He salido a disfrutar el sol y me senté en banco para no pensar en nada. Ojalá la mente pudiera apagarse y encenderse de vez en cuando, limpiar la basura y dejar de herirme. En fin, no se puede y me cuesta también llegar a ello. Supongo que el privilegio de la consciencia acarrea sus propias servidumbres.
Un gorrión saltaba entre los adoquines. De pronto, se aquietó, cambio de dirección y extendió sus alas. Lo seguí con la mirada mientras se elevaba entre edificios pesados y el cielo tranquilo, alejándose, dejándome otra vez solo. ¿Por qué sigo preocupándome, dejándome la piel en pensamientos turbios? No conozco más vida que ésta. Aunque la detesto casi siempre, en ocasiones manda señales limpias. Nada ocurre, no importa, no necesitas apenas nada...pronto todo estará consumado. Me pregunto por qué lo olvido si un banco, una tarde soleada que dura lo que transcurre en múltiples pensamientos tristes basta para recordar que no tiene mucho sentido y que lo que de veras valdría la pena cabe en el batir de alas de un pajarillo y lo que hiere demuestra sólo que somos capaces de soportarlo.
Volar, partir, olvidar, todo se resume en el vuelo de un pardal que sigue habitando el cielo, ya para mí para siempre. El sol aún acaricia y la música que escucho deshiela los glaciares que llevan en mí mucho tiempo, como castigos que me he impuesto por una culpa que siento pero no conozco. Algún día, de algún modo seré liberado. Llevo esperando por ello desde el primer día.