoca lo hace particularmente sensible. Cuando esas dinámicas son tangenciales a la obsesión con lo fácil, lo inmediato, lo desechable para conseguir una satisfacción mayor, se llega a una tiranía social peligrosa, la de que nada importa salvo YO, con mayúsculas y resaltados. y el YO no es mas que una serie de impulsos contradictorios tan abigarrados e inaprensibles que es tentador pensar que es apenas más que una ilusión , la sombra de un sueño.

Sí, he visto a muchos que hubiesen podido sobreponerse a la sombra, pero el amor de un puñado de billetes les hizo caer. Tengo que perder el yo y dejar que mi conciencia se transforme en muchas, antes de volver a la universal que lo gobierna y explica todas, mientras el viento aulla en mis cristales y la lluvia repica y las aves se esconden, y el mar se pierde en la noche, antes de poder mirar más lejos en la oscuridad, cuando llegaremos a encontrar todas las respuestas.

martes, 4 de febrero de 2025

Ensayo sobre la ceguera. Cuatro de febrero.

El otro día estuve viendo un docudrama sobre la historia de Moisés y el Éxodo. No era muy bueno, pero tampoco estaba tan mal. El caso es que en torno a interpretaciones bastante literales de todo el relato (en mi modesta opinión es casi todo relato legendario, pero bueno, no importa mucho), hubo un detalle que me llamó la atención. Cuando se narra que "el ángel de la muerte" (incluso al autor le pareció impactante añadir el nombre de Yahvé) mato a los primogénitos pero salvó a una persona que había ayudado a Moisés. Una de las entrevistadas lo toma como el mensaje de bondad de Dios y de recuerdo de un acto anterior ya que era un egipcio primogénito que había ayudado a Moisés antes. Y qué queréis que os diga. Todo arreglao, a otra cosa.

Pienso que el hombre moderno ha subrogado a las diferentes tribus de las que forma parte su inmoralidad privada para erigir su propia buena conciencia personal en manifestaciones de virtud pública. Pero acaso esto no es nada nuevo, es lo más probable. Siervos de una condición precaria, los anhelos más altos están amenazados por casi cualquier contingencia nimia. Y ante cualquier hecho hay una interpretación que puede llegar a ser amable. La ceguera puede ser total con los ojos abiertos, sabiendo dónde no mirar y donde enfocarlo todo.

Esto es lo que me da miedo, en mis días que se acumulan como escombros de esperanza: La perpetua dificultad de ser uno, de estar limpio en el corazón, de no cegarse ni soñar tanto que los sueños te aten. Entre las nubes negras que velan los luceros que deberían asomarse al fin de la tarde, entre el viento desapacible que cae sobre nosotros antes de que caiga la noche, sobre los ruidos, los rumores, graznidos y susurros, deseo ver, deseo que la escama se despoje de los ojos y muestre luz o penumbra, angustia o alegría, pero que lo muestre. Es mejor desafiar a un Dios que ocultarse entre la bruma, ahora que se ha hecho tan tarde, con el corazón encogido y con los ojos cerrados.