En el trabajo organizaron una convivencia como de campamento de verano pero con charlas de todo Dios para contar sus historias. Ahí se ve la estructura de la pirámide. Yo tengo más movidas que cualquiera pero si las cuento llaman a recursos humanos, supongo. Y ahí tení que estar, sentado serio. Y entonces llegó...un...futurista.
Apareció entre una nube de humo, como si fuera un villano de una peli de ciencia ficción de los ochenta o fuera a imitar a Rocío Dúrcal en lluvia de estrellas. Eso fue bien preparado, pero lo mejor llegó un poco después. Dijo que era futurista. Como suena. Futurista, vamos. Por un momento me emocione y pensé que igual era un superultrafan de Futurama, como yo. Trekkies, futuristas, yo que sé. Y lo que contó fue reciclaje del humo del que salió. De verdad, inenarrable.
Dicen que el futuro es un país extraño. Sea. Yo, de lo poco que sé es que no hay que confundir el mapa y el territorio. Y también sé que vivimos tiempos infestados por la mentira ubicua, por el fraude y la mistificación, tiempo de dobleces y personas taimadas que tratan de imponer su visión sobre la de cualquiera sin ninguna legitimidad para ello. Pero esto era la Shempions Ligui de la inanidad, podéis creerme. Dijo que el conocimiento humano global se doblaba cada mes. Luego miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Yo pensaba en la leyenda del sabio que inventó el ajedrez y como recompensa pidió unos granos de arroz, a condición de que cada nuevo escaque contuviese el doble de granos que el anterior. Mirad a ver por cuanto se habrá multiplicado "el conocimiento" en dos años, o en cinco.
La impresión asfixiante es que hay ventas de recetas milagrosas por todos lados, y muchas de ellas son cuasi obligatorias, por presión social, por estupidez o por imposición legislativa. Ser charlatán vende. Mucho. Porque la gente desea dinero fácil, reconocimiento y prestigio y sufrimos de obsesión por el estatus. Big data, crypto, Internet de las cosas, realidad virtual, multiverso, impresoras 3D, todas ideas estimables con sus ventajas e inconvenientes (esa es otra. Hay que encontrar soluciones mágicas y perfectas) se conviertan en un territorio apto para que cualquier farsante reinvente la rueda con naderías que se le acaban de ocurrir, explotadores de la pobreza de experiencia con la novedad y una falta de sentido crítico enervante. La estupidez abrumadora se da por sentada.
Y ha llegado la AI. Ay con la AI. Una herramienta interesante que de repente se ha convertido en la panacea. Claro que sí. Como no sabemos más que juntar palabras sin demasiada coherencia, la llegada de un modelo de lenguaje que te cuenta el rollo que quieras escuchar es como el segundo advenimiento de Jesus Gil pero que puede hablar como Valdano si lo pides. Una perspectiva de futuro completamente halagüeña. Cualquiera podrá corroborar que los resultados de AI sobre temas que una persona conoce (de verdad, con un conocimiento robusto) son una castaña.
Para cerrar el círculo, resulta que la AI es un modelo que debe trabajar con los datos que lleven a un resultado aceptable por macarras de la moral que viven de levantar el dedito a los demás estando llenos de basura. Porque el resultado no aceptable es un sesgo,pero el resultado falso es con buena intención. Unos tienen sesgos, otros son moralistas. Y entonces, cuando hay un futurista moralista, pues tienes la full experience homilía de una hora de la iglesia del santo futuro en nuestras manos por el poder de la violencia legítima de Don Estado. Y mientras tú en la silla, con las preocupaciones de un trabajador viendo cómo tratan de hacerte sonreír para que la propaganda entre sin dolor en su futuro inventado, sin respeto y sin reglas.
El ocaso se expande sobre el río y el puerto, y luces se reflejan en las ventanas de un día cansado que va acercándose a un futuro en el que aún un día de experiencia humana sirve para conocerlos casi todos.
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