No hay mucho secreto en encaminar la prosperidad y la convivencia: cultivar la confianza con los que compartimos los días. Mantener una saludable desconfianza en los pastores, guías y rectores institucionales, los oficiales de la verdad publica y sujetos a la tentación del abuso. Porque son, como nosotros, demasiado humanos. El único al que le dieron las llaves del cielo ya nos mira desde muy lejos.
No hay rendición de cuentas hacia los que castigan a los ciudadanos. Ese es el principio del consenso y su consecuencia hipertrofiada, la dictadura. Nadie da explicaciones reales de nada; nadie las pide; no hay consecuencias asumibles. En ese ambiente, la flor del ingenio humano se agosta, trastornada entre dudas. Sin fraternidad entre iguales ni rebeldía contra el poder la tiranía extiende sus raíces siniestras. No hay más.
Había comenzado esta entrada hace unos días porque había leído de alguien que profesaba una saludable desconfianza contra los fuertes y dominantes. Ahora no recuerdo. Quiso la providencia que ayer la luz se fuera en la península ibérica. Que puede pasar, supongo. Pero el asunto es que le da a uno la impresión que estamos a dos días de que se comunique oficialmente de que hubo un problema de hacerlo todo DEMASIADO BIEN y que la red eléctrica no pudo soportar la grandeza inmensa del gobierno, del país y de su gente. Es lo que hay. Hay que creer el oficialismo y rechazar lo que no venga con sello, porque es bulo, conspiranoia o Hitlerstalin. Sí, hay bulos, extremismo y mala fe. Pero hay otro problema especular. Como siempre, se tiende a pensar que no se puede hacer el mal si se declaran las buenas intenciones. Mas, ay, sin una saludable desconfianza y rendición de cuentas somos rebaños que sólo esperan que el amo sea amable. La noche cae, las luces recuerdan una comodidad apenas concebible y el rumor del río vaga hacia la mar en un murmullo rebelde y animado.
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