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domingo, 24 de marzo de 2024

Ecos de pasado. 24 de marzo, 24.

Imagino los viejos lugares arrinconados por el devenir con melancolía y óxido y silencio. Balnearios entre montes nevados y abrazados por brumosas gasas, jirones de niebla, allá donde la carretera serpentea entre montes de coníferas. En esos lugares remotos, ayer la vida de los grandes del Mundo agitaba tableros, portales, paredes, recepciones y vistas. Hoy serán lugares para los que sienten nostalgia de aquel mundo que no vivieron. Acaso los regentarán personas tristes, abrumadas por el olvido. En sus cámaras frigoríficas semidesiertas se irán acumulando los días sobre las provisiones del Menú, también amarilleando, esperando las visitas que los remuevan de su sopor. Allá en el empedrado donde resonaban los carruajes de caballos no hay más que charcos, sombras de cielos nublados y color plomizo. Las paredes desconchadas, los portalones con la pintura decaída y el umbral descuidado. Signos evidentes de la tarea implacable de olvidar un olvido. Los ecos del pasado forman ondas concéntricas que llegan hacia mí y luego se retraen, hasta igualarse con el mutismo de hoy. En una pulsación trabajosa y lejana.

También trato de pesar cómo serán los pueblos de la costa que perdieron sus fuentes de vida. El mar lamerá orillas pedregosas bajo cielos de cobre , sintiendo un viento frío que empujará bancos de nubes contra el horizonte difuso. Las casas serán iguales y si aún queda un hostal, alguna tienda y bar no será terrible...pero acaso sea más trágico, pues la tragedia puede ser irónica también y desvelar distancia entre lo real y lo anhelado sin que el deseo de que coincidan se pueda separar. Las gentes serán viejas, pocas figuras se aventurarán en la calle o la plaza frente a la lonja, el ayuntamiento, la casa del pueblo. Será como si el tiempo de la creación se hubiera detenido y el de la decadencia se expandiese hasta superponerse ambos en la misma quietud. 

Me gusta imaginar todo ello, porque ya vivo allí. Siento habitar una quietud irreal envuelta de fragor indescifrable. Creo que estoy en un lugar mental que añora un mundo que ya no existe y no se conforma con las perspectivas del futuro cercano; que gusta de la soledad y encuentra la desolación hermosa y al tiempo desea la floración y el calor de la existencia. Que teme el punto medio en el que estoy: siento, ahora que la noche ha caído y el rumor de los que vuelven a casa se va acallando, que está en un lugar de vibración decadente. Sí, hay movimiento, pero no hay dirección. Sí, hay novedades, pero no hay esperanza. Mientras las grúas permanecen, edificios y parques se erigen y las luces se instalan para conquistar la oscuridad, veo en su futuro hierros sombríos y azules, vientos inhóspitos, lluvia gris y marasmo y allá, más dentro de mis ojos, las estampas de melancolía, con óxido y silencio, forman una ventana desde la que mirar a la desolación desde una esquina, cansada y lóbrega, de mi alma leve.



 

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